Para D.
Me tomó tiempo comprender que la Historia que aprendía en la escuela tenía autor. Los sucesos y personajes llegaban a nuestros días no como un relato, sino como un deber. A ellos había que conocerlos y ese mandato era suficiente para no preguntarme quién había contado su historia por primera vez. De alguna manera, la Voz de la Historia era un ente etéreo que decía la verdad, porque la verdad había existido y eso era suficiente para que trascendiera. Y claro, ese ente iluminado que todo lo desenterraba tenía voz de hombre.
En este tiempo que evidencia las narrativas, mi ingenuidad parece no tener excusa. Lo bueno es que una siempre puede contar con que alguien cambiará su paradigma una tarde tomando un té cerca de del parque.
D. es de esas personas que tienen una memoria privilegiada y gran capacidad de situar espacio-temporalmente cualquier suceso. Me habló de la primera obra literaria conocida en Occidente escrita por una mujer: Anna Komnene, autora de La Alexiada. Ella resultó estar lejos de todo lo que yo imaginaba que podría ser. Anna era una princesa, hija del Alexios Komnenos I e Irene Doukas, gobernantes del Imperio Bizantino. El libro no es un diario secreto, ni habla de la vida íntima de la corte, mucho menos es una historia de amor.
La Alexiada cuenta la historia de Alexios, el padre de Anna, en su ascensión al poder y su gobierno. En él, la autora relata cómo Alexios se formó entre batallas al comandar fuerzas armadas para otros emperadores, su llegada al trono, la manera en la que lidiaba con los nómadas y sus revueltas, los esquemas con los que se establecieron las distintas iglesias en oriente y occidente y hasta la Primera Cruzada.
Anna Komnene nació en 1083 y fue la hija mayor de cinco hermanos. Gracias a haber nacido entre túnicas púrpuras, color que asociaba a la realeza con lo divino, tuvo una educación privilegiada con acceso a textos de filosofía, historia y religión. Lo único que sus padres no aceptaban era la afición de Anna por la poesía. Aunque le prohibían su lectura, ella encontraba la forma de salirse con la suya, pues además de ser bella era sumamente ingeniosa. Antes de la llegada de Juan II, su primer hermano varón, ella estaba destinada a heredar el trono. Bueno, algo así, en realidad su esposo se coronaría como gobernante del Imperio, pues las mujeres no tenían permitido ocupar posiciones de poder tan altas en las que se pudieran tomar decisiones.
Nada de esto hizo que Anna se sintiera fuera de la jugada. A los 16 años contrajo matrimonio con Nicéforo Brienio, una alianza estratégica más que amorosa, pero que igual dio como frutos una familia. Con los astutos movimientos de Anna e Irene, Nicéforo se convirtió en el historiador oficial del emperador Alexios. Bajo la petición de la emperatriz, comenzó a escribir Material para la Historia, una crónica detallada sobre el reinado.
Con el paso del tiempo y la ayuda de su madre, Anna tramó un par de golpes que le quitarían a Juan II el derecho al trono para que su marido, Nicéforo, reinara en su lugar. Sobra decir que no tuvo éxito. Nicéforo se echó para atrás al último momento. Anna, su madre y su hermana, fueron exiliadas y condenadas a vivir en un monasterio por el resto de su vida.
Nicéforo, en cambio, se quedó en la corte junto a Juan II, aunque no viviría muchos años más, pues su salud era frágil -igual que sus agallas, en mi opinión- y murió poco tiempo después sin lograr concluir la obra que la emperatriz le había encargado. Anna decidió tomar los textos inconclusos de su marido y transformarlos en algo completamente diferente que le hiciera justicia al honorable gobierno de su fallecido padre. Así, en medio del enclaustramiento, comienza a escribir La Alexiada.
Su estilo no se apega a la tradición canónica de la narrativa histórica que escribían sus contemporáneos. La suya es casi una epopeya heroica enfocada en un sólo hombre: su padre, Alexios Komnenos. Sus alusiones a la mitología griega y la atención que le da a una única figura protagonista, sumadas al tono emotivo con el que describe sus estrategias y batallas, hacen de éste un texto sumamente inusual, si acaso más cercano a una obra hagiográfica.
