por Benjamín E. Morales
@tuministro
Empecemos por las confesiones: hace muchos años odiaba los musicales. Me parecían ridículos, tediosos y absurdos. Y después vi Cantando Bajo La Lluvia, y me cambió la vida. Desde entonces soy un enorme fan del género. Esta digresión torpe simplemente para darle una palmadita a los que en estos momentos están diciendo, “claro, odiaste La La Land porque odias los musicales, malvada criatura heteronormada sin corazón, conocimiento o razones para vivir y disfrutar la vida”. Esta afirmación es verdadera hasta cierto grado, pero muy incorrecta en lo primero.
El sábado pasado, lleno de emoción, conociendo la inmensa atención, tanto de la crítica, los premios y el público, que la película ha despertado, fui a ver La La Land. Dos horas después de comenzada, quería matar a alguien. Así, tal cual, tomar a alguien por el cráneo y meterle los pulgares en las cavidades oculares. No pasó por suerte, pero sí me puse a pensar mucho. Y mi conclusión clara es que sólo te puede gustar esa película si necesitas un abrazo muy fuerte y has visto demasiados comerciales en la vida, y claro, piensas que los musicales son tontos y frívolos por naturaleza.
No se lo tomen a pecho, sólo cuiden su salud emocional. Y demanden. No es posible que ese mojón humeante cubierto de betún color pastel sea la película con la que van a sobrevivir el 2017, mucho menos compararla con inmensos trabajos de la humanidad. No es más que una peliculilla, un ensayo, una mierda. Y aquí están mis ocho observaciones al respecto.
1. Un musical tiene forma y fondo
El verdadero arte de un musical radica en el balance finísimo que debe tener entre fondo y forma. Es decir: cuenta algo y lo hace de manera excepcional. Si un musical cuenta de más, pero torpemente, estamos ante un fracaso. O, si un musical cuenta poco o nada, pero de manera hermosa, también perdimos todos. Hay cosas que puedes ser absolutamente bellas, otras simplemente son discurso. El musical no, el musical vive en esa regla. Por eso es un género tal cual.
Discúlpenme pero La La Land es la historia más imbécil del cine en lo que va del año por lo menos. Dos individuos se conocen, viven dos segundos de conflicto, se enamoran y alejan con la misma rapidez, cinco años después viene el reencuentro e intercambian miradas (diría que spoiler alert pero no les estoy arruinando nada). Si ya la vieron pues no me dejarán mentir. De eso trata. Si es que trata de algo. ¿Y el conflicto? ¿Y la lucha? Nada. Esta maraña “genial” apuesta por un público alelado y consumista que se sorprende con los fuegos artificiales y los bailes voladores. ¿Les pareció una oda al amor, los sueños y la humanidad? ¿Los conmovió? Necesitan terapia, apagarle al youtube y salir a la calle. Su vida es de hueva.
2. Una cara no es un personaje
El muchacho conocido como Damien Chazelle es uno de los responsables de este desastre. Y es una tristeza. El amigo apenas hace un año se presentó como el futuro gracias a su enorme Whiplash. Ahora, su primera película es enorme, ¿por qué? ¿La música? ¿La fotografía? ¿La publicidad? ¿Los actores? Sí, todo, y, antes de todas estas cosas, LOS PERSONAJES. Ahí está el tuétano, lo rico, el humus pues, dónde crece todo. El conflicto entre el aprendiz de baterista y el maestro de la pesadilla es lo que hace a la película, y después todo lo demás.
En La La Land no hay un sólo personaje. Un jazzista/amante del jazz conflictivo y neurótico. Una actriz que la quiere armar, también dramaturga de repente, productora, vestuarista y demás. Uno lee esto y dice que vamos bien. Falso. No hay volumen. No hay crecimiento. No hay nada. Cada uno de estas estampitas unidimensionales se mueven por la película sin alterar nada, sin cuestionar nada. Claro. Él se vende a la “poderosísima industria del soft jazz“, ella entrega el corazón en una puesta en escena fallida. La vida se presenta demasiado compleja para luchar. Cinco años después lo lograron. ¿No es mejor cualquier comercial de Apple o ADIDAS? No mamen. Ténganse respeto y reconozcan que ser humano, en un musical o no, es infinitamente complejo y el arte es una representación de lo mismo. Si andan buscando otra cosa pues la masturbación es la respuesta.
3. Los estereotipos
Evidentemente los musicales, o por lo menos los más recientes, están cargadísimos de estereotipos. Vivimos una época en la que parece, con salvedades bellísimas, ya no hay nuevas ideas. Y esto tampoco está mal. Pero como en todo trabajo, si el tratamiento es torpe, la situación es simplemente vulgar.
