Por: Mariana Favela
@favulas
De manera coordinada y a la vez dispersa sectores populares convocados por el magisterio disidente, hace poco menos de un mes, tomaron el control de las carreteras en cuando menos cinco estados de la República: Puebla, Guerrero, Michoacán, Chiapas y Oaxaca.
Pocos días después el gobierno federal encaminó las fuerzas policíacas y militares rumbo al sur del país pero los pueblos les cerraron el paso. Los autobuses de los federales se quedaron atascados durante días. Iban rumbo a Oaxaca. Intentaron de nuevo por Puebla y los volvieron a cercar. ¿Por qué? Porque esas fuerzas policíacas y militares son las que han masacrado, desaparecido y violentado a los pueblos que hoy les impiden pasar. La rabia tiene historia.
Foto: Arturo Pérez Alfonso. Cuartooscuro.
A los mandos en el gobierno no les quedó más remedio que trasladar a las tropas con aeronaves. Se dirigieron al Istmo donde temían que la disidencia además de las carreteras tomara la refinería. Intentaron dar un golpe fulminante pero fracasó, el enfrentamiento duró horas y finalmente los federales lograron avanzar. Apenas se habían marchado cuando las barricadas se levantaron de nuevo. Ahí y en muchas otras partes.
Poblado por poblado les cerraron el paso hasta que llegaron a Nochixtlán. Era domingo por la mañana y las radios comunitarias no dejaban de exigir al gobierno el cese al fuego y la instalación de una mesa de diálogo.
Foto: Ignacio Martínez. @Talladeboina36
Habrá quienes todavía no lo entienden pero en este país es un derecho constitucional manifestarse y
bajo ninguna circunstancia está justificado que las fuerzas del Estado disparen contra población civil. No les pagamos para que nos maten.
Foto: Jorge A. Pérez.
Aún así las fuerzas federales cercaron Nochixtlán. Atacaron desde el aire y dispararon contra la población. Los pueblos vecinos acudieron al llamado de auxilio y enviaron las pocas ambulancias que había para ayudar a los heridos de bala. La Mixteca se movilizó.
La policía federal cerró el paso a las ambulancias y varios heridos murieron desangrados.
Foto: Desde las nubes.
En el hospital la policía ordenó que no se atendiera a la población,
los servicios médicos fueron exclusivos para los uniformados. Había demasiados heridos de modo que se improvisaron puestos médicos en la escuela y en la capilla. Las fuerzas federales desde los helicópteros
lanzaron granadas de gas contra la escuela donde se atendía a los heridos. El ataque de las fuerzas federales contra la población duró más de siete horas. Cobró, hasta donde sabemos, once vidas, dejó muchas personas heridas y más de veinte desaparecidas.
Desde las 10am del domingo se había instalado ya una barricada a la altura de Huitzo, a unos 30km de la ciudad de Oaxaca, para impedir el paso de autobuses con elementos de la policía que intentaban reforzar el ataque contra Nochixtlán. La policía logró “despejar” el bloqueo, de acuerdo con sus propias fuentes, pero en lugar de avanzar hacía el norte se movilizaron rumbo a la ciudad de Oaxaca y
quedaron atrapados entre Hacienda Blanca y el crucero de Trinidad Viguera, a unos 10km del zócalo de la ciudad de Oaxaca.
El ataque de las fuerzas policíacas se endureció.
En San Pablo Etla la policía irrumpió en la escuela primaria María del Carmen Serdán donde una brigada médica atendía a los heridos. Entraron a las casas y amedrentaron a la población. Los helicópteros gasearon desde el aire de manera indiscriminada y de acuerdo con diferentes testimonios de los vecinos, elementos de la policía incendiaron vehículos particulares. Un joven murió por un impacto de bala.
La policía militarizada intentó avanzar por las riveras del Río Atoyac pero se les impidió el paso.
Cayó la noche y el sonido de los helicópteros no cesó. La ciudad era una nube de gas. En el zócalo se sentía una tensa calma.
Apagaron el alumbrado público y difundieron mensajes de terror por las redes sociales. Amenazaban con un desalojo brutal. Los reporteros de los medios al servicio del poder anunciaron la presencia de grupos armados con tubos y palos. Corrieron el rumor de que había balazos en las calles aledañas al Zócalo. Luego, nada. Silencio. Las barricadas se mantuvieron encendidas toda la noche.
El lunes por la mañana,
los mismos que unas horas antes azuzaban la psicosis colectiva dedicaron los titulares a los saqueos que afectaron a diferentes comercios en el centro de la ciudad. Poco después circularían fotografías y videos en las que se aprecia a camionetas de la policía cargadas de mercancía que escapan de los celulares y las cámaras de video.
Perdieron la batalla que ellos mismos iniciaron, fueron replegados y los pueblos se mostraron capaces de defenderse de la brutalidad gubernamental. No les quedó más remedio que arreciar la campaña de desprestigio y de criminalización.
Foto: Arturo Pérez Alfonso. Cuartoscuro.
El zócalo sucio y el campamento desolado, repetían los merolicos del poder, mientras una movilización de enormes dimensiones avanzaba una vez más por las calles de Oaxaca.
Exigían el establecimiento de una mesa de diálogo y el cese de las agresiones contra la población. El gesto se esparció con rapidez y desde entonces las muestras de solidaridad no han cesado.
A las tres de la tarde salió otra movilización desde el hospital general. El semblante era serio y aguerrido.
Soy doctora del pueblo y para el pueblo, se leía en una de las pancartas. No estamos dispuestas a negarle los servicios a la población, acusaron. No es sólo la educación,
El gobierno no cumple con el pueblo, centros de salud y hospitales abandonados. La salud agoniza, se leía en otro cartel. No es sorpresa que hoy el sector salud anuncie que también va a paro.
Doctoras, enfermeras y personal médico fueron recibidas con un aplauso enternecedor cuando entraron al zócalo.
Un
zócalo, por cierto, lleno de gente. Donde el magisterio reunido por regiones se organizaba en pequeños círculos en los que unas y otros iban tomando la palabra.
Impacta mirar un territorio convertido por las fuerzas del Estado en una zona de guerra contra la población. Se agolpa el llanto al pensar en las vidas arrancadas por un poder que no sabe nada de política y demasiado de armas. Impresiona ver la capacidad de un pueblo para organizarse, para protegerse contra la brutalidad de un Estado sordo y ciego. Pero de un extraño modo se siente una seguridad brava.
Hace un año la ciudad estaba sitiada. 20 mil elementos de la gendarmería circulaban armados hasta los dientes, cubiertos con chalecos y equipo estilo Robocop. Trepados en camionetas desde donde invariablemente un agente sostenía un arma de alto calibre que apuntaba hacia la calle.
Entonces se sentía miedo. Miedo al cruzar una calle repleta de policía militarizada que resguardaba las radiodifusoras al servicio del poder. Miedo al tener que escuchar sus lascivos comentarios sólo por ser mujer y tener la mala suerte de pasar por ahí. Desnudos se sentían nuestros cuerpos junto a sus uniformes de plástico.
Pero nada da más miedo que ser parte de una sociedad que quiere creer que eso es normal o aceptable. Hoy de nuevo se siente el miedo frente a la posibilidad de que las tropas lleguen a la ciudad y desalojen el zócalo con violencia.
Tenemos que decirlo claro y fuerte, tenemos que reconocer nuestra propia fuerza, el nivel de la represión que estamos viviendo es proporcional a la fuerza popular que defiende la vida. Contra unas reformas rapaces. Contra un gobierno