por maiqo
@mmmaiqo
Pobre México, tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Latinoamérica. Siempre lo he pensado. Y me refiero a la noción de sí mismo como nación, a la desde siempre arraigada idiosincrasia post colonial y malinchista.
Por fortuna el superávit poblacional de jóvenes comienza a hacerse cada vez más visible y refleja un escenario, en el arte, la arquitectura, la música, la cultura, los espacios, la comunidad, la reflexión y lo colaborativo. Un paisaje autoconstruido. Se vislumbra un nuevo panorama, empezamos a hablar de nuevos horizontes, somos descubridores. La geografía se encuentra en un momento sísmico de reconfiguraciones. Para trazar nuestros mapas y escribir la venidera cartografía debemos comenzar a narrar leyendas de vida bajo misma bandera, en este caso la música. El fin de semana fui testigo de como se constituyen y conforman nuevos límites, nuevas fronteras, sin distinción de territorios.
Sábado por la noche. Centro. Justo donde Bellas Artes. Al lado un escuadrón de policía pendiente de movilizaciones magisteriales en el Zócalo. López 15. Me adentro a la caverna que resulta ser Normandie. No conocía el foro. Esta es mi primera vez, mi primera noche ahí. Un espacio acogedor, under, disidente en forma no en fondo, pequeño pero generoso.
Me aventuro a una noche plagada de luz verde. Lo interesante aquí será la música. Lo importante bailar y el recinto es el ideal. Dj’s que sacuden los hombros, que bailan sobre su stage y hacen mecer los monitores, que usan los audífonos… Una propuesta que amalgama lo mejor para pasarla bien, vanguardia y misticismo. La Ciudad de México, no pide nada a ninguna de las capitales mundiales de la música. Somos un igual. Un momento en donde las lecciones tienen su epicentro aquí.
Después de todo, eso es lo que muestra NAAFI, un colectivo de dj’s y productores chileno-argentino-uruguayo-mexa que toman Latinoamérica como bandera para irradiar sonido en vivo.
Ni una sola bocina encendida puntualmente hasta 10:30 y después nunca se detuvo. Qué mejor qué incinerar la pista con los pies. Bailar hasta quemarnos.
Por el outfit pareciera que muchos de los asistentes sienten que vivimos en Londres, muchachos veintatantoañeros vestidos de negro con mucho slim-fit y toques de ropa tropicosa, en busca de lo nuevo. Yo, ya no tan nuevo, empiezo a sentir como el sonido refleja un sincretismo de todo lo que en el entorno de cualquier mexicano/latino —sin importar la latitud— resulta común. Sonidos que se sienten familiares, reconocibles.
Regurgitaciones reverberantes. Beats quebrados entre mis oídos que suben y bajan la espina hasta que se me rompa el cuerpo. No es cumbia, no es dubstep, no es guaracha, no es house ni disco, no es salsa, no es andino, no es techno, no es reggaeton, no es afro beat ni es Kraftwerk, no es el señor de los tamales y mucho menos el Patrick Miller. A la vez todo suena muy fresco.
No sé si es un beat ochentero, de repente me percibo en una oleaje noventero, pero tampoco resulta ser eso. Y se rompe una y otra vez, rola una tras de otra, mezcladas con una pericia que deja entrever experimentación y la delicada sensibilidad y maestría para dosificar adrenalina, emoción y ritmo sin hacer fade en ninguno de los tracks. Transiciones a partir del beat y progresiones entre baile y la ida a la barra por trago, movimiento entre todos los cuerpos. La obscuridad se vuelve cómplice del vaivén y agitaciones afrocaribeñas a borde la posesión.
Mexican Jihad resultó mi favorito. Habré de estar al pendiente de más fechas. Hoy que es jueves sólo queda soundcloudear lo que en vivo resulta deslumbrante. El futuro no está de frente, estamos parados sobre él, resulta ser nuestro presente.
Aleluya.