Hoy a las 2 de la tarde, los Melí Meló estarán Con hambre de… Infrarrealismo. Movimiento encabezado por un grupo de jóvenes que deseaba volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial.
Para recordar un poco los principios de este grupo, les dejamos una entrevista que realizó Iván Cruz Osorio a Marco Lara Klahr, editor de los ifrarrealistas. La entrevista fue publicada en la Revista Viento en vela, en Septiembre de 2006.
Entrevista a Marco Lara Klahr sobre el Infrarrealismo
Reconocido como uno de los periodistas mexicanos más relevantes por su integridad y compromiso con la tarea de búsqueda de las razones o sinrazones de la noticia, Marco Lara Klahr (ciudad de México, 1962) hacia finales de los años 80 conoce al poeta infrarrealista Mario Santiago en el periódico El Financiero. Con Mario Santiago iniciaría la editorial Al este del paraíso, la cual publicaría a varios poetas infrarrealistas y se reconocería como la editorial de ellos. En la presente entrevista Marco Lara Klahr aclara el manejo de la editorial, la última época en la vida de Mario Santiago y nos da nuevas luces sobre el fenómeno del Infrarrealismo.
Iván Cruz Osorio: ¿Cómo conoces a Mario Santiago?
Marco Lara Klahr: En 1987, yo entré al Financiero, y voy a decir muchas cosas que a los propios infrarrealistas les pueden molestar porque Mario Santiago tenía muchas facetas, es decir, no era sólo el poeta maldito sino era un hombre que tenía muchas otras cosas que podían hacerlo parecer más como un pater familias, en algunos casos. En 1987 yo entré al Financiero, y él trabajaba ahí como corrector en la mesa de redacción, yo también. Era alguien que, por su aspecto, la propia gente de la redacción rechazaba terriblemente, y yo lo veía en los baños echarse un trago en su anforita, y a mí eso se me hacía muy interesante, se me hacía genuino.
I. C. O: ¿Cuál era su aspecto?
M. L: Mario Santiago era un hombre que bebía muchísimo, era alguien que tenía aspecto de alcohólico. Tenía marcas en el rostro, tenía los ojos siempre faroleados (redondos) porque siempre traía un pegue o un toque encima, tenía un bastón y cojeaba, tenía el cabello ralo. Hablaba muy fuerte, tenía unos bigotes prehispánicos. Era muy moreno, tenía la nariz de alguien que ha recibido golpes. Además tenía aliento alcohólico permanentemente. Era alguien, que en la lógica burocrática de una redacción, de inmediato era visible y rechazado, y a mí se me hacía alguien muy interesante.
I. C: ¿Entonces a partir de esto conoces el infrarrealismo?
M. L: …Me parece que mi contacto, mi fascinación con Mario era una amistad mutua, y yo digo que era una fascinación mutua porque yo era más joven que él, obviamente, mucho más joven que él; porque mi posición era muy abierta con él desde el principio, es decir, no era ni de rechazo ni de amabilidad excesiva sino era una actitud de querer ver quién era este cuate, yo no sabía ni quién era, ni que era infrarrealista. Yo me acuerdo que en El fogonazo, que era un bar que estaba en Lago Bolsena íbamos a beber, y él a veces estaba ahí con amigos bebiendo. Una vez estaba yo en el bar y lo saludé, le dije ¿cómo estás poeta? ¿por qué no nos enseñas algo de lo que has hecho?, entonces él me dijo ¿me invitas un trago? Se sentó y estuvimos platicando. No lo volví a ver en meses. Un 22 de diciembre me llamó, yo creo que del 88, y me dijo ¿No quieres venir a mi casa a beber? Le dije: Sí, claro. Estuvimos ahí tres días, bebiendo, fumando mota; tomamos todas las caguamas, todo el vino tinto, todo el aguardiente, tenía un aguardiente colombiano anisado muy bueno que compraba en estas vinaterías… muy bueno. Vino tino y ron, todo, fumando cigarros sin filtro, oyendo a José Alfredo Jiménez, leyendo poesía, él leyendo poesía. Como tú sabrás o no sé si sepas, él escribía, habitualmente, no digo que siempre, pero escribía en círculos en torno de las hojas de los libros o de las revistas o de cualquier publicación, en los bordes blancos; son muy bellos.
