En días pasados en su blog de la revista Nexos, José Woldenberg publicó un texto titulado “México, campeón del mundo”. En él afirma que la única manera de sobrevivir y de disfrutar “la tragicomedia mundialista” es apoyar a un equipo, y resulta no sólo antipatriótico sino incoherente irle a otro que no seas México.
Más allá de un nacionalismo que se exagera, igual que se exagera la trascendencia del fútbol, sobre necesidades primarias, apoyar a México en el mundial, desear que gane es simplemente una cuestión de ilusión y de esperanza. Justo ahora que arranca el mundial, en el mismo día en que se discuten las leyes secundarias que determinarán nuestro país, que la ONU presentará el reporte en materia de derechos humanos en México, que salen a la vista los gastos excesivos de la Selección Mexicana, que The Wall Street Journal coloca a nuestro país como posible campeón mundial en Obesidad, Homicidios, El país con más especies en peligro de extinción, entre otras bellezas, hoy quizá lo mejor sea apoyar a México en el mundial. Porque, como dice Woldenberg al final de su artículo: ” la esperanza no tiene memoria y renace una y otra vez como si su cumplimiento fuera posible.”
Así que toca irle a México, ser una tribuna que pese, no sólo en la cancha. Pues esto (la esperanza y el apoyo a México) es más que un juego de fútbol y más que una selección. Creer que seremos campeones del mundo es asumir que la tribuna es nuestra. Es nuestra la del estadio, la del Palacio legislativo, la de los espectáculos que quieren ofrecernos como distractores. Si la tribuna es nuestra, nosotros también dirigimos para dónde va el juego.