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A cuatro manos. Judith Butler en la UNAM

- Por: hellagone

El pasado 13 de junio asistimos a la conferencia de Judith Butler en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM. Invitados por la Cátedra Ingmar Bergman, decidimos hablar de la histórica visita partiendo desde unas preguntas: ¿qué le dice Judith Butler a una mujer y qué a un hombre? ¿A qué apela una cada uno de ellos un texto que no está enmarcado específicamente en su pensamiento feminista, sino en la representación?

Así, escribimos un texto basado en cuatro momentos del acto público: antes de entrar, la conferencia, la sección de preguntas y respuestas, y la salida. No pretendemos una revisión ni un debate con la conferencia, sino hablar de una experiencia conjunta desde dos perspectivas y las formas que pueden o no dialogar.

La conferencia completa la pueden ver aquí:

Antes

A veces olvido que CU es territorio de la Academia. El jueves 13 de junio, antes de la conferencia de Judith Butler, no pude olvidarlo. El Centro Cultural Universitario estaba lleno de gente, pero no precisamente de comunidad. Desde que llegué, me dio la sensación de entrar a un ambiente de competencia. No se parecía a lo que había vivido en otras ocasiones en que diversos feminismos conviven. Si algo dejó claro este evento es que ahora no nos reuníamos en la calle: esto era una Universidad. Era un acto académico: había universitarias o no, iniciadas o no, asistentes voluntarias o no. Jerarquías: primero o segundo piso, entrada a la derecha o a la izquierda, uniforme o ropa de calle. Juntas, pero con boleto de entrada.

Tremenda cola. Supongo que iba con mis prejuicios muy bien afinados porque me parece que me decepcionó lo rutinario de la ropa y los comportamientos. Ni locura o maquillaje, nada que me hiciera sentir en un evento del Instituto Hemisférico de Performance y Política. De nuevo, uno no sabe a dónde va realmente, va la cabeza primero y después se llega a la realidad, que suele ser menos lustrosa o atemorizante que lo que vive en la imaginación. Mi fantasía dictaba que sería el único heterosexual en un congal de estolas de plumas y animal print. Pero nada de esto pasó.

La gente conversaba. Caras conocidas, otras no; pero famosas sí. Artistas y académicos que uno acostumbra ver en el escenario, pero no echando unas papitas fritas con limón y salsa. Y claro, el típico aire elevado de la conversación de nicho. Escuché a alguien molestar a una persona por no saber quién era Judith Butler y simplemente ir para conocer, escuchar y entender el alboroto, elementos básicos de una conferencia y no una misa o algo parecido. Supongo que tener músculo teórico y presumir un aire de sobrevivencia te permite ser un pelmazo prejuicioso, como yo en ese evento, en algunos círculos. En todos lados se cuecen habas, diría mi mamá.

Durante

Va a sonar raro, pero me sorprendió lo chaparrita y encorvada que está Judith Butler. Y me dio mucha ternura cómo se paraba en puntas o se pandeaba contra el micrófono cuando entraba a un punto que de verdad quería dejar en claro. Pensaba, mientras la escuchaba, lo importante que debió ser para ella, y un enorme grupo, el lograr una voz o una contundencia en su tono. Sé que mi apreciación está empapada de leyenda biográfica y autoral, pero lo pensé ahí, frente a ella, escuchándola con una contundencia muy intencionada.

Por otro lado, me quedo con la reflexión sobre el ruido y su denominación estamentaria. La conferencia se llamaba “Sin aliento, riendo, llorando, al límite del cuerpo”, pero el camino por la risa y el llanto como expositores y trincheras de resistencia en lo colectivo en donde el cuerpo ya no puede ser regulado, pues no sé. Estoy de acuerdo digamos, pero es poco tiempo una conferencia para entrarle con ganas al tema. “Aquello que nos hace estar juntos es el ruido”, ahí justo me quedo.

Judith Butler es una mujer pequeña, muy delgada. Es lo primero que pienso cuando la veo, sin saber realmente cómo esperaba que fuera. Empieza a hablar de ruido y discurso, y me pregunto cómo lo llevará al llanto y a la risa. Me concentro, no tengo audífonos porque quería escucharla de viva voz. Butler es muy clara, pero siempre me ronda la idea de que algo se me puede ir.