I. C: ¿Cómo surge la editorial Al este del paraíso?
M. L: Durante muchos años, Mario y yo repetimos esas borracheras, muchas veces eran borracheras que acababan mal, acababan en pleito, en insultos, en ofensas, en gritos o en carcajadas, porque nos queríamos mucho. Era alguien muy ofensivo, yo también era muy ofensivo. Oíamos mucha música. Después me visitó mucho. Era una gente increíblemente cálida con mis hijos, pero en unos niveles que yo no he vuelto a ver en mi vida, era verdaderamente cariñoso con mis hijos. Me visitó mucho, caía inesperadamente o me llamaba o me dejaba un avisito ahí en la puerta de que llegó. Fuimos haciendo una amistad, yo digo que entrañable. Nos íbamos a emborrachar, a beber a los bares. Otras veces lo hacíamos en su casa del Lago Bolsena, porque vivía a una cuadra, prácticamente pasando la calle del Financiero, después se mudó a Tlatelolco, y seguimos viéndonos.
Una de las cosas que consolidó nuestra relación fue que, a diferencia de las relaciones que él tenía, que eran relaciones en el mundo de los poetas y de la burocracia, porque conocía a mucha gente de la burocracia cultural y del establishment, una cosa que le pareció muy importante y que le generó un nivel de confianza fuerte es que yo mil veces le insistía: güey es que tienes que ordenar esto, sistematizarlo y sobre todo asegurarte de que se conserve, si tú te quieres morir, muérete, pero esto tiene que quedar. Él ya había tenido unas experiencias feas, no recuerdo bien ahora, pero ya había tenido experiencias de gente que no había cumplido acuerdos de publicarle algún libro, se había expropiado algún tipo de original; y ya una mujer que él tuvo, que fue Carolina Estrada, había tirado un costal, según me platicó Mario, con poemas, lo había quemado. Yo sentía eso en él, y yo siempre he sido muy cuidadosos con eso, sobre todo no parecer ni ser gandalla con el trabajo de los demás; como yo sentía que él tenía ese temor, yo le decía: güey, coge todo esto y llévatelo a mi casa, y tú siéntate en la computadora, y tu mételo en este disco, y tú te llevas el disco, o sea, te sientas, trabajas el tiempo que quieras y te llevas tu pinche disco güey, yo no tengo nada que ver, si quieres yo te puedo ayudar después a corregir, a revisar, o lo que quieras. Lo hizo, durante meses estuvo yendo a mi casa, y yo lo dejaba ahí: se sentaba, se ponía a meter a la computadora, hasta que metió todo, era muchísimo. A él le parecía que eso era muy buen gesto. Lo empezó a hacer, y parte de ese trabajo es el que está, de hecho, yo creo que el único trabajo que hay de él inédito es el trabajo que hicimos en esa época, que me acuerdo que yo probablemente le ayudé un poco a meter eso. Pero en todo caso el único trabajo que queda, a parte de unos originales, sistematizado es ese trabajo.
I. C: ¿A partir de que él captura sus poemas, surge la idea de hacer una publicación de autor?
M. L: No, no se pensó así. Después, se vino la crisis, el error de diciembre; en general todo ese año del 94, 93, esa época del último tramo del salinismo, el país estaba muy deprimido, uno se sentía de la chingada, el ambiente era terrible. Entonces de pronto un día me rebelé internamente y dije: los políticos sólo nos han hecho agravios, de los políticos nunca recibimos nada, y como vemos seguimos sin recibir y seguiremos sin recibir; ¿por qué tenemos que vivir los seres humanos como esperando algo que jamás va a suceder? Tenemos que prescindir definitivamente de estos cabrones, y lograr que sólo nos dañen lo menos posible, porque sólo recibimos agravios de ellos, es decir, eso es una fatalidad; finalmente, si sólo recibimos agravios de ellos, quiere decir que estamos en cero. Esto me pasó a mí, y entonces le llamé y le dije: necesito hablar contigo, y fui a su casa a las dos de la mañana. Le dije: vamos a publicar tus libros y vamos a publicar otros libros. Pero no los vamos a publicar como quiere la industria o como dicta la industria, vamos a hacer tirajes de doscientos ejemplares, y los vamos a meter por todos lados. Eso hicimos. Esa noche la acabamos, como muchas veces, a insultos, porque él decía: vamos hacer un primer tiraje de cinco mil y se van a vender como congeladas, la gente las va a venir a comprar por la ventana, van a tocar, los van a comprar y se van a agotar los cinco mil. Dije: no, maestro, lo que estás diciendo es un acto soberbio, un acto burocrático. Tenemos que empezar por un lado: vamos a hacer una editorial pirata, que se asuma pirata, vamos a tratar de hacer una editorial que contenga un componente de robado apropiado, y lo vamos a decir, decir: es una forma de resistencia; yo no voy a actuar como actúan los burócratas. Yo voy a hacer doscientos y, si vendemos doscientos, seguimos publicando hasta publicar cincuenta libros, cien pinches libros, de doscientos en doscientos en doscientos. Ya, que la gente lo copie, lo piratee, nosotros qué. Vamos a colocar doscientos. Y vamos a meter los ejemplares del veneno, vamos a hacer una lista de los que los tienen que recibir gratis, cada edición, que les duela el estómago. Esa es la correspondencia del odio, vamos a cultivar el odio. Me dijo: no, que la chingada, que es mi obra. Le dije: es un acto de soberbia, eres un estúpido, eres un poeta light, eres un teporocho light. Nos enfurecimos, él me mentó la madre, yo se la menté, y nos salimos. Al otro día me llamó y me dijo: vamos a hacerlo, yo ya sé todo lo que vamos a hacer: cuánto nos va a costar la inversión, qué circuitos de distribución vamos a establecer, y va a ser un éxito, porque van a ser doscientos ejemplares bien colocados, estratégicamente colocados como si fueran cien mil. Y eso pasó, no estoy exagerando.
