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#NationalGeograffiti 24: Que ya no mamen con el Mame, mamadas sobre mamadas

- Por: hellagone

Por Christopher Nilton Arredondo
@niltopher
Rasgo de hermandad entre los mexicanos, herencia que data de muchas generaciones atrás, es sin duda el lenguaje florido. Entre las unidades fraseológicas (combinaciones de palabras con alto grado de fijeza) más frecuentes en el léxico del mexicano promedio hay muchas peladeces y groserías. Incluso el albur, deporte nacional de lenguas de alto rendimiento, a nivel primaria es una serie de fórmulas nemotécnicas fijas que, si bien es necesario abandonar si se quiere competir en serio, no dejan su efecto humorístico cada que vienen a cuento en la charla cotidiana.
Y ya que tengo la posibilidad de dirigirme a ustedes, estimados lectores, en un ambiente de subjetividad justificada, habré de dirigir estas líneas contra algo que, considero, atenta contra esta tradición tan bonita.
¿Qué chingados es el Mame? Claro que es una pregunta retórica; todos sabemos o sospechamos qué es y, si no, hay gente gastando bytes en explicarlo. Juan Trancos García, por ejemplo, lo define como comportamiento deliberado de un individuo que despliega públicamente un estatus socioeconómico o intelectual (aunque no limitado a estos ámbitos) mayor dentro de un grupo, mientras que Santa Paola, de SDP Noticias, le atribuye la idea de exageración, de palabrería desbordada sobre un tema en especial. Morfológicamente Santa Paola lo deja como verbo (Mame: 1ª persona del singular, presente de subjuntivo), pero Trancos García, más certero que Paola, considera que su función en oraciones es de sustantivo masculino. Sin embargo, como sustantivo, la palabra no existe en el diccionario fuera de Ecuador. El Mame, al menos en México, es un neologismo.
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¿Cuál es la razón de ser de esta palabra?, ¿qué nueva realidad se designa con ella? El Mame deriva del verbo mamar que usamos en leperadas de carácter polisémico; mamar significa exagerar (-vi una vieja buenísima, -¡no mames!, ¿a poco sí?), molestar (¡deja de estar mamando!), adular (aquí, el acto denotativo de mamar se refiere a una felación: “ya va Fulano a mamársela al jefe otra vez”) e incluso bromear: es frecuente que, después de una buena broma hecha por un experto en el tema, alguien diga soportando la risa: “dice puras mamadas”.
El auge del Mame está vinculado al Internet y las redes sociales. En ese contexto, si el Mame es la exageración de reacciones (la indignación, por ejemplo, como describe Trancos) o los deseos de crear polémica de la nada, así como la disposición a bromear sobre cualquier cosa, el Mame en internet no es diferente a mamar en la vida real. La supuesta nueva realidad nombrada por el Mame no es realmente nueva.
El Mame, como ya advirtió Trancos, es un sustantivo. Sin embargo, tradicionalmente los mexicanos hemos usado ya un sustantivo, proveniente de una de las formas verboides de mamar: la Mamada. Clásicas unidades fraseológicas en español son “hacerle a la mamada”, “decir (o hacer) puras mamadas”, “no andarse con mamadas”, etcétera.
¿Qué motiva a los cibernautas a dejar de usar la Mamada como un favor al Mame? Teorías válidas son la violencia de género (preferir un sustantivo masculino sobre uno femenino) o una tendencia a economizar saliva, ahorrando una sílaba en cada leperada. Tal vez, contagiados de un mal como el que aqueja al presidente Peña, hemos decidido manejar sólo palabras de dos sílabas, para no trabarnos en nuestros discursos.
Siguiendo esta tendencia, en el futuro podremos, por ejemplo, decirle a algún compañero irritante que “deje el Chingue”; y un adolescente que ya no quiera oír más regaños de su mamá puede pedirle que “pare el Cague”. Por último, si nos preocupa la promiscuidad enfermiza de nuestros amigos, podemos sugerirles que “se abstengan del Coge”.
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Claro que hay afortunadas expresiones que incluyen la palabrita: de sobresaliente intuición poética es el slogan del programa Spam, “del meme al mame”, sabrosa aliteración que resume un recorrido ineludible en nuestro tiempo. Pero la mayoría de las expresiones que incluyen el Mame son harto infames, empezando por “El Tren del Mame”, (como dice otra unida fraseológica vuelta ya un clásico: ¡hazme el favor, cabrón!).
Me parece entendible e indispensable que la juventud busque escapar del yugo del lenguaje establecido. Pero las groserías, esas catárticas cuadrillas de letras, llanto de las madres y licor de las abuelas, son el verdadero ejemplo de funcionalidad y diseño que busca casi cualquier chatarra recién lanzada al mercado. Tienen un cómo y un por qué y, habiendo tantos huecos en el léxico de la gente, abonar a un rubro ya cubierto me parece un total exceso. En resumidas cuentas, está bien que quieran expresiones nuevas, pero que no mamen.