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#NotaAl Pie. Rodar desnuda: la protesta y la mirada del otro

- Por: helagone

Por Paulina Moreno
@wabisabe
Texto publicado en Nota al pie
La marcha rodada ciclista al desnudo (WNBR por sus siglas en inglés: World Naked Bike Ride) es un evento que se realiza en 70 ciudades del mundo por estas fechas, en México es el décimo año que ocurre y tiene como objetivos según el comunicado de prensa:

– Cuestionar la excesiva dependencia de combustibles fósiles
– Promover el respeto al ciclista y al peatón bajo el lema: ¡Desnudos ante el tráfico!
– Promover el uso de transportes de locomoción humana. Más ejercicio es igual a mejor salud.
– Enaltecer tu fuerza e individualidad corporal.

La cita fue el pasado 13 de junio sobre Avenida de la República al lado del edificio de la Lotería Nacional, con la invitación de llegar a partir de las 9:00 para empezar con los preparativos, y partir a las 13 horas en punto. Mucha de la gente que acude a esta marcha escribe en su cuerpo las consignas, otros más recurren al bodypainting para decorar sus pieles y algunos acuden con pelucas, máscaras y otros disfraces.
Desde hace algunos años me había llamado la atención participar en esta rodada nudista, por distintas razones no lo había hecho pero esta vez estaba convencida. Creo que el subirse a una bicicleta para transportarse por la ciudad es en sí un acto político. En 2008 compré mi primera bicicleta para ir al trabajo porque creí que debía de haber algo mejor que ir sufriendo en el insuficiente e ineficiente transporte público. Me imaginé que yo sola podría hacerlo mejor y que el simple hecho de pedalear hacia la oficina haría una diferencia, habría un espacio más en el vagón del metro para otra persona, yo tendría unos pesos más en la bolsa, buen humor y podría comerme otra quesadillita en la cena sin culpa. No me equivoqué, desde el primer día supe que la decisión había sido la correcta pero también me fui dando cuenta de que no sería un paseo por el parque. Tuve que aprender muchas cosas.
hasta la victoria
En el primer kilómetro rodado te das cuenta de que a nadie le importas. La seguridad fue algo que a mí al principio no me importaba mucho porque quizás no era consciente de todo lo que implicaba el subirse a una bicicleta en esta ciudad, pero mi mamá estaba muy enojada y en desacuerdo total con que “me expusiera de tal forma” (pero ya no vivía en su casa, así que no pudo detenerme). Confieso que todos los cascos que he tenido han sido regalos suyos, también me compró un chaleco luminoso al que siempre me he negado, luces, espejos, campanitas, reflejantes y demás productos ciclistas de colores fosforescentes. Poco a poco me di cuenta de que la cosa era seria. Luego de los años (y las vueltas) estoy convencida de que tampoco en el metro, en el camión o en el taxi le importas a nadie. En esta ciudad las políticas públicas en tema de movilidad son francamente deficientes.
La calle es un territorio que se encuentra en disputa, cada día somos millones de personas las que nos movemos de un punto a otro de la ciudad utilizando esos caminos que, en 23 años de vida, nunca había notado que están construidos sólo para algunos. Claro que no lo había notado porque siempre los recorría con carrocería incorporada. Andar en bici es como andar desnudo por las calles, mi mamá tenía razón: es una sensación como de estar expuesta.
Todos los días cuando voy en la bicicleta me pregunto ¿en qué diablos están pensando los automovilistas? Porque no podemos negar la existencia de lo que llamaré Pensamiento Automovilista. El PA tiene que ver con privilegios, clasismo, prejuicios, falta de información, respeto y sensibilidad e incluso con estupidez (hay casos). Pero luego de mentarle la madre y hacer miles de corajes por todos esos pendejos que me gritaron que estorbaba, por los que me perseguían tocando el claxon como desesperados, por los que me rebasaron para frenar enfrente de mí y dar vuelta, por los que me aventaron cosas desde sus carros, me di cuenta de que el problema era mucho más profundo de lo que había pensado (mamá, voy a necesitar otro casco).
¿Cómo queremos que dejen de atropellar ciclistas en una ciudad que no hace examen de manejo al otorgar la licencia para conducir, que no difunde los reglamentos de tránsito, que no invierte en infraestructura y que sigue calificando de “accidentes” las muertes de ciclistas que pudieron haberse prevenido?
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Una manifestación del PA es evidente cuando algunas personas nos miran como una plaga: los ciclistas somos unos malditos invasores que venimos a despojarlos de SUS calles, de SU espacio, de SUS caminos porque no pertenecemos al club de la carrocería. El PA es apasionante, hay días que me río muchísimo pero la mayoría siento temor por mi vida.
Me han gritado de todo pero la que nunca olvidaré es esa vez que venía sobre Miguel Ángel de Quevedo. Iba en el carril de la derecha a buena velocidad porque había muy pocos carros y de pronto escuché el claxon de un carro que venía atrás de mí, muy cerca. Me orillé a la derecha pero el carro siguió tocando el claxon y empecé a ponerme nerviosa. Después de unos metros me rebasó de un acelerón cargado de odio y una mujer que ocupaba el lugar del copiloto gritó por la ventana: ¡Por eso las matan! Adelante me volví a encontrar con la mujer en un alto, me sentía muy indignada por sus palabras y estaba dispuesta a confrontarla. Intenté acercarme a su ventana para preguntarle qué diablos es ESO por lo que las matan (nos matan). Al verme subió su vidrio asustada, su acompañante se pasó el alto y no volvimos a vernos.
