Una vida que duró casi todo el siglo XX sin duda tiene mucho de qué presumir. Si al tiempo le agregamos una Revolución, un par de guerrillas, militancia en tres partidos políticos, más de cincuenta visitas a la prisión, el agradecimiento absoluto de Fidel Castro, y un largo etcétera, estamos hablando de una vida sin comparación. Nacida en 1903 o 1907, en Chilpancingo, Guerrero, Benita Galeana es de esas figuras míticas y de culto que la política mexicana ha conocido pocas veces: una militante y nada más.
Conocida como precursora del feminismo y como escritora, Benita siempre se identificó como “una mujer que siempre escogió un camino justo para mí, un camino justo dentro de mi partido”. Así, su militancia en el Partido Comunista Mexicano (PCM) determinaría toda su vida. Y al igual que casi todo en ella su entrada al Partido fue azarosa. Benita llevaba ya algún tiempo en la Ciudad de México, a la que llegó tras dejar a un marido, una pareja y a su hija Lilia encargada con su suegra. Su llegada a la Capital marca también lo que ella considera el inicio de su vida, que durante su infancia y adolescencia estuvo plagada de abusos y violencia. La Ciudad de México se presentaba como la oportunidad para hacer algo más. Y para ella, eso fue entrar en la política.
Después de que su pareja, un obrero comunista llamado Manuel Rodríguez, fuera detenido por la policía, los compañeros buscaron a Benita para liberarlo. Al llegar, un grupo de militantes se había reunido fuera de la cárcel. En el camino, los compañeros de su pareja le iban explicado qué era el Partido y cuáles sus luchas. Cuando Benita llegó, la reunión se convirtió en mitin, hablaron varios obreros y al último ella: Casi ni sé lo que dije. Era la primera vez que hablaba en público. Cuando estaba hablando yo, llegó la “julia” y se armó el lío. Me agarraron y me llevaron al bote, dizque por alterar el orden público, contó más tarde en una entrevista.
Esto último es notorio en el hecho de que Benita Galeana fue analfabeta hasta los 27 años. Su peso en el Partido se sostenía en su poder de oratoria y de compromiso. El aprecio de otros comunistas le consiguió un trabajo en la Oficina de Correos, que le permitió mantener mejor a su hija Lilia y la obligó a asistir a la escuela nocturna para aprender operaciones básicas y a leer y a escribir. En 1938, cuando un grupo de republicanos españoles exiliados escucharon a Benita dijeron que si alguien en el Partido se hubiera preocupado por su educación, México tendría su propia Pasionaria.
Pero la formación de Benita fue más bien limitada. Aún en su vejez, sostuvo siempre que las letras se le confundían. Con todo, Galeana publicó dos libros en vida y uno póstumo: Benita, El peso mocho y Actos vividos. Los tres (novela el primero, y reunión de relatos los otros dos) se basan en la primera juventud de Benita en Guerrero y sus deseos por salir adelante. Sin embargo, fue crítica del Partido que, si bien había logrado arrancarla del cabaret donde trabajó, nunca se ocupó de educarla. En Actos Vividos se lee:
Veía que camaradas más capaces e inteligentes eran los que más maltrataban a sus compañeras, con desprecio, sin preocuparse de educarlas, engañándolas con otras mujeres como cualquier pequeño burgués […] Yo he querido ser un ejemplo para las camaradas, no lo he logrado porque he tenido muchas desventajas, por ejemplo la desgracia de no saber leer: es una de mis debilidades más grandes. Pero de esto yo no culpo al Partido… Bueno, en parte, porque cuando estuvo bien, pudo educarme políticamente. No lo hizo.
La obra literaria de Benita se debe en gran medida a su trabajo con Juan de la Cabada, que fungió como su editor y que la impulsó a escribir de a poco. Y si bien sus tres libros carecen de una propuesta literaria sólida, sí muestran una de las miles de voces acalladas e invisibilizadas durante la primera mitad del siglo XX mexicano. Sus libros hacen eco del grito que Benita recibía en los mítines: ¡Qué hable la compañera de las trenzas! Galeana siempre respondió con una militancia de pie, cercana a la gente y a sus primeras necesidades.
Quizá ese es el principal motivo por el que Benita Galeana nunca se identificó como feminista. Incluso llegó a decir que le chocaba esa palabra. Aunque estuvo del todo sumergida en el movimiento por el voto para las mujeres, las luchas de Benita siempre partieron de un problema de clase, más que de género. Aunque siempre sostuvo que las mujeres tenían necesidades especiales, éstas se cubrirían al resolverse la lucha de clases. Ya durante los años 70, su rechazo al feminismo era evidente: “Me dan risa, se quieren liberar de todo […] Se quieren liberar pero que el marido les dé todo”. Benita nunca abrazó la idea de liberación primero, porque para ella todos eran libres e iguales, y segundo, porque no concebía que algo pudiera emparentarla con María Esther Zuno, esposa de Luis Echeverría.
