A Galina Balashova la conocí porque mandé a un amigo a la Luna –con embajada en un risco danés– y me trajo unas fotos que parecían los diseños del submarino de otro amigo con linaje ruso. Eran los dibujos de Balashova. Pero me estoy adelantando y esta historia hay que contarla desde la exosfera.
Es 1957 y somos astronautas rusos al comienzo de la carrera espacial. Hace unos años que murió Stalin, así que la cosa es un poco menos severa. Sin olvidar que la acritud rusa es ávalo patrio. En nuestro equipo de ingenieros, diseñadores y científicos están las mentes más brillantes de la época. Trabajan por un objetivo común: la conquista del Espacio, redefinen lo que entendemos por frontera y expandiendo el conocimiento. Todo, claro está, en absoluta secrecía para que no se enteren los gringos.
Como es de esperarse, el equipo está conformado por hombres casi en su totalidad, con contadas excepciones. Entre ellas Galina Balashova, una joven arquitecta de 26 años encargada de diseñar los conjuntos habitacionales para los empleados de la OKB-1 (Opitnoye Konstruktorskoye Biuro o “Oficina de Diseños Experimentales” ). Hasta entonces había trabajado para el gobierno interviniendo edificios viejos para liberarlos de adornos y sobrantes que apoyaran el lujo tan condenable del antiguo régimen. Hay decenas de OKB, y la que ha empleado a Galina es la “Corporación Espacial y Cohetes Energía”. Balashova pronto es ascendida y se incorpora al diseño arquitectónico de la nave Soyuz.
Nosotros, los rusos, tenemos aspiraciones más extensas que nuestra tierra, así que emprendemos el diseño de dos estaciones espaciales: Salyout y Mir. Para estos proyectos Galina es la jefa de arquitectos y la razón por la que los astronautas estadounidenses envidiarán nuestras estaciones que serán “más cómodas y bellas que un hotel”. En estos momentos de la historia, cada paso dado y cada decisión tomada son una primera vez. Si los soviéticos abrimos brecha para el pensamiento espacial, Galina es pionera de la arquitectura ingrávida. Diseñará paneles de control, sillones y camas en tardán, paredes en colores neutros, pisos verdes y techos azules para que los astronautas nos ubiquemos con mayor facilidad en un lugar con gravedad cero. Así, el trabajo de Galina Balashova reta y redefine los preceptos arquitectónicos. Arriba y abajo, peso y movimiento cambian la ecuación de habitación y bienestar.
Por primera vez un pensamiento brotó, de una neurona a otra, en una corriente de electricidad que se extendió por un circuito interconectado marcando una constelación. Galina mostró empatía hacia lo desconocido, guiada por lo que ella sabía importante: el bienestar. La belleza, la dirección de los pasos, el Norte donde las coordenadas se disuelven. Ahí creó brújulas que fueron colores y texturas. Los ambientes diseñados de esta manera dan lugar para que se vierta el pensamiento y la experiencia de quienes los habitan. Sus acuarelas, delicadas, con una coordinación de colores impecable y el goce por el trabajo detrás de todo, son un pequeño mapa de ese primer pensamiento, recorrido y arado por la técnica y la atención.
Los primeros pensamientos son un impulso eléctrico fugaz; dura un instante y, como la marca de un rayo, dejan delineado el camino. A nuestra Balashova lo que más le gusta es pintar acuarelas de flores, paisajes y retratos que para ella nada tienen que ver con el arte. Quizás Galina se imaginó a sí misma viviendo la ingravidez tantas veces que logró incorporarla a su vida. Su trabajo tardó varias décadas en salir a la luz por su naturaleza confidencial. Hasta el 2018, con un reconocimiento público en Estados Unidos y la publicación del libro Galina Balashova: Architect of the Soviet Space Programme (DOM Publishers) su labor y diseños se dan a conocer.
Desde que supe de ella, ha estado presente en sueños de distintas maneras. Primero en un satélite que caía en la Tierra para convertirse en lago. Luego con una nave espacial donde cabíamos todos. También soñé que ella era muy chaparrita y vivía en Australia porque ahí podía ser abogada en derechos humanos con enfoque de género. En realidad, ella vive todavía en Rusia y sigue pintando sus acuarelas.
Contar su historia, y la del resto de nuestras Ballenas, se entrelaza con los afectos, no tanto desde lo abstracto, sino desde lo concreto. La gente que admiramos y queremos nos muestra los caminos. Quizás sí con la fuerza de un rayo metafórico –el del primer pensamiento. Pero también con lo tangible, como postales lunares o dibujos submarinos.
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Ana Martínez de Buen – @Anamdb
#BallenasBlancas. Alexandra Elbakyan, la hacker del acceso libre al conocimiento