Ustedes no están para saberlo, pero el regreso al aire de su estación de confianza estuvo bastante cardiaco. Y es que el grupo de locutores fue súbitamente arrojado a la madurez de la vida al tener que enfrentarse a buscar un nuevo hogar/sede laboral, que en estos tiempos es básicamente lo mismo. Sabemos que parece que no es cosa del otro mundo, pero en realidad lo es: cualquier cosa que implique firmar un contrato representa un cambio en nuestra manera de ser-en-el-mundo. En fin, para no hacerles el cuento largo, y no se convierta esto en la crónica de nuestros eventos desafortunados, les dejamos ocho puntos que aprendimos sobre las mudanzas en nuestra amada ciudad de México.
1. Timing
Todo empieza quizá, con una sencilla pero fundamental cuestión: ¿cuándo mudarse? A veces no hay elección, pero si la hay, tengan algo muy presente: ¡no se muden a fin año! Olvídense de año nuevo, casa nueva. Lo peor del mundo es tratar de negociar, tramitar, firmar, y básicamente hacer trabajar a la gente que ya está en las posadas y con las uvas a media garganta. Tengan presente que las vacaciones son un estado mental, y a pocos les interesa que no tengan dónde vivir o que uno de sus propósitos de año nuevo sea estrenar hogar. Hasta donde alcanzamos a ver, no hay una época ideal para mudarse, simplemente evite a toda costa los periodos vacacionales.
2. La casa de sus sueños no existe
Por más que la busquen, por más que juren y perjuren que en algún lugar de la ciudad existe el rinconcito que cumple con todas sus necesidades, sueños, expectativas y presupuesto, sentimos informarles que no hay tal. Encontrar casa es un extraño golpe de realidad para los espíritus soñadores. Y no, no queremos decir que es imposible encontrar un lugar digno, sino simplemente que, tras varios golpes de la vida, la casa ideal se convierte en ese ínfimo punto entre lo que quieres, lo que necesitas, lo que crees que puedes pagar, y lo que en realidad puedes costear. Una vez que pasas ese amargo trago, empieza lo rico: verle potencial a los distintos lugares que encuentras. Entonces la casa ideal se convierte en la que te ofrece mayores posibilidades.
3. Inmobiliarias vs Particulares
Una vez que encontramos un posible espacio, algo importante a considerar con quién se hace el trato. Como sabemos, los intermediarios siempre son complicados, y las inmobiliarias son el mejor ejemplo de ello. Las condiciones que ponen para rentar un lugar a menudo caen en lo absurdo, por ejemplo: pedir 5 rentas por adelantado, demostrar ingresos equivalentes a 4 veces la renta (sí, si quieres rentar un depa de $7,000 debes presentar recibos por más de $28 bolas), que la propiedad del fiador no esté en el estado de México (ni en Iztapalapa, Xochimilco, Milpa Alta, Gustavo A. Madero, y un largo etcétera), que ese fiador no tenga más de 70 años (y en caso de que los tenga, que se someta a una revisión de salud). Hay que decir que los tratos con los dueños de los lugares tampoco son tan relajados, una moda que se ha implementado son las fianzas o pólizas, esto es el pago de un seguro para cualquier asunto referente a la propiedad. El costo de esa pólizas depende de la cobertura y del costo de la renta, pero consideren que, además del depósito y el mes por adelantado, deberán pagar al menos media renta más. Con esto de las pólizas, hasta los tratos directos se convierten en tríos, pues hay que negociar con bufetes de abogados, afianzadoras y demás. En el remoto caso en que el trato sea de verdad directo, la mayoría de los dueños piden no sólo un mes de depósito, sino dos o tres.
4. Uso de suelo
O, como nos gusta llamarlo, “El Diablo”. Si buscan un lugar para trabajar, o para vivir y trabajar, se añade una rayita a la dificultad del juego de las rentas. Los lugares con uso de suelo comercial son aproximadamente 25% más caros que aquellos con uso habitacional. Y aunque muchos dueños e inmobiliarias están dispuestos a hacerse de la vista gorda, las restricciones sobre lo que puedes hacer en el espacio son bastante amplias, y la vigilancia más extrema. Por otro lado, ese otro “Diablo” llamado gentrificación hace que cualquier modificación al uso de suelo de las zonas céntricas de la ciudad implique una buena sacudida a los bolsillos de los inquilinos.
