La frase: “He vuelto a Bulgaria”, pudiera ser una mentira pero no lo es. No si es que creo en la reencarnación. (La frase “creo en la reencarnación”, pudiera ser una mentira si éste que soy yo ahora la escribiera. Eso también es cierto. Lo que habría que ver es quién lo escribe).
Yo nunca he ido a Bulgaria pero sí que he estado varias noches cuando en mi sueño me arrojé alguna vez del más alto peñasco en Belogradcik disponiendo, junto a la fortaleza romana que los otomanos ensancharon, de una vida que no merecía. En cada una de las ocasiones en que me suicidé en los Balcanes desperté en la República Mexicana siglos después. Tardé tiempo en encontrar la lógica del mecanismo. Ahora, sabiéndolo, escribo diez, quince mil pies arriba del territorio donde una tarde canté al lado del renacentista decimonónico Kararelov sobre la melancolía de los Aiducos “mitad patriotas mitad bandidos” (como bien escribió Claudio Magris en su vademécum plasmado a caballo entre el ensayo y la novela, la autobiografía y el libro de viaje).
No. No he vuelto a Bulgaria: estoy en ello. Ahora mismo lo que miro es una suerte de desierto y lo que oigo es un canto cardenche de Durango.
“Yo ya me voy a morir a los desiertos, me voy dirigido. Esa estrella marinera sólo en pensar que ando lejos de mi tierra nomás que me acuerdo me dan ganas de llorar”.
Ahora mismo caigo al agua en el océano Índico o tal vez el Caribe mientras vuelo en un avión de Air France que partió a las trece horas del último domingo de septiembre del aeropuerto Charles de Gaulle hacia Sofía.
Ahora mismo vuelvo a Bulgaria adonde nunca jamás he puesto un pie aunque sé que fui amigo, oriundo como soy, al igual que él, de la ciudad de Rustschuk– otros le dicen Rusé– de quien en unos años tendrá, merecido, un Premio Nóbel.
Kararelov -el nombre es Lyuben Stoichev– murió ahí en 1879, 26 años antes de que naciera el galardonado en 1981 Elías Canetti en esa población del bajo Danubio. Yo sigo oyendo las roncas como agudas voces desde la Sapioriz duranguense:
“Pero a mí no me divierten los cigarros de la Dalia, pero a mí no me consuelan esas copas de aguardiente, sólo en pensar que dejé un amor pendiente, nomás que me acuerdo me dan ganas de llorar”.
Es el año de la mayoría de edad del nuevo milenio y en algún movimiento brusco de mi cama dejo buena muestra de mi enconada lucha contra el sultán mientras Canetti juega en “la butica” (mi acento sefardí está algo enmohecido) en lo que la familia se prepara ante la ceremonial inminencia del sabath. Frente a él, frente a su casa, al otro lado del río, está Giurgiu, la ciudad rumana. Sé que un tío alguna vez cruzó el Danubio a nado perseguido por los lobos y sobrevivió porque las bestias distrajeron sus fauces en un premio que lucía mejor. Los trineos en esa parte del territorio visitado por Hércules trabajador, eran arrastrados por caballos. Las bestias acicateadas por el hambre invernal alcanzaron empero a arrancar al hermano de mi madre una pierna que, con los años, fomentos dolorosamente en el muñón y rezos bien dirigidos, le volvió a crecer como sucede, en otras partes del planeta, con algunos reptiles que la cola pierden.
La madre de Elías, que así también se llamó el profeta, pasó un miedo grande mientras un hombre con bíceps más grandes que el pasillo me interrumpe en francés para advertirme que es importante en esta turbulencia que me ponga el cinturón.
-Las lenguas de los lobos- le respondo- eran rojas como la sangre pero él entiende que de beber quiero vino del país de Oc y en el acto lo sirve con cortesía venida de Versalles.
Son las trece horas. Viajo como cada octubre a reencontrar la razón por la que estoy aquí, ahí, acá.
A tu lado, que viene siendo el mío, vuelan con hábitos de monje Cirilo y Metodio.
-Detesto- confiesas- cuando me toca en el asiento de en medio del avión.
Ellos brindan en su idioma y tú los entiendes:
-¡Salud por el vino búlgaro que es cada vez mejor! ¡En especial el tinto!
-Pero es que- les confiesas- yo nunca he estado aquí.
-No importa- responden los dos hermanos a un tiempo- la vida es un déjà vu a punto de ser alcanzado por el olvido y uno a tropezones aprende a caminar:
Eдин препъва се учи да ходи
Edin prepŭva se uchi da khodi
-Sólo espero- dices- que este avión no caiga.
-Nosotros ya no esperamos nada.
-¡Salud!
-¡Zdrave!
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Alain Derbez – @Alain_Derbez