Cada uno de “los personajes” es basicamente un nicho de repeticiones absurdas. Y decir “personajes” en plural es mucho decir. ¿Alguien recuerda a las amigas que tienen todo un número musical? ¿O a la hermana regañona que al final podemos comprender que se casó y es feliz y tiene un hijo y no sé qué tantas tonterías? ¿O al jefe del bar que, humillantemente, interpreta J.K. Simmons? Si se acuerdan son unos ociosos. Lo cierto es que no son más que estereotipos que no llegan a ningún lado. Nuevamente, caras unidimensionales sin ningún motivo, sin ninguna necesidad real dentro del argumento. Ah, claro, bailan y cantan. Y si eso los satisface, pues qué poco han visto.
Y claro, los estereotipos exceden a la misma película. ¿El cast no es una celebración a los valores caucásicos, disney-chickflickeros imperantes en Hollywood? Es más. Es una película de amor. ¿No hay muchas ya? ¿Se vale que sea para retrasados porque es de amor, el tema más manoseado de la historia? Falso de nuevo. El amor, como otros temas universales, la muerte por ejemplo, o la amistad, es universal y atemporal justamente porque creadores de altísima clase siempre han logrado regresarlo a la novedad. Hace unos días vi Swiss Army Man y me quedó claro que para volver a hablar de amor y amistad y hacer algo interesante sólo necesitas una buena idea. En La La Land no hay una sola buena idea.
4. Algunos sólo quieren canciones tontas de amor
Este punto sí es gravísimo, de verdad me saca de quicio. Y no lo esgrimo desde la trinchera de los profesionales, pues no lo soy, sino desde el agreste patio del público: terminando la película no recordaba más que un par de tonaditas. No hay una sola canción memorable. Nada. Nada. Nada. ¿Imposible de creer? ¿Ustedes recuerdan un número que de verdad les haya provocado algo? ¿Más allá del periplo aspiracional y lacrimoso de Emma Stone celebrando a los poetas y loquillos como bien nos enseñó Steve Jobs?
Un musical, un enorme musical, uno merecedor de más de 19 nominaciones al Oscar, no se puede dar el lujo de tener una paleta musical tan opaca. Claro que la instrumentación y, sobre todo, el diseño sonoro, están para destacarse. Pero, ¿y las rolas? Dos o tres a lo máximo, aplastadas y repetidas hasta el cansancio. Sin contar con el desatino con el que se inaugura este recorrido apestoso a baño público, una coreografía para celebrar a Los Ángeles, sus ilusiones, personajes y tráfico, un etc nauseabundo.
De verdad me gustaría que alguien me explicara en qué medida esta película es una pieza valiosa. O que alguien me recordara tal o cual canción que vamos a reconocer el resto de nuestra vida por la simple razón que una gran canción es el triunfo cultural de este género. Paul McCartney en algún momento dijo que algunos quieren llenar el mundo de canciones tontas de amor en respuesta a una bravuconada de Lennon. Y estamos de acuerdo, necesitamos más canciones de amor. Pero BUENAS canciones de amor.
5. Un tributo no es una película
Lo hemos escuchado hasta la saciedad. La La Land es un tributo a los grandes clásicos del género. Una reinterpretación. Un mirada al pasado desde el futuro. Y otras frases para llenar un póster promocional.
Está muy bien. Pero, aparte de eso, ¿qué mierdas importa? Si un tributo está mal hecho y se sirve exclusivamente de la nostalgia, ¿es un tributo o un insulto? Saltemos a dos ejemplos claros. El tributo famoso a José José es un disco que todos recordamos con amor, en principio por su alineación, pero también por la forma en que entregaron los clásicos ya tan conocidos. Por otro lado, el tributo a Morrisey, el famoso Mexrrissey, ha pasado a la lista de la infamia y la mediocridad.
Los clásicos no están ahí para la nostalgia, ni para recuperar recuadros o guiños. Están ahí para aprender. Por algo son clásicos. No son esculturas de marmol. Están vivos porque son perfectos. Tratar de rasguñarles el lustre para mancharse un poquito de grandeza está entre las mañas más arteras que se pueden cometer.
6. Luces, cámara, ¿acción?
Por todos lados lo escucho: la fotografía, la precisión, la sincronía, la técnica. ¿Y el cerebro? Un montón de recursos y sumas millonarias no sirven de nada si no tienes nada que decir. Si cuentas con los mejores en tu equipo, pero la meta común es deslumbrar artificialmente, no hay mucho camino a recorrer.
La La Land pareciera más una pista de circo. Por ahí andan los payasos, ahí vienen los domadores, de repente hay acróbatas, y listo, todos a su casa. Claro que está realizada maravillosamente. ¿Y qué más? No mucho. Eso es lo terrible.