Yo había soñado un libro, yo había soñado un formato, esas de moñito, yo las traía en la cabeza, y decía: ¿qué solución? Con esa cosa del moñito y ese formato ¿cómo lo voy a hacer? Yo trabajaba en Donceles, salí y, en una librería de viejo, había un poema, había una plaquet idéntica a la que soñé, de un poeta que había sido diplomático en la época de Cárdenas, Gregorio Pun?, algo así. Ahí estaba: una plaquet amarilla que se leía así, con su moñito rojo; ahí estaba la solución técnica. Entonces ya compramos el aparato para hacer el ojal y todo. Empezamos a hacer muchas fórmulas, yo puse una inversión, buscamos lugares: secretarías de estado, cualquier tipo de lugar donde pudiéramos imprimir deliberadamente como una expropiación de los poetas. Así empezamos a hacerlo. Mis hijos ayudaban a encuadernar. Hicimos más de sesenta recitales, presentaciones, en un año y medio.
I. C: ¿El primer libro que publicaron fue de Mario Santiago?
M. L: Sí, fue Beso eterno.
I. C: ¿En qué año fue?
M. L: Fue en 94.
I. C: En 94 inician ¿y a partir de ese momento editan las plaquetcillas con este formato?
M. L: Sí, la idea es que yo no me metí nunca en decisiones editoriales, salvo cuando juzgué que Mario Santiago estaba teniendo una actitud muy sectaria, porque nunca hablamos de que sería una editorial infrarrealista, eso es importante de decir. Hablamos de que sería una editorial que iba a publicar a quienes nadie quería publicar, eso fue exactamente lo que dijimos. Yo me puse como director general, porque me pareció que era la manera de facilitar cosas. Mario y yo lo decidimos, originalmente íbamos a quedar como codirectores, pero decidimos que él quedara como editor literario. Lo vas a ver: editor: Marco Lara Klahr, editor literario: Mario Santiago Papasquiaro, editor de fotografía: Sandro, que es un buen amigo, que es el que hacía todo el trabajo de serigrafía, y ayudaba a promover, administración: María Hernández Colín, relaciones públicas: Isabel Pérez Cerqueda, que era una mujer que tenía todas las virtudes para meterlo donde queríamos, Marco Lara González, que es mi hijo, ayudaba en la edición, y Laura ayudaba en la distribución, en la venta en las presentaciones, organizar las presentaciones, después también se incorporó a la edición. La idea era hacer una cosa que pareciera, que por lo menos desorientara a la gente y no supieran qué clase de personas eran esas. Pero no surgió como una editorial infrarrealista, sino la idea textual era publicar a quienes nadie quería publicar.
I. C: Yo recuerdo que hay una plaquet del poeta Efraín Bartolomé, quien está fuera de todo esto, ¿publicaron a alguien más que estuviera fuera del infrarrealismo?
M. L: Yo creo que sí, no sé. Guillermo, Julián, Ismael no eran infrarrealistas, que yo sepa. Ismael trabajaba como mensajero en una oficina. Creo que había algunos que no eran infrarrealistas, y que buscamos mucho, como Julián o como el propio Ismael, que eran cuates totalmente outsiders, que eran súper proletarios, sobre todo Ismael. Julián era un hombre con una historia muy dura, con una vida muy dura, pero no recuerdo que fuera infrarrealista, aunque había estado vinculado y aunque tenía el perfil de algunos de ellos.
