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#BallenasBlancas. Rocío Sagaón: coreógrafa y bailarina. Una falda roja de 12 metros de tela

- Por: helagone

Decimos que algo está “oculto a simple vista” cuando, por lo mismo obvio del referente que tenemos a la mano, dejamos de poner atención. Así existe uno de los pocos fragmentos documentados de Rocío Sagaón en movimiento. Bailando ante una cámara, la vemos, adolescente, en una playa, como objeto de deseo en bikini de un Pedro Infante presidiario, en la película Las Islas Marías (1951). De “la mejor bailarina de danza moderna que ha tenido México”, según palabras de Andrés Henestrosa, lo poco a lo que tenemos acceso como gran público es por su proximidad con el Ídolo de Guamúchil, y no por el papel que esta mujer, bailarina, coreógrafa, actriz y escultora, debería tener por derecho propio en el panorama histórico y cultural mexicano.

Rocío Sagaón ensayando

Una falda roja de 12 metros

Rocío Sagaón nació en la ciudad de México en 1933 y comenzó su trayectoria como bailarina interpretando coreografías de Ana Mérida, otra grande de la danza mexicana, fundadora de la Academia de la Danza Mexicana, lugar de formación de Rocío. Allí también se cristalizaron muchos de los elementos que dotarían a la danza moderna mexicana de un lenguaje propio, nutrido de la convivencia de artistas de diversas disciplinas.

Entre ellos, uno de los más importantes, para la danza y para la vida de Rocío, fue Miguel Covarrubias, dibujante prodigioso y diseñador de escenografías y vestuarios. Con él, Sagaón trabajó para el montaje de Zapata, una coreografía de Guillermo Arriaga, con música de José Pablo Moncayo, y con Rocío como la Madre Tierra, la Madre del Caudillo, el personaje fuerte que da origen y luego recibe el cuerpo exangüe del hijo que la había liberado. En esta coreografía de movimientos dramáticos y escenarios austeros, Rocío Sagaón movía su cuerpo con estertores de parturienta, giraba por el escenario y se contraía y expandía llevando con la cadencia de su cuerpo una falda roja de más de 12 metros de tela, que reafirmaba esta presencia telúrica con sus pliegues y sus valles.

De Zapata podemos ver representaciones contemporáneas aún hoy en día. Pero de aquélla legendaria representación que debutara en el Teatro Nacional de Bucarest en 1953, con Rocío Sagaón y Guillermo Arriaga como los protagonistas, nos quedan solamente una serie de imágenes tremendas que documentara el hermano de la bailarina. Quiso la fortuna que el hermano de Rocío fuera un tal Nacho López, uno de los fotógrafos mexicanos más importantes de mediados del siglo XX, que consiguió retratar en su justa dimensión los movimientos y el dramatismo de la puesta en escena de este ballet combativo.

Rocío Sagaón en el Teatro Nacional

Un elemento inasible

La danza, como cualquier experiencia escénica, es una de esas disciplinas que exigen la inmediatez de ver los cuerpos sobre el escenario, escuchar el sonido de los pies sobre el entarimado, escuchar las respiraciones controladas de los bailarines mientras usan sus piernas, sus brazos, sus cuerpos en tensión y en soltura para transmitirnos lo bello y lo terrible. Quizá sea esta necesidad de inmediateces compartidas la que hace que se desdibujen las historias de las bailarinas en el tiempo. Sabemos que existieron, hay algunas a las que podemos ver en algún registro de la época, y hoy en día es posible revisar actuaciones memorables casi en tiempo real. Sin embargo, en el registro audiovisual sólo podemos intuir ese elemento inasible, esa magia que fueron y han sido capaces de generar las bailarinas y coreógrafas cuando sus cuerpos se ponen en acción en un escenario o en un salón de ensayos.

De Rocío Sagaón quedan sus apariciones como actriz en películas como En este pueblo no hay ladrones o Los hombres cultos. Con ellas podemos darnos una idea de su presencia más allá de las fotografías, con su rostro de ojos achinados y nariz aguileña y su capacidad de apropiarse de los espacios y las escenas con todo y que no se miraba muy alta al lado de sus coprotagonistas. Quedan también imágenes de ella a cargo de los ensayos y montaje de coreografías de otras mujeres como María Parda. Unas imágenes que la muestran involucrada en todos los movimientos que comparte con unas bailarinas, enmascaradas, que la capturan en el gesto exagerado en unas escenas fantasmales, misteriosas, recogidas, otra vez, por la cámara de su hermano Nacho.

Rocío Sagaón en Los Hombres Cultos

Corporalidad creativa

Sagaón terminó sus días en la ciudad de Xalapa, dedicándose a la cerámica, a una escultura que recuperaba influencias prehispánicas y, para ella, otra manera de entender la corporalidad creativa, cambiando las tablas del escenario por los espacios de taller, canalizando la misma energía que la hacía girar sus brazos y piernas como aspas en movimientos espasmódicos en el demandante quehacer del modelado.

Rocío Sagaón fue muchas cosas a lo largo de su vida: bailarina, actriz, inspiración, detonante, la Madre Tierra de un Zapata bailarín y unas manos que dieron forma a otras tierras. Una mujer que, como en uno de sus bailes, fue de aquí para allá haciéndose presente, contundente, en momentos y con personas clave del arte y la cultura en México, y de la que, por distintos motivos, tristemente conocemos poco.

Quiso la fortuna que yo la descubriera en una de las fotos que le tomó su hermano, en donde gesticula, los ojos enormes, las manos en rictus enmarcando y señalando a la protagonista indiscutible de la foto: la enorme panza de embarazada que miramos desde abajo. Y con eso fue suficiente para desde entonces perseguir su imagen, la evidente vitalidad y la fuerza de su cuerpo, para tratar de descubrir las facetas de la historia de una bailarina que lo mismo salió en películas de las que pasan todos los domingos en la tele que en producciones exquisitas de las que nomás queda la leyenda. La Sagaón fue sin duda un referente en la danza moderna mexicana, fue una de las figuras que con su cuerpo buscó construir un lenguaje para una nueva manera de comprender la danza, desde nuestro espacio y desde nuestra historia.

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Alejandra Espino – @ComandanteA

#BallenasBlancas. Amparo Ochoa, la voz de México