Sin embargo, Benita tuvo cercanía con feministas como Alaíde Foppa, y fue un referente para las activistas de los años 70 y 80. La mayor parte de las entrevistas y artículos que se hicieron sobre Benita se publicaron en la revista Fem y en La Correa Feminista, que la colocaron como un referente en la lucha por los derechos de las mujeres. Ya en los años 90, Galeana simpatizó con la legalización del aborto para acabar con el control del gobierno sobre los cuerpos de las mujeres. También porque creía que la discusión sobre el aborto era una cortina de humo para distraer a la ciudadanía mientras se firmaba el TLC.
Lo cierto es que la relación de Benita con el cuerpo femenino siempre fue de avanzada. Puesto que muy temprano asumió que estaba casada con el Partido, las relaciones de pareja y el matrimonio siempre estuvieron condicionadas a un buen trato y el respeto. Por otra parte, Galeana también separó la maternidad del ejercicio de la sexualidad: Yo no desee a mi hijo, ni sabía qué era […] No puedo decir que concebí a m’hija con gusto porque no sabía yo gozar el momento. No obstante, siempre fue consciente de la potencia del cuerpo femenino, una fuerza que uso durante sus estadías en la cárcel:
Se seguía hablando de que pronto iba a salir la cuerda para las Islas Marías y que nosotras, las comunistas, íbamos a estar en esa cuerda […] Yo propuse que para dar tiempo a que los compañeros hicieran algo por nosotras que, cuando fueran a sacarnos, nos desnudáramos todas para provocar un escándalo. Yo me puse a desnudarme rápidamente. Las demás no sabía qué hacer, pero al ver la resolución con que yo lo hacía, se pusieron también a desnudarse. Nos pusieron en libertad. Nosotras estábamos encantadas, porque les habíamos hecho comprender que nosotras, las comunistas, no necesitábamos nada ni le pedíamos nada al presidente asesino de trabajadores. Les demostramos que nosotras sabemos imponernos y hacer valer nuestros derechos en cualquier parte.
En los años 90 apoyó también al movimiento de lesbianas, pues lo concebía como un asunto de respeto. Para Benita la violencia de género, el derecho a decidir y la sexualidad pasaban por obtener todo aquello que se le había negado a las mujeres para tener una vida digna. Su compromiso con esa libertad se mantuvo tan intacto como su respeto a los principios del Partido.
Así, la desparición del PCM significó un golpe para Benita, pero no el final de su militancia. A sus ochenta años ocupó puestos en el Partido Socialista Unificado de México e, incluso, en el PRD tras el fraude del 88. Sin embargo, en sus últimos años lamentó el giro ideológico de los partidos y regresó a los principios comunistas. Uno de sus últimos triunfos fue que Fidel Castro la recibiera en La Habana. “¿Conociste a Julio Antonio Mella?”, preguntó el Fidel sobre el destino del comunista cubano que murió en México. “Yo estuve en la defensa de las cenizas de Mella”, respondió Benita, quien recordaría el abrazo de Fidel como lo mejor de ese viaje.
Esos últimos años fueron políticamente complejos para Benita. Si bien se involucró en todos los movimientos sociales que se movían por las calles, nunca logró adaptarse a la política del mundo después de la caída de la Unión Soviética. Benita apoyó tanto la Revolución Cubana y la sandinista como la lucha de Sadam Hussein y la del dictador Manuel Noriega en Panamá. Para ella el Partido siempre fue el factor de cambio. El Partido determinó en gran medida quién era ella: Si el Partido con todos sus errores, ha logrado transformar mi vida, arrancándome del vicio, ¡qué no haría si corrigiera esos vicios!
Tras su muerte el 17 de abril de 1995, la casa de Benita Galeana en la Ciudad de México se convirtió en una casa de cultura aún activa. De esta manera su lucha se ha mantenido, como siempre, a ras de suelo. Para los partidos y la política, ahora como antes, Benita Galeana sigue siendo una nadie. Apenas la compañera de las trenzas, una militante de fila, una muy necesaria para que otras como ella supieran que había una camino para decir: Jamás, no me arrepiento jamás. Todo lo he hecho consciente, dueña de mis actos y a mi gusto.
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Gabriela Astorga – @Gastorgap