I. C: ¿Esta editorial se sostenía solamente con las ventas?
M. L: Sí, tenía algunos principios éticos deliberados. No era algo que hubiera surgido como un impulso, como deseo de trascendencia convencional. Primero, la idea era demostrarnos a nosotros mismos que era posible respirar, oxigenarnos, que era posible romper esa atmósfera en la que todo se reducía a la crisis económica, que era algo muy castrante: “no puedes hacer nada porque hay crisis económica”, pero tampoco puedes hacer la guerra, entonces ¿todo lo que te quedaba era la nada y quejarte? No. Eso era el primer espíritu. El segundo espíritu era, sin duda, publicar la obra de Mario, sin duda. Por lo menos te estoy hablando de lo que a mí me interesaba. El tercer espíritu era que Mario tenía un móvil para esta editorial, Mario encontró en esta editorial un sentido de vida o uno de los sentidos de vida; porque, además de disciplinarlo en el trabajo, ganaba un poco de eso, un poco, no digo que de eso viviera, ganaba un poco de eso, veía gente.
Hicimos más de cincuenta recitales, estuvimos en la casa de México, de París, allá fue un poeta, que fue Manjarrez, a hacer una presentación; estuvimos en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en Aguascalientes, en Michoacán, estuvimos en un montón de lugares; aquí estuvimos en Bellas Artes, en la Casa Lamm, en la librería Bonilla, en el museo Trotsky, en el Hijo del cuervo, en el X Teresa. Hicimos decenas de recitales y de actos, con música en cafés, como El tapanco de los enanos. Cuando no teníamos dinero, yo contrataba un organillero del centro o un tipo que tocaba con clarinete a los Beatles, los alquilábamos por dos horas, y los llevábamos al recital, mientras estaba el recital afuera estaba el organillero tocando. Hacíamos todo tipo de cosas así.
Y sí, era una editorial autosustentable. Mario vendía muy bien los ejemplares. En librerías los metimos en Gandhi, en Casa Lamm, los vendimos en presentaciones, hubo unos que prácticamente se agotaron en la presentación. La idea de los doscientos ejemplares era tratar de romper este asunto petulante de que los libros se venden o de que la gente tiene la obligación de comprar libros. La idea era, más bien, publicar ejemplares viables para nosotros económicamente, y que llegaran a la gente que nosotros quisiéramos que llegaran, y que después se distribuyeran de otra manera, por otro tipo de vías. Y sucedió, yo conozco a mucha gente que tiene fotocopias.
I. C: ¿Tú crees que Al este del paraíso se convirtió en un catalizador en el resurgimiento del movimiento infrarrealista?
M. L: No sé. Yo tengo la hipótesis de que el movimiento infrarrealista no fue tal, pero te estoy diciendo que yo no soy un especialista ni mucho menos, y soy mal lector de poesía. Yo tengo la impresión de que el infrarrealismo eran dos o tres: Mario Santiago, Bolaño y otros dos: un peruano, Bruno Montané. Otros eran más como una especie de adherentes más por una actitud que por un estilo, o más por una posición ideológica o una posición frente a la burocracia de la poesía. Y no sé si lo revivió, porque siempre estuvo. Yo creo que lo renucleó. Creo que Pedro Damián, Roberto Bolaño, Mario Santiago, Manjarrez, Ramón Méndez y otros siempre estuvieron haciendo poesía, pero esto los volvió a nuclear. Hay que entender que Mario Santiago, quien tenía funciones de gurú y actitudes de gurú, de manera sistemática calificaba o descalificaba, incluía o excluía a quienes eran o no infrarrealistas. En una actitud un poco sectaria, caprichosa, producto de sus filias o productos de sus peleas o reencuentros de borrachera.
I. C: En aquel momento publicas a Roberto Bolaño en una de estas plaquets, ¿cómo era esta relación entre Bolaño y Mario Santiago? Respecto de esta posición de gurú que Mario tenía.
M. L: Roberto Bolaño y Mario Santiago hablaban mucho por teléfono, horas, frecuentemente, y se escribían. De hecho yo me carteé dos veces con Bolaño, pero no encuentro esas cartas. En ese tiempo, Bolaño era un hombre que, según recuerdo, se dedicaba a la pizca, y de hecho un día me platicó que se dedicaba a la pizca en la zona rural de Barcelona. Ellos hablaban, se escribían, se mandaban cosas, y sobre todo, yo recuerdo, que manejaban un lenguaje común, que eso es algo muy complicado; generalmente, en ese tipo de relaciones alguien se distancia o, si alguien empieza a encontrar otros caminos o empieza a encontrar el éxito probablemente se distancia. Pero ellos tenían una sorprendente fluidez en la comunicación, se entendían maravillosamente. Probablemente influía la distancia, probablemente si se hubieran emborrachado todos los días como le pasaba con Mario Raúl Guzmán o con Orlando Guillén, hubieran acabado de la greña, porque se peleaba a cada rato con Ramón Méndez y se reconciliaban, con Mario Raúl Guzmán y nunca se reconciliaron. Así vivía, era un mundo de borracheras permanentes, de encuentros y desencuentros todo el tiempo.