7. Las caras y los premios
Y llega la temporada de las nominaciones y, oh sorpresa, la antorcha del conformismo está nominado hasta por respirar. La La Land ya es una de las películas más exitosas de la historia. No sobra preguntarse los porqué de esta circunstancia. En principio sabemos que el cast principal está entre los afortunados. ¿Motivos? Ryan Gosling aprendió a tocar el piano. Emma Stone tiene unos ojotes y llora ante cualquier provocación. Bailan bien, sí, medio cantan, que tampoco es tan necesario (a pesar de ser un musical).
Si bien los premios no hablan siempre de la calidad de una película, sí son elocuentes en términos de intereses y, sobre todo, del camino que la industria tomará en los próximos años. Estamos hablando de que el dinero anda sin discreción hacia lo inocuo y la necesidad de la satisfacción inmediata con muy poco. Pensemos en que si antes una familia estaba satisfecha con una cena de tres platillos, ahora debemos estar a gusto con una cucharada de azúcar, citando a un, eso sí, gran musical.
Todas las nominaciones en cuestiones técnicas son bien merecidas, pero Mejor Película, Actores, Música, Canción, ETC, son farsas bien montadas para falsear la dirección que en realidad debiera tomar la brújula en momentos como el actual, pensando claramente en el acoso que la industria del entretenimiento comenzará a sufrir en los siguiente años.
8. De suspiros y nueces huecas
No seamos ingenuos. Todo lo que pasa por los grandes estudios de Estados Unidos está empapado de babita aspiracional. Pero hay de aspiraciones a aspiraciones. La La Land representa la más baja y simple de todas. Hay comerciales más honestos de dos minutos, que estas dos horas de promesas a la Coelho, a pesar de que hasta el brasileño detestó la película. Ya para que el autor les venga a platicar lo que es evidente, pues qué penita ustedes.
Es muy sencillo. También hay de porno a porno. Cada quien elige su porno. Unos quieren argumento y producción, otros se satisfacen con ver una boca llena de caca. Otros le apuestan al orgasmo falso, instantáneo y precoz. Tristemente pareciera que el gusto general está fincado justamente en eso: en el suspirito, la gotita de sudor, en la falta de complejidad, en la caricia torpe en un vagón del metro.
“Sigue tus sueños, lucha por lo que más amas, pero tampoco tanto. Mejor sueña mucho, lucha poco, nunca te vendas a la macabra industria del Soft Jazz, témele a John Legend. Con suficiente inocuidad conseguirás lo que te mereces, sobre todo si eres blanco, si eres bello.” ¿De verdad no les suena a nada? ¿Su vida es tan simplona que una dosis de Coca Cola en formato pantalla extra gigante los conmueve al borde del aplauso? ¿Qué hay en esos huecos que sólo hablan de la falta de discurso, de intención, de palabra, que hablan tan liricamente de ustedes mismos? ¿Necesitan, una vez más, ser engañados, ahora grotescamente, porque ni siquiera les quieren vender un auto, sino cómo podria ser su vida solitaria y gris? Les digo, si amaron este panfleto inspiracional, dejen de hablar mal de Coelho, Arjona o Televisa, porque no son mejores. Es más, la cagan al doble, porque si un gringo se los vende sí es aceptable.
Conclusión
Lo sencillo no es malo. Lo trillado tampoco. Pero no estamos hablando de eso, estamos hablando de simpleza, mera y llana simpleza del espíritu. Y no es de sorpresa, es el producto de exportación número uno de los EEUU. ¿Pero defenderlo, alabarlo, celebrarlo? O, peor aún, ¿agradecerlo? Mejor ahorren y vayan a terapia porque se odian un chingo y tienen unos desmadres muy dignos de explorarse.
Si para este momento no queda claro que odié profundamente la película, pues me declaro en estado de estupefacción. Y claro que esto es un berrinche, pero hasta el berrinche se debe llevar hasta sus últimas consecuencias, porque estoy enojado con todos. Porque amo los Oscar y amo Hollywood, y por lo mismo no me permito ni me quedo conforme con su ínfimo respeto por la audiencia, o el musical o el cine en general. También sé que si vienen reclamos, incluso eso será más interesante que esa porquería que ahora todo mundo, salvo Coelho y yo (me muero), celebra.
El musical es una hermosa forma de retratar la realidad. Una ficción total. Un trabajo del alma y, ante todo, del cerebro. No nos vendamos otra definición. Les dejo cinco sugerencias de musicales complejos, divertidos, hermosos, bien realizados y con una descripción de lo humano precisa y dolorosamente asertiva.
Cantar y bailar no son cosa de tontos, no son colores y luces. Es eso y más. Es la verdadera revolución de la vida. Si no demandamos, nos merecemos La La Land, y tantas cosas más.