Las primeras reflexiones en torno al ruido me atrapan. El ruido no es nada en sí mismo, sino se define en relación al ambiente que lo rodea. Ruido, discurso, música, son parte de un continuo en que los cuerpos buscan crearse un espacio, una voz, un reclamo. El ruido nos une porque decidimos qué parte es discurso, qué es descartable, qué tiene un lugar, y eso también nos define a nosotros ética y socialmente. Recuerdo la clase de filología: el oído humano está diseñado para privilegiar la voz sobre otro ruido. Y luego aprendemos a elegir qué voz escuchar: la de Butler sobre la de la traductora, sobre la de las personas de al lado.

La lucidez de Butler me da la idea de un juego de unir puntos. Da la sensación de que lo que escuchas ya lo habías pensado, de que lo hemos pensado en conjunto. El ruido nos une y, a veces, le llamamos, palabras.

Butler termina de leer. Da las gracias. Aplausos. Desconcierto. De unas filas atrás, entre el ruido, se oye un reclamo ¿y los feminismos?

Preguntas

No sé ya si sea apropiado mencionarlo puesto que, evidentemente, la conversación se encaminó muy claramente hacia el pensamiento feminista de Butler. Sin embargo, dos cosas se me quedaron muy marcadas. La primera sería que tuve la peculiar intuición de que yo podría ser amigo cercano de la pensadora, no sé por qué, pero así fue. La segunda fue su respuesta ante la pregunta sobre el #MeToo y las denuncias anónimas.

Más allá de su invitación de “añeja liberal”, según sus propias palabras, a seguir el debido proceso legal a pesar de sus evidentes fallas. Nunca había pensado en el peso que tiene el anonimato entre la comunidad LGBT+ y las consecuencias que han tenido, entre las minorías acosadas socialmente, las denuncias anónimas. Tengo claro que para los muy inquietos por este fenómeno pues fue muy refrescante escuchar esto, y también pude ver con claridad una de las fronteras tensas entre las diferentes generaciones del feminismo.

Y otra cosa: su preferencia por el #NiUnaMenos frente al #MeToo pues el primero parte de lo colectivo y el segundo desde lo individual, o eso creo haber entendido.

La verdad esperaba el comentario más que la pregunta. Pero el presentador y la misma Butler hacen una buena selección. Me gusta que responde para ampliar la discusión, no para terminarla. Eligen la ineludible pregunta sobre el Me Too. Responde lo que ya había declarado unos meses antes en Argentina: la sucesión de relatos individuales en comparación (que no oposición) al reclamo colectivo. Pero, pienso, ¿y qué hacer cuando, individual o colectiva, nuestra voz es sólo ruido?

No ha terminado de llegar a una conclusión, lo sigue pensando. Hay ciertos suspiros de decepción: ¿quién ya acabó de pensarlo?

Cada que responde hay aplausos y un grito estilo concierto. Seis o siete preguntas después, una buena parte del auditorio se ha ido. En la última pregunta, Butler reflexiona sobre la empatía. Hay algo que la palabra no abarca: el contraste de las experiencias. No podemos experimentar por analogía. Aprendemos cuando las experiencias ajenas sacuden nuestras estructuras sociales. La empatía no siempre alcanza para provocar esa sacudida. “La empatía no es suficiente: Judith Butler”, pienso como titular escandaloso.

Después

Pues me encontré a unas amigas a la salida. Yo iba contento y satisfecho, con bastantes cosas en la cabeza. Ellas estaban muy decepcionadas. No entendí muy bien por qué. Básicamente me sonó a que señalaban a Butler como vendida y que la fama le había secado el seso. Es posible. Este evento armado maravillosamente por la gente que conforma La Cátedra Ingmar Bergman en Cine y Teatro de la UNAM, fue mucho de esto: sensible, brillante e injusto, a diferentes niveles. Una conversación sin afanes de evangelizar frente a un auditorio que vive teoría e ideología de maneras cercanas a lo sacro. Y claro, yo, hombre mestizo latinoamericano mexicano heterosexual de educación superior en la clase media con ciertas notas de deconstrucción pero bien heteronormado, y sin disculpas que ofrecer al respecto, pues escuché y vi, como todo mundo ahí, lo que se me antojó e interesó.

Está lloviendo. La parada del Pumabús está llena de gente. Otros tantos esperamos taxis. Hay tarifa dinámica. Tres veces más cara. Autos con una o dos personas a bordo. Comentamos la conferencia: “Como que vivimos muy cabrón sobre el régimen de Judith Butler”, decimos entre risas. Llega el taxi y nos subimos sólo nosotros. La empatía a veces no alcanza.

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Gabriela Astorga@Gastorgap

Benjamín E. Morales – @tuministro