Sin duda cualquiera podría interpretar la devoción de las palabras de la autora como aquellas de quien escribe sobre la vida de un santo. Ello sin necesitar extender su interés a un retrato fiel del Imperio Bizantino, pues estampar su esencia requeriría de un periodo temporal más extenso que el de la vida al mando de Alexios. Sin embargo, el trabajo de Anna Komnene es una gran ventana a detalles de igual importancia. Era una observadora política muy astuta y de grandes ambiciones. Probó ser lo suficientemente peligrosa como para tener que encerrarla.
No es de sorprendernos que esta obra literaria, pionera entre los textos históricos reconocidos con autoría femenina, relate complejas estrategias y panoramas políticos envueltos en un aura que viene con la perspectiva de quien lo vive en casa, de primera mano. La educación que recibió siendo princesa, su pasión por la poética, su relación por matrimonio o sangre con los personajes de los que habla, hacen que la importancia del texto se magnifique. Nos da cierta visión íntima de uno de los personajes más brillantes de la época -Anna, no Alexios, a mi parecer-, y no en una intimidad de alcoba o de claustro, sino esa complicidad que sólo se percibe en el sentido del humor irónico de quien escribe con gran detalle batallas que no vivió en carne propia, pero cuya forma de relato dicen más que el relato mismo.
La Alexiada comienza con un prólogo donde Anna se presenta a sí misma. Lo hace con un primer párrafo que dice más sobre ella que aquel donde escribe su nombre y el de su padre:
El tiempo, que vuela de forma irresistible y perpetua, barre y se lleva consigo todo lo que ha visto la luz del día y lo sumerge en la oscuridad absoluta, ya sean hechos sin importancia o aquellos que son poderosos y dignos de conmemoración. Como dice el dramaturgo, saca a la luz lo que se había oscurecido y vela lo que había sido visible. Sin embargo, la Ciencia de la Historia, es un gran baluarte contra esta corriente del Tiempo; de una manera que comprueba esta irresistible inundación, mantiene apretado lo que puede agarrar flotando en la superficie y no le permite deslizarse hacia las profundidades del olvido.
Personalmente, no tiendo a leer relatos históricos porque me cuesta mucho trabajo tener mapas temporales claros. Para mí, la Historia es más ficción que la ficción. Todas las atenciones de grandes narradores por dar los datos y nombres precisos hasta el más mínimo detalle parecen inútiles que se me escapan de la memoria con rapidez escurridiza. Noto el esfuerzo de los historiadores por la preciosa exactitud pero no me provoca la menor empatía. Hacía falta un gran historiador – y mejor amigo aún- para regalarme un texto al que no entrara con todas esas resistencias.
La forma en la que Anna Komnene escribe me parece increíble. Sigo sin entender cómo una mujer podía tener una claridad política y estratégica como la suya. Sin mencionar sus agallas y gloriosas habilidades manipulativas: sería muy inocente pensar que La Alexiada es solamente un acto honroso a la memoria de su padre. Las entrelíneas son una arquitectura elaborada y, desde mi punto de vista, todavía más fascinantes que el texto mismo. Anna redactó un libro -que en realidad son diez- en el que deja claro que su pensamiento estratégico, su inteligencia, el gran bagaje cultural con el que contaba y su capacidad irónica eran más notables que la de muchos hombres de su época.
Con razón la exiliaron. Con razón nadie la visitó en el monasterio. Con razón decía con amargura que a nadie caía bien. Era peligrosa como pocas y muy divertida de leer. Qué alegría darme cuenta que a esa imagen que he construido sobre el papel de las mujeres en la vida intelectual de siglos atrás le faltan todavía muchos ejemplos y amplitud. Anna hubiera sido una gran y poderosa emperatriz, título que a mi parecer le pertenecía, de no haber sido por la infortunada puntada de haber nacido mujer.
La primera obra literaria escrita por una mujer en Occidente fue compuesta desde el claustro y el exilio. Nueve siglos después, lo seguimos leyendo para tratar de dar forma a nuestra propia historia. Y así es como una traspasa las paredes impuestas, por más literales que hayan sido.
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Ana Martínez de Buen – @Anamdb