Los dueños de las cosas y el manifiesto del remix
Por Ana Mata
@tatatactictac
Estoy enloquecida con los bienes comunes. Ustedes tal vez ya habían notado que la propiedad privada es voraz y se ha filtrado incluso en campos como del conocimiento y la cultura, pero yo no me había dado cuenta. Cuando yo nací esto ya era perfectamente normal.
Digámoslo de manera sencilla con un ejemplo: alguien escribe un libro y, naturalmente, esa obra es suya, él la escribió y le pertenece. Estaremos de acuerdo con que esa persona puede cobrar lo que cree correspondiente para permitir que alguien más consuma ese producto: su libro, con su nombre grandote en la tapa y todo.
Pero resulta que no fue siempre así. Los derechos de propiedad son relativamente jóvenes.
Ahora imagínense que lo que esa persona escribió contiene una solución poca madre para un problema que tenemos todos. No sé, la cura para una enfermedad o una manera de generar energía limpia, algo valioso. ¿Sería justo que su descubrimiento no pudiera usarse por todo mundo sino que dependiera de la cantidad de dinero que tiene cada quien? Y extrapolando esto a áreas que empiezan a presentir la invasión de la propiedad intelectual, qué pasaría si nosotros tuviéramos que pagar para poder usar Google o un GPS o el internet en sí. Qué si el acceso a todas las cosas dependiera del dinero.
Pausa. Aquí es donde me atoro y calculo que algunos de ustedes también. Si no es con propiedad intelectual ¿de qué carajos vive el creador? ¿De qué vive el que inventó el internet, por ejemplo? Estuvo increíble que quisiera compartir con nosotros lo que hizo, pero la cosa se pone compleja. Yo soy un digno ejemplar de una generación que creía sinceramente en los derechos de autor. Bah, hasta he llevado a sellar mis escritos al número 143 de la calle Puebla y salgo de ahí contentísima.
¿Y entonces qué hacemos? Porque si seguimos así poco a poco todo va a estar cerrado y eso me preocupa. Se supone que la propiedad intelectual sirve para sacarle jugo –económicamente hablando- al conocimiento y las ideas; que sirve para proteger al creador haciéndolo dueño de sus cosas. Pero, ya, en serio ¿cómo podemos decir que esas cosas son exclusivamente del autor? Este tipo de propiedad legal deja de lado el hecho que, muy probablemente, las ideas que plasmó ese autor en ese libro no sean exclusivamente suyas. En otras palabras, es seguro que la generación espontánea de ideas existe en unos cuantos sujetos geniales, pero en la mayoría de nosotros las ideas se construyen con referencias de los demás. Los límites de la propiedad son difusos por no decir inexistentes. Por eso me encanta que Picasso diga que los buenos artistas copian y que los grandes roban.
Pero volvamos a la incógnita: cómo hacemos para vivir de nuestro trabajo sin derechos de autor. No lo sé, esa es la verdad. Y no sólo no lo sé, sino que me da miedo saber si se puede. Y ya se que me contradigo pero, por más que quisiera vivir de mis cosas, detesto la propiedad intelectual, la odio. Y amo apasionadamente la piratería.
Amo Girl Talk justamente porque es un pirata espléndido que hace bailar. Amo Wikipedia, amo Galaxy Zoo, amo Waze, amo Creative Commons, amo el internet abierto. Y por eso estoy fascinada con los bienes comunes. Y por eso también quiero recomendarles el manifiesto de los que amamos estas cosas:
RiP: A Remix Manifesto from Laurent LaSalle on Vimeo.
Amo la piratería con motivos. En realidad, ni nosotros mismos somos dueños de nuestras cosas con este sistema privado. Normalmente para vivir tenemos que venderle nuestras cosas a los dueños de las cosas que son los dueños de toda nuestra cultura y nuestro conocimiento y eso no me gusta nada. No me gusta que no podamos hablar entre nosotros para pedirnos permiso y usar lo que nos gusta y hacer cosas nuevas con cosas ya hechas. Y eso es hacer algo propio con pedacitos ajenos y está bien también.
Al final de cuentas si alguien roba lo tuyo es porque le gusta. ¿No sería este el mayor alago para un autor?