I. C: ¿Cuánto tiempo se mantuvo la editorial?
M. L: Unos dos años. Fueron tres años de ensueño, pero dos de producción. Una de las cosas que discutíamos era que yo me negaba a que se convirtiera en una editorial infrarrealista. Yo mismo dije algunas veces que no era una editorial infrarrealista, estoy pensando que quizás eso se debía en parte a mi ignorancia, pero también a mi disgusto de que se convirtiera en una especie de instrumento de una pequeña mafia o de algo que emulara a las mafias, que es algo que siempre he detestado, porque todas las mafias acaban en burocracia. Así que yo mismo dije que no era una editorial infrarrealista, aunque ellos muchas veces hablaban de Al este del paraíso como una editorial infrarrealista.
Trabajamos duro, yo hacía toda la formación, Mario hacía toda la captura de los textos en mi oficina o en mi casa, se sentaba disciplinadamente y tecleaba todos los textos, yo lo revisaba, los comparaba, con mis hijos, yo los formaba, Mario revisaba originales. Me acuerdo que cuando yo llegué con la impresión de Beso eterno, era una tira que tenías que doblar, luego hacerle los hoyos, luego ponerle los ojillos y luego hacer los moñitos, entonces cuando yo llegué con la tira de los forros, Mario lo vio extasiado y dijo: eres Dios. Y lo besó.
Yo me negué siempre a que fuera infrarrealista. Me pareció que era importante que todos trabajáramos, yo mismo obligaba a Mario, le decía: no trabajas, no hay libro. Yo no voy a hacer tu trabajo: tú eres editor literario, es tu pedo. Esta no es una editorial infrarrealista, ni somos una mafia, entonces ve buscando por lo menos un poeta de otra y un infrarrealista, eso yo lo puedo aceptar, no puedo aceptar puro infrarrealista. Así fue como llegaron otros. Y algo más había, había mucha piratería, apropiación de material, de impresiones, y todo se vendía. Cuando algunos libros llegaron a agotarse, yo me negué a hacer reediciones. Mario me decía: vamos a reeditar, por ejemplo, el de Efraín Bartolomé, que se agotó el día de la presentación en el Mamá rumba, de la Roma. Yo le dije que no, le dije: Al este del paraíso es un proyecto efímero, que nació sin futuro, porque nosotros queremos que no tenga futuro, no queremos trascender, queremos desaparecer, queremos hacer doscientos ejemplares para que se queden en algunos lugares de gente que los ame. Y ha sucedido, yo he tenido las experiencias más locas que te puedas imaginar, como encontrar a gente que en otro país tiene esta cosa, en Holanda por ejemplo.
I. C: Y en Internet puedes encontrar que se están vendiendo, y muy caro…
M. L: Sí, pasó lo que tenía que pasar. Yo le decía, somos fuegos fatuos. A mí no me interesa hacerme famoso, no me interesa hacerme millonario, no me interesa lucrar. Me interesa ofender, y con esto estamos ofendiendo; y me interesa resistir, y con esto estamos resistiendo. ¿Quieres otro libro? Busca otro autor. No vamos a hacer reimpresiones.
I. C: Ahora con el boom que fue Bolaño, que realmente desempolvó al infrarrealismo, ¿nunca surgió la idea de reeditar algo de todo esto?
M. L: No, no.
I. C: ¿Son los mismos motivos?
M. L: Sí. Lo que a mí me había parecido pertinente era hacer un volumen con todo Al este del paraíso. Eso lo pensé últimamente. Pero, la verdad es que yo mismo fui el enterrador de Al este del paraíso. Yo me dediqué dos años como obseso, y cuando estaba yo agotado, exhausto; mi economía agotada, no por esto sino por mi obsesión, porque esto fue autofinanciable totalmente entre las ventas y lo robado.
Fuimos a un congreso en Monterrey sobre editoriales alternativas e hice un ensayo sobre qué era Al este del paraíso, ese texto se perdió y yo creo que era algo interesante, porque era una posición política sobre la editorial. Ahí, yo decía que era una editorial informal, ilegal, sustentada con actividades ilegales, y que la persona que tenía los libros tenía en parte productos robados, que era una editorial que no sólo no había pagado impuestos sino que se proponía no pagarlos. En eso residía la posición de Al este del paraíso, en su subterraneidad.
I. C: Entonces, por lo pronto, no tienes ningún proyecto de querer rescatar nada.
M. L: Yo estaba pensando, lo hablé con Rafael Catana hace unos días, que probablemente un volumen con Al este del paraíso valdría la pena. Pero no sé, yo prefiero que sucedan esas dinámicas.
