La explosión en Tlahuelilpan, Hidalgo, el viernes pasado es de esos hechos que marcan un antes y un después. La magnitud de la tragedia y todas las aristas que toca nos llevará a seguir pensando y hablando sobre el tema. Esperemos que por mucho tiempo. Igualmente, nos obliga, de modo casi instintivo, a buscar culpables y reclamar sus cabezas. Esto último se magnifica en redes sociales que acumulan comentarios de todos sabores y colores.
Entre tanta opinión variopinta y la información que se acumula, se vale hacer una pausa para pensar más allá de las frases que se repiten hasta el cansancio. Para ello, les dejamos seis textos que ofrecen diferentes perspectivas sobre la tragedia. ¿Quiénes son los culpables? ¿Quién rendirá cuentas? ¿Qué es lo que verdaderamente hay que cambiar para que esto no se repita? Porque al final, importa tanto lo que pasó y por qué, así como la manera en que seguiremos de aquí en adelante.
Es lamentable la tragedia misma, pero también preocupa enormemente que no podemos saber qué significa, de qué da cuenta, de qué país nos habla. Aunque los medios reporten de la misma forma el hecho social que tuvo lugar, se pasa inmediatamente a juzgarlo, y a las víctimas —que también son infractores—, según esquemas tan preconcebidos como inútiles.
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No hay nada más legítimo que luchar contra el delito, pero la tragedia de Tlahuelilpan, Hidalgo, no debe ser excusa para abandonar la exigencia de información, transparencia y rendición de cuentas; por el contrario, provoca más dudas. Lo cierto es que en esta batalla hay varios temas que parecen no encajar, hay muchas cosas que no se entienden.
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La tragedia es un golpe al corazón de la estrategia. Pero también está demostrado que hay tragedias que cambian un país antes de postrarlo. Ésta puede serlo. La tragedia es un golpe a la conciencia colectiva en un momento en que se cierne de coletazo de la actitud cínica que permea y domina.
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El verdadero culpable de Tlahuelilpan no es la impunidad, es la rentabilidad electoral que se ha vuelto norma. Existen, en Tlahuelilpan, como en muchos municipios pobres de nuestro país, llamados “líderes locales” que se hacen millonarios creando presión social. Crean grupos de choque que extorsionan a las autoridades bajo la amenaza de realizar marchas multitudinarias si no reciben dinero. Así, los líderes se vuelven multimillonarios y sus seguidores se benefician.
Éste es un problema que lleva décadas y que impide, también, la presencia del Estado en regiones que estos líderes controlan. Algunos de estos líderes están coludidos con grupos criminales que realizan, entre otras actividades ilegales, huachicoleo. Son ellos los que mantienen el control e, incluso, se prestan para vigilar y proteger la realización de actividades ilegales.
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En la primera tragedia ocurrida en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador hay demasiadas dudas, demasiados vacíos, demasiados interesados en lavarse las manos -en culpar o en exculpar a otros: Poncio Pilatos en Tlahualilpan. Los datos disponibles indican, sin embargo, que como en la comedia de Lope hubo varios culpables: a la manera clásica, fue Fuenteovejuna quien mató al comendador.
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Por desgracia en México la rapiña comunitaria, por así decirlo, es una imagen cada vez más frecuente en los noticieros y en las redes sociales. Podríamos pensar que es el reflejo de un colapso en las instituciones, pero por desgracia va mucho más allá de eso. La gente roba los bienes públicos (y los privados cuando puede hacerlo impunemente) no solo porque no hay un orden legítimo que se los impida, sino porque asume que los de arriba, los ricos, los políticos, los empresarios, hacen lo mismo. El hombre que llena su bidón de los charcos que rodean a una fuga asume que tiene tanto o más derecho que el funcionario de Pemex que los escamotea a gran escala o que el empresario gasolinero que vende litros recortados.
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