Claro que es una cuestión de género también. Sobre Monterrey una mujer joven que iba con un niño me gritó que era un estorbo y me quitara. En el alto me detuve junto a la ventana del copiloto y le pedí amablemente (lo juro) que leyera el reglamento y que pensara que en su ignorancia sólo enseñaba al niño que está bien gritarle a otra mujer en la calle cualquier pendejada que se le ocurriera. Me miró horrorizada.
Llegamos a la parte en que hablo del acoso callejero. TODOS los días sufrimos acoso callejero, querido lector, por si no lo sabe. He platicado de estas experiencias con amigas y me parece que mientras más lo hago, más me sensibilizo ante la realidad de que la experiencia que tengo como mujer en la calle es muy diferente a la que tienen mis amigos. “¡Mamacitas!” a las que una se tiene que hacer la sorda, miradas lascivas y recuerdos terribles (como la vez que intentaron darme una nalgada).
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¿Y todavía después de eso quería ir a una rodada nudista? JUSTO POR ESO quería ir.
Llegamos unos minutos antes de la una de la tarde a la cita, yo seguía tratando de hacerme a la idea de que ya estábamos ahí y que era el momento de quitarme la ropa. Nos miramos en silencio los cuerpos desnudos que ya estaban en la calle.
Unas horas antes, después de bañarme, me miré desnuda frente al espejo, me sentí cómoda con lo que veía. Era yo ahí viendo mi cuerpo, inspeccionando cada rincón, encontrando redondeces, moretones, tatuajes, aretes y pelos. Todo en orden, pensé. Estaba decidida a hacer el recorrido desde el Monumento a la Revolución hasta el Auditorio Nacional mínimo topless, porque pues era una rodada nudista ¿no? “Y que te valga verga, Paulina”, me dije.
En la multitud encuerada vi a dos conocidos, no me atreví a acercarme a saludar, no sé por qué. Estaba como inmovilizada ante la inminencia de lo que iba a ocurrir. Empecé a incomodarme cuando noté que había muy pocas mujeres y la mayoría estaba vestida. Por primera vez en la vida me pareció que estaban en la misma categoría la camiseta y jeans que el bra, liguero y medias. Ahora cuando veo fotos de la rodada, veo que sí había chicas en pelotas, pero ahí se sintió todo muy diferente.
Hicimos un par de bromas para aligerar el momento, nos sentimos como en un cartón de Jis, era obvio que estábamos tensos. Finalmente decidí que había llegado la hora de encuerarme.
El recorrido hacia el Zócalo lo había hecho ya en otras marchas, siempre me he sentido acompañada en la indignación y algunas veces en la esperanza. Sólo una vez me sentí insegura y fue en la marcha del 20 de noviembre del año pasado que se hizo por los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, íbamos en un contingente de ciclistas y al entrar hacia el Zócalo escuchamos detonaciones, se hizo un desmadre de confusión y nos dispersamos por las calles del Centro.
Esta vez no se sentía así. La manifestación era juguetona y alegre pero no por eso menos perversa. Me quité la camiseta. Tenía el casco puesto, se enredó y me sentí torpe. Apenas tuve la camiseta en mis manos y ya había cuatro fotógrafos a mi alrededor. Sentí pánico.
Empecé a pensar en lo mala que había sido la idea de participar en esto. Me quité los shorts. Vi a lo lejos a otro conocido, nos miramos con cara de “ya ni modo”. “¿Y tu protesta, Paulina? ¿No que te ibas a pintar una bicicletita en los senos?”, me reclamaba a mí misma con la intención de animarme a seguir soltando las prendas.
Comenzó el conteo de salida y me sentí aliviada, pensé que podría quitarme el bra en el momento que quisiera, no tenía que decidirlo de inmediato. Nos metimos en medio del contingente que ya empezaba a avanzar. Hicimos más bromas que no recuerdo y quizás ni escuché, reí torpemente.
Y entonces, el horror: la calle por la que íbamos saliendo tenía tres filas de fotógrafos de cada lado de la banqueta. La salida fue muy torpe, avanzábamos L E N T O y semidesnudos entre cientos de personas con cámaras que capturaban cada segundo de la acción.
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Recuerdo poco del trayecto, lo sentí muy mal organizado porque nos deteníamos a cada rato, creo que faltó que le echaran ganas los que venían cerrando las calles. Lo imaginaba distinto, creí que me deslizaría por la ciudad sintiéndome más libre que nunca en la bicicleta. Pasamos mucho tiempo detenidos o quizás así se sentía porque yo tenía ganas de salir corriendo. En todos lados aparecían más cámaras y celulares, parecía un capítulo de Black Mirror.
No me atreví a quitarme más ropa. No pensaba en políticas públicas fallidas ni en feminicidios ni en acoso callejero. Mi pensamiento se concentraba en entender qué había cambiado de la comodidad que sentí cuando en la mañana me había visto desnuda en el espejo y lo que sentía en ese momento. ¿Era la mirada del otro la que transformó toda la experiencia? Todo eso en lo que ya no pensaba era lo que estaba ocurriendo.
Espero volver el próximo año para desnudarme por completo pero no será sin máscara y precopeo, porque quitarme la ropa es fácil pero encuerarme la conciencia para encontrarme con esa mirada fue más difícil de lo que imaginé.