Hay cosas que me preocupan más. Una vez en Lateral, estaba yo hojeándola y con mucha sorpresa encontré un texto de Bruno Montané sobre Mario Santiago. Parece que ahí decía que él estaba preparando una antología para el Fondo de Cultura en España sobre la poesía de Mario Santiago. Pero en todo caso, me preocupó el tono de su texto, que era una especie de pequeño perfil literario sobre Mario Santiago, y me preocupó otra vez la tendencia de los poetas del establishment, porque muchos de ellos se han vuelto poetas del establishmenc, aunque no les guste. Me pareció que estaba presentado una imagen, como decía Mario Santiago: “Muerto el perro, que le hagan manicure a la rabia”, o sea, presentaba una imagen totalmente adulterada, edulcorada de Mario Santiago, y eso me molestó profundamente. Yo le escribí una carta, diciéndole que me parecía tan letal apropiarse o asumir el papel de viuda de Mario Santiago o monopolizar el cadáver, pero también me parecía lamentable volverlo un ser inodoro, insaboro e inofensivo. Mario no era un tipo inofensivo. Mario era un tipo terriblemente ofensivo, terriblemente confrontatorio. Todo él, como Gérard de Nerval, todo él era confrontatorio. Tú veías a Mario Santiago, y molestaba. Irritaba sin abrir la boca. Yo recuerdo gente aterrorizada, tengo muchos nombres en la cabeza pero no los voy a decir, cruzándose la calle del otro lado, saliéndose de un bar, saliéndose de una librería, de un recital, porque llegaba Mario Santiago. Todo él era, en un país racista y xenófobo como este, odiable, absolutamente odiable. Mis propios amigos, mi familia decía: cómo puedes relacionarte con un tipo tan hostil, tan agresivo, con tan mal aspecto. Y lo paradójico es que Mario Santiago era alguien bellísimo, y no estoy haciendo poesía porque no soy poeta. Era alguien muy entrañable, muy leal, y sobre todo era un tipo que tenía una dignidad brutal, no en un sentido vulgar. No era un indigente, por ejemplo, a diferencia de la mayoría de los infrarrealistas, que como indigentes andan en recitales comiendo y bebiendo, pidiendo dinero, tomando ejemplares sin pagarlos para venderlos luego, viendo a ver qué sacan. No, Mario Santiago no era un indigente de la política cultural. Mario Santiago era un ser absolutamente leal, honesto en ese sentido, coherente, que se murió como era previsible.
Cinco días antes, o unos días antes de que muriera, yo lo vi. Él fue a buscarme al periódico, él iba al periódico y entraba, porque yo pedía que lo dejaran subir, había generado una dispersión en la redacción, pero yo le tenía muchísimo respeto y afecto. Fuimos a comer al Café Trevi. Yo le dije: Mario ¿tú ya quieres irte a la chingada, verdad? Me platicó que se había dado un golpe, traía un golpe terrible; había tenido una cantidad de líos terribles, delicados; estaba solo, ya se había separado de Rebeca. Se dio un golpe, se cayó hacia atrás, y traía una bola terrible, había estado varios días inconsciente. Yo le dije: Mario, a ti no te puedo decir nada que no sea como para saber qué quieres de mí. Yo sabía que era perder el tiempo decirle vamos a Alcohólicos Anónimos. Era ofensivo, era obsceno, en el sentido de que sobraba. Le dije: Mario, sólo te quiero preguntar una cosa ¿tú quieres ya terminar o puedo hacer algo por ti? Dime cómo te ayudo. En serio, me dijo, préstame una lana. Nunca lo había hecho. Fuimos al cajero, metí la tarjeta y le dije: pon la cantidad que quieras. Nos dimos un abrazo. En 97, diez años después de que nos conocimos, yo estaba en Chiapas cubriendo algo, si no me equivoco la matanza de Acteal. Ahí me avisaron, creo que él murió en enero de 98.
Este texto de Bruno, que no lo conocí y no tuve contacto con él y mis únicas referencias eran por Mario Santiago, era totalmente distorsionador de la figura ofensiva de Mario. Decía cosas como “maravilloso esposo y padre de familia”. Digo, Mario era un tipo fascinante, pero yo no utilizaría lugares comunes para describirlo.
I. C: Y por otra parte está eso de querer englobarlo en el, ya para mí inofensivo, lugar común del poeta maldito, que ya no dice nada.
M. L: Sí. Él rebasaba con mucho esa visión de poeta maldito, no sólo porque era un hombre con una historia brutal. Hay poemas que hablan de parte de esa historia: sobre la estancia de su hermano en el psiquiátrico, cosas que Mario nunca dejó de platicar con azoro; él tenía una memoria de loco, porque era un loco, entonces la mamá lo llevaba al hipódromo a ganar apuestas, hay cosas así. Pero, además, era un hombre hiperculto, entendido no como una acumulación arbitraria de conocimiento, sino porque había estado en las bibliotecas de algunos personajes en París, en México, recluido leyendo las revistas literarias clásicas de todos lo tiempos. Era de pocos libros, pero cultísimo, sus poemas denotan una cultura vastísima.
