Por Óscar Muciño
@opmucino
Un parecido entre la ciudad de México y Tokio es en que en sus metros durante las horas pico siempre hay multitudes. En las mañanas, en los andenes de terminales como Pantitlán, Indios Verdes o Ciudad Azteca caminar es imposible. Luego con “la marcha de los trenes será lenta”, los trayectos se transforman en largos limbos de fastidio e incomodidad.
Cuando abren las puertas de los convoyes vacíos, se abre una disputa por los asientos disponibles. Se avientan bolsas y mochilas para apartarlos, senectos apelan a su condición, la gente corre. Hay uso de la fuerza. Muchos jóvenes se resignan. Y es que los asientos son pocos, aproximadamente 26 por vagón, y los usuarios un chingo. Por la oferta y demanda, alguien pronto ganará un asiento para después revenderlo. Para la gran mayoría sin asiento no todo está perdido pues existen lugares privilegiados para el que va de pie.
Primero, el espacio que hay entre los asientos a los extremos de cada vagón, uno se para ahí y sabe tendrá cierta comodidad, si se puede, agarrado de los dos tubos de enfrente, aunque la mayoría de las veces esto es imposible y hay que cuidarse de no enterrarse la manija de la puerta, misma que sirve como agarradera. Pasa que algunos vagones sólo tienen uno de esos asientos, en el lugar del otro está una escalera roja de emergencia con cerradura en forma triangular. Aquí la escalera funciona como apoyo.
Otro puesto peleado es el pasillo en medio de los asientos, donde tienes una porción de tubo para tu uso, en el pasillo incluso se puede leer libros, fotocopias, periódicos, sacrificando la estabilidad de estar agarrado con las dos manos. Y si la ruta no es subterránea el panorama se ve con tranquilidad. Además que se abre una falsa esperanza a que se desocupe uno de los asientos.
Finalmente, las puertas que no abren durante el viaje, en ellas uno puede recargarse, descansar la mochila entre los pies. Este lugar no es recomendable para pocas estaciones. Hay líneas que alternan las puertas de salida, en ese caso lo mejor es no ponerse espaldas ni recargarse en el tubo horizontal, pues la multitud en menos de un pestañeo te quiebra la columna.