Un texto de Santiago Méndez Ramírez (colaborador de Sesiones con el Dr. Strangelove)
Una vez más en México nos encontramos con una moneda dolorosa, por un lado un estado derecho que pretende seguir engañando a la gente con las viejas artimañas que ha usado el Partido “Revolucionario” Institucional y, por otro lado, un momento de incisión en la historia, un momento que el mismísimo Kant hubiera celebrado, como bien celebró el movimiento de la Revolución Francesa a pesar de sus marcadas tendencias pacifistas. Hablamos nada más y nada menos que del caso de Michoacán, que en resumidas cuentas es un movimiento social basado en la necesidad de la defensa y la protección de la población, movimiento que incluye de fondo el derecho a la autodeterminación de los pueblos.
En el estado de Michoacán , como en muchas otras partes de México, las olas del crimen organizado no son una irregularidad, sino una tendencia. Los caballeros templarios se habían apoderado de varias localidades, y desde hace 12 años el Estado no había tomado medidas para solucionar los sangrientos crímenes contra los pobladores. Hasta hace unos días, el dignísimo poder federal encabezado por el presidente Enrique Peña Nieto, decidió tomar cartas en el asunto. Pero el gobierno del estado en lugar de buscar a las cabecillas de los sicarios, pretendieron desmantelar las organizaciones armadas autónomas que se habían organizado en contra de los abusos incesantes de los caballeros templarios. Al terminar estas líneas ahora escritas, no puedo ni siquiera imaginarme que alguien medianamente sensato pueda justificar, nuevamente, las acciones de nuestra patético y autoritario Estado. Pero siempre quedarán los insensatos y aquellos grupos que, en la búsqueda de sus intereses, moldean las cosas a su placer.
Y no podemos decir menos que lo evidente: que la respuesta del pueblo alzado en armas no se debe a una intención de crear desorden, caos y guerra, como algunos podrían atacar a los grupos de autodefensa, sino todo lo contrario: se debe a la funesta y fallida administración del supuesto estado de derecho en el que vivimos millones de mexicanos; se debe al miedo del pueblo al sometimiento del más fuerte; se debe a la intención de crear una asociación libre y autónoma en donde se respeten los derechos de los soberanos; se trata de hacer pactos y de unir fuerzas en contra de la opresión.
No me queda hoy la menor duda de que algo muy similar fue lo que inspiró a Hobbes para escribir su famoso Leviatán ‒guardando siempre las proporciones históricas y culturales que nos diferencian de las terribles guerras ocurridas en la Inglaterra del siglo XVII. Sin embargo, México vive una guerra, una guerra que se encuentra disfrazada de palabras vacías, de promesas incumplidas, de retórica barata, y en fin, de un contrato que lejos de servir a su población, es tergiversado para el placer de una élite, que además de cínica y corrupta, es despiadada y totalitarista.
Hobbes quería un Estado organizado por todos los hombres, un Estado fuerte que se sostuviera en un contrato, firmado por todos los hombres con el fin de parar con el estado natural del hombre, es decir, el estado de guerra. En teoría, una de las ideas también centrales en Hobbes es que mientras exista una fuerza coercitiva para mantener los pactos, éstos no deberían de poder cambiarse. En México la situación una vez más es otra, pues los pueblos no tienen un representante dedicado a mantener su derecho a la vida. Asesinatos, violaciones, trata de personas, son sólo algunas de las cosas que podemos leer en los periódicos día con día, y a una gran parte de la población desgraciadamente no solamente le toca leerlo sino vivirlo. Ahora no es solamente que no exista un poder coercitivo para mantener lo pactado y el orden, el pueblo ha reunido las condiciones clásicas necesarias para establecer un lineamiento político que les permita autodeterminarse.
La idea central de cualquier pacto, de cualquier contrato, es que se hace dentro de una congregación de mujeres y hombres para cumplir un fin determinado. Desde tiempos antiguos, ha existido la necesidad de establecer normas morales para corregir, guiar, o llevar a cabo la vida de una manera más justa u ordenada, siempre dependiente de ciertos cánones culturales, sociales, o psicológicos. Cada cultura se ha tratado de moldar con base en sus necesidades, con sus distintas cosmovisiones, pero cuando ha habido una lucha que atenta contra la opresión, se ha tenido en la historia de la humanidad una filosofía de la vida ‒enseñanza que el doctor Enrique Dussel no se cansa de enseñarnos y de ponerla como eje central de toda ética posible. El hecho de que el poder federal atente contra los pueblos que tratan de defenderse de las mismas fallas que el gobierno ha creado, es un absurdo en cualquier análisis serio sobre política, pues todo derecho está fundado en la congregación de los individuos que se juntan libremente para mejorar las condiciones de vida.
En su libro, El Marx contemporáneo, Mikhailo Markovic dice “que la conducción de toda la vida social por parte del aparato estatal desemboca en la separación entre este aparato y la sociedad, sobre la cual el primero se impone como una fuerza. Y esta independencia de la burocracia se afirma, en particular, en condiciones de atraso material”. Estas palabras me recuerdan algo que confirma José Manuel Mireles Valverde, uno de los coordinadores generales de la guardia comunitaria de Tecaltepec, Michoacán, que habla abiertamente de la ineficiencia burocrática del poder federal. Esto solamente nos deja unas pistas para las siguientes notas, en donde hablaremos específicamente sobre la determinación de los pueblos y el progreso de lucha en Michoacán.