Estoy de acuerdo contigo, esta visión de poeta maldito se trata de explotar mucho; concretamente los infrarrealistas, o los que ahora se dicen, los que ahora están incluyendo o excluyendo, quieren explotar esta faceta, como si lo maldito fuera sinónimo de irreductible. Yo creo que no necesariamente. Estoy de acuerdo contigo: no es un poeta maldito. De hecho, hay cosas en la vida personal de Mario, poco conocidas y que, a mi juicio deben conocerse, que hacen que no sea un poeta maldito. Por ejemplo, el hecho de que recibiera una subvención, estoy diciendo algo cabrón, pero es real. Y aquí un dato duro crucial es que la madre y la tía le depositaban cada cierto tiempo una cantidad, que tenía no sólo tarjeta de débito, sino tenía chequera. Entonces en nuestras discusiones, cuando decía que yo no comprendía porque era la gallinita de los huevos de oro, que yo era un burócrata, le decía: y tú eres un teporocho light. Y entonces decía: ¿por qué? Tengo pruebas de que eres un teporocho light. Así se quedaban siempre las discusiones. Esas eran las facetas contradictorias, pero que enriquecen el perfil de Mario.
I. C: Frente a esta visión algo romántica del poeta, y esta otra versión más light, que tú dices, ¿qué se puede hacer? Desde luego, una de las respuestas es ir a la obra, pero no hay obra que ver. No hay ediciones actuales que se puedan mover para conocer la obra de Mario.
M. L: Creo que eso va a suceder con el tiempo, por varios esfuerzos: está esta revista, está lo del Fondo de Cultura Económica, que parece que está en marcha, a lo mejor yo hago algo ahí, hay muchas otras cosas. Creo que no debe preocuparnos tanto eso, como ir haciendo el trabajo de recuperación, no rescate, recuperación documental; finalmente nosotros podemos contribuir a documentar el perfil de Mario. Siempre dije que Mario era un poeta que iba a trascender mucho, y le dije en un momento en que nadie quería saber, ni pronuncias el nombre de Mario; en un momento en que Roberto Bolaño era un pizcador, no existía para la burocracia, ni para la industria mediática, ahora es un ícono, pero antes no existía. Es ese momento tenía la absoluta convicción de que Mario Santiago era uno de los mejores poetas, de los grandes poetas de ese momento; y a mí me parece que si su trabajo se va circulando por las vías por las que ha ido circulando, y genera una capilaridad como lo ha estado haciendo… Yo sé que en la Facultad alguien puso carteles en el primer aniversario. Así tiene que ser: la obra está ahí. Obviamente, hay quienes detentan la obra, como siempre pasa, pero eso sale sobrando. Siempre hay días en los que las cosas salen.
I. C: Hablando un poco al respecto, hay una crítica continua hacia quienes volteamos al infrarrealismo, ¿tú crees que el infrarrealismo, en especial la obra del gurú que es Mario Santiago, es una obra para jóvenes? ¿Únicamente para inquietudes juveniles?
M. L: Depende a qué le llamas jóvenes, generalmente quienes utilizan ese recurso de crítica son quienes piensan que ser joven es la última ocasión que tienes para tener una actitud crítica, responsable y ejercer la libertad. Bajo esa óptica, probablemente. Es una óptica miserable y burocrática. Te voy a poner un poema de Mario, leído por él, y tú me dices si es de jóvenes: es una cosa totalmente estremecedora.
I. C: Yo creo que una cosa que hay que dejar en claro es que de Mario Santiago se habla mucho, pero no se ha leído nada.
M. L: Claro, porque no hay interés. Pero creo que la burocracia habla como siempre, es parlanchina. Lo importante es que generaciones de jóvenes, estudiantes, profesores, la gente vaya descubriendo, indagando. A mi me parece que, finalmente, las insistencias de la humanidad por lo iniciático, por lo críptico, que ahora está explotando la industria, genera dinámicas donde los infrarrealistas y Mario Santiago tienen pertinencia. Siempre se van a quedar, afortunadamente, en ese nivel, probablemente tengan un momento industrial, pero luego volverán a ese nivel. Y eso está bien, porque eso, para mí, es parte del capital de la humanidad. Que así circule la obra de Mario Santiago, que circule en Internet, que circule en revistas, y ahí va quedando un precedente.
I.C: Quizá un riesgo de lo que puede pasar es que, cuando la obra de Mario Santiago se difunda, sea totalmente arropado por lo establecido, y deje de ser estridente.