5. ¿Jóvenes emprendedores? No, gracias
En varias ocasiones hemos hablado del mal de nuestra generación: la falta de trabajo fijo. Si son orgullosos free lance o emprendedores en ciernes, vayan mentalizándose a que el proceso de renta no será fácil. Atrás quedaron esos tiempos en que la gente confiaba ya no en la palabra, sino en un contrato, con cuya firma se aseguraba el pago. Ni las inmobiliarias ni las afianzadoras parecen tener del todo claro los tiempos en los que vivimos: no es fácil hacerles entender las condiciones de trabajo de una buena parte de los jóvenes mexicanos. La exigencia de contratos, cartas de jefes, recibos de nómina, estados de cuenta, para poder rentar un espacio deja desamparado a cualquiera que trabaje por honorarios, tenga ingresos irregulares o viva de sus ahorros. Bienvenidos a otra fase de la discriminación, amigos. Sólo imagínense ustedes, jóvenes freelanceros, pidiendo a sus múltiples jefes (en caso de que tengan regulares) cartas asegurando que les pagarán cierta cantidad mensual. Y está bien que la gente quiera asegurarse que los inquilinos paguen, pero ¡quiere alguien por favor pensar en los diseñadores gráficos!
6. La delgada línea de la legalidad
Ante los extraños requisitos, podemos empezar a quedarnos sin opciones: ¿qué si no tenemos fiador?, ¿qué si no tenemos ingresos comprobables?, ¿qué si no tienes historial crediticio que compruebe que pagas? ¿qué si estás en el buró de crédito? Todo eso puede dejarte muy pronto sin casa. Pero, hay opciones, muchachos. Claro, con ciertos grados de acercamiento a la ilegalidad. Hay, por ejemplo, varios sitios que ofrecen renta de fiadores con todos los papeles en regla y de acuerdo a las necesidades del inquilino. Por otro lado, lo de la comprobación de ingresos se puede esquivar con la figura del “aval solidario“, es decir, alguien que sí pueda comprobar ingresos (papás, amigos, jefes, etc) y que responda por ti en caso de ser necesario. No todas las inmobiliarias ofrecen esta opción de entrada, así que pregunten si es posible.
7. ¡Hogar, sucio hogar!
Lo lograste: sobreviviste a la búsqueda, las inmobiliarias, la firma del contrato: ¡tienes casa! ¡Triunfaste! O no. Si estás cansado del proceso de renta, espera al de la mudanza. Ese bello momento en que enfrentas tus miedos: si buscar casa es un salto a la madurez, la mudanza es hacer frente a tus continuas obsesiones. De pronto te descubres acumulador, inseguro, obsesivo de la limpieza, y francamente incapaz de realizar cualquier labor que implique dejar habitable un sitio. Si tienes presupuesto, está bien reconocer las propias limitaciones y contratar a alguien que te ayude a convertir tu nueva bodega en una casa. Si rentar el lugar te dejó sin un duro, habrá que dejar las limitaciones de lado y entregarse a las extenuantes labores del hogar. Y, aunque estés en el segundo caso, debes estar consciente de que los gastos no acaban con la renta, sino que apenas empiezan. Un nuevo lugar implica hacer nuevos contratos de todo (de TODO: luz, agua, gas, teléfono, Internet), arreglar cualquier desperfecto del espacio que aceptaste como defecto propio cuando firmaste el contrato, comprar aquello que nunca creíste necesitar, comer y trabajar fuera mientras logras vivir de verdad en la nueva casa, eso sin contar las respectivas cantidades de alcohol que te harán sobrevivir el proceso.
8. El que quiera tienda…
Una vez establecidos, viene de verdad lo bueno: mantener la nueva casa. De pronto todo se vuelve importante, sobre todo la constante amenaza de fallar. Hay que asegurarse de mantener habitable el lugar, de cuidarlo, disfrutarlo, amoldarlo a nuestro gusto y necesidades, a estar cómodos en él, mientras el fantasma del pago de la renta está presente todo el tiempo. Y eso no sólo durante las primeras semanas o meses, sino todo el tiempo. Porque al final la realidad es una: no hay trabajo fijo, no hay casa de nuestros sueños, no hay tiempo ideal para mudarse, las inmobiliarias son unas fieras y no somos muy duchos en las labores domésticas. Y sí, muchachos, todo menos miedo, pero también “nada pero con casa”.