El Imperio Austro-Húngaro, el Mago de Oz y Elton John con Carl Perkins y Elvis Presley, toman por asalto mi cabeza- diríamos bajo el cerro de la Bufa: “se me reborujan”- mientras en la Sofía del cuarto día pienso en mis doloridos pies. Difícil caminar esta noche al Teatro de la Armada Búlgara si las condiciones de calzado son las mismas. Pero tú te lo tienes -ya oigo la voz de mi prenda amada reprendiéndome- por entregarte a esos cacles Medura o Ten-Pak de ocasión y llevarlos puestos como si enchílame la otra se pudiera en la Europa del Este así nomás.
¡Tómala!, respondo y cojo al toro por los cuernos al pasar arrastrando la cobija frente a esa tienda expende borceguíes “za obuvki”. Todo octubre sigue siendo mi cumpleaños -me digo con el tono de quien se recomienda a sí mismo un libro de autoayuda– y además, según entiendo el letrero, hay descuento y el leva (moneda local que quiere decir león y equivale a cien “stotinki” es mucho menos doloroso de gastar que el inchi euro irredento.
Elton John publicó precisamente un día como hoy, 5 de octubre, pero en 1973, el disco Goodbye Yellow Brick Road para que fuera su álbum más vendido si es que treinta millones de copias puede considerarse un “buenas ventas” (nótese que ando hablando como si me tradujeran en Anagrama).
El festival que abre hoy y en el que seguirá un grupo holandés con la intervención también de un par de exponentes del jazz local, se llama en inglés precisamente “el de las Piedras Amarillas” y ahí es donde entra el imperio austro-húngaro al asunto.
Viéndolo bien Elton John en la letra de su canción no se refiere demasiado a los personajes que escribió Frank Baum (quien por cierto nació en un lugar de Nueva York que podría haber sido por el nombre mexicano o guatemalteco: Chittenango). ¿Acaso se oye el nombre de Dorothy, el del mago de las engañifas, o el del león, el espantapájaros, el hombre de latón o alguna referencia a las brujas del Este o del Oeste y mucho menos a Toto, el diminuto can que lo dispara todo con su impertinente huida ante el tornado? ¿O sí, Sir Elton? ¿Será que al británico de las mil gafas y otros tantas cachuchas habrá que leerlo entre líneas? Anoche, por cierto, toqué una versión de “Over the Rainbow”, pero eso es otro ingrediente en la mental coctelera que puede quedar en reposo por ahora).
Apunto de una vez que en Sofía hay mucho perro enano. Sólo he visto uno o dos ejemplares callejeros de tamaño respetable. En el piso tres del edificio que habito temporalmente se oye el agudo ladrido clásico de un exponente de esas razas diminutas sólo cuando te aproximas demasiado enfrente de la puerta. Alguien comentó que el perro no existe en realidad sino que se trata de un adminículo puesto ahí por la tecnología. No lo creí. ¿Qué fin tendría? Tampoco lo tiene acercarse a donde ladra el animal virtual o no.
Paso ahora en mi desconcentración que busca hallar respiro con Budapest y con el Kaiser: quien haya venido a Sofía sabrá que el centro luce en el pavimento unas baldosas amarillas que fueron obsequiadas años ha por el imperio Austro-Húngaro a la entonces joven capital búlgara. Con sietemil años de historia no fue sino hasta el 3 de abril de 1878 cuando así se nombró a esta ciudad. Por las sufrientes baldosas que me parecen hepatíticas en ese instante voy a media mañana para llegar al Museo Arqueológico que me permitirá hallar de la prehistoria y de Tracia y Grecia y Roma y Bizancio varias piezas antiguas y luego cantidad de iconos de aquí y de allá recogidos (y el monje aquel vuelve a la historia con su acento francés regiomontano).