M. L: Eso es inevitable. De todas maneras la sociedad, la cultura de masas, siempre tiende a dosificar la realidad o a tamizarla. Pero creo que siempre habrá quien vuelva sobre los pasos. Así son los procesos.
I. C: ¿Crees que Mario Santiago dictó algo con su obra?
M. L: Yo creo que Mario Santiago, como todos los personajes con ese perfil: marginales, pero también automarginados, tenía todas las contradicciones del mundo. Una de las discusiones permanentes que yo tenía con él era su manía, su avidez por el reconocimiento. Era muy paradójico porque yo era un reportero, entonces se supone que él tendría que darme las lecciones filosóficas sobre la intrascendencia o de otras formas de trascendencia, y resulta que las discusiones eran al revés. Yo no entendía ese ego desbordado, ese afán por ser reconocido. El hecho de que él llenara las grabadoras telefónicas de Octavio Paz o de Juan Villoro ya denota; el hecho de él tuviera facetas que puedes considerar dobles vidas, no en un sentido peyorativo, es decir, vivir con una actitud y un compromiso de vida impugnatorio al poder, pero a la vez mantener la velita al poder de las capillas. Veía a una serie de personajes que no podías creer en alguien aparentemente tan tan tan reacio al poder y a lo institucional. Mario Santiago era un hombre, como todos, hipercontradictorio en ese sentido. Era un hombre pagado de sí, se sentía genial, de eso no tengo la menor duda, se sentía un gran poeta, se sentía un iluminado, se sentía único, se sentía desdeñado, y no le gustaba sentirse desdeñado, pero capitalizaba ser desdeñado. Es esta cosa de la complejidad humana.
I. C: Sabía jugar el juego…
M. L: Claro. Vendía una imagen.
I. C: ¿Crees que este juego con la trascendencia finalmente le haya salido, mediante su obra, claro, fuera del mito?
M. L: Yo creo que Mario Santiago es alguien, yo soy ateo, pero usando una analogía o una metáfora, yo diría que Mario Santiago era un señalado de Dios, que se sabía señalado de la mano de Dios, que no fue impune a ser señalado de Dios. Son seres a los que les cuesta: lo que son, lo pagan con la vida, y eso los legitima, independientemente de sus errores. A diferencia de los estúpidos burócratas, o de los hampones culturales, de los Fidel Velásquez de la cultura, que trascienden, pero no son legítimos, no hay nada que los legitime, ni siquiera una obra, ni siquiera a veces una obra de calidad los legitima. Personajes como Mario Santiago encuentran legitimidad en el momento en que al ser señalados por la mano divina les cuesta la vida, porque viven todo el tiempo en una especie de juego, en el que están seducidos por la excentricidad. Pero viven los dramas comunes, detestan vivir los dramas que todas las personas vivimos, tienen una actitud de desprecio hacia los dramas comunes, pero terminan siendo absolutamente humanos y los acaba matando su profunda humanidad. Parece que es el caso de Mario.
I. C: ¿Algo más que agregar acerca del desempolvamiento del infrarrealismo?
M. L: No hay que tener desconfianza. A mí me parece que esos booms o esos desempolvamientos denotan una serie de fenómenos combinados que tienen que ver con la industria, que tiene que ver con una gana de jóvenes, o de gente que está buscando y quiere encontrar los libros del Mar Muerto. Siempre estamos buscando, y lo hacemos, porque los seres humanos tenemos algunos rasgos que nos redimen afortunadamente, uno de ellos es la búsqueda o la reivindicación o la recuperación de lo genuino, de lo legítimo. Cuando dicen que es para jóvenes, yo me doy cuenta con mi último libro Diarismo, cuya mayor crítica que ha recibido de los académicos es que es muy didáctico. La respuesta es muy sencilla: si yo quiero contar mi versión del periodismo, que no sean mis cuitas, que sea mi versión intelectual del periodismo, intelectual como humanística y reflexiva. Me interesa apelar a los jóvenes. No me interesa apelar a los académicos, ni a la burocracia, porque ya no leen, es perder el tiempo; los burócratas, los académicos no leen. Yo no sé cómo hacen para sobrevivir en sus huesos, supongo que lo logran lamiendo pelotas. No leen, y cuando lo digo estoy diciendo no que no hagan el acto de decodificar, estoy diciendo ya no encuentran nada. Lo que no encontraron en un momento de su vida, nunca lo van a encontrar. Perdieron totalmente la curiosidad y el entusiasmo de búsqueda. Están muertos y están castrados por las instituciones. Si en esa óptica lo de Mario Santiago puede considerarse algo para jóvenes, pues que chingonería.
*Texto incluido en el número 5 (septiembre 2006) de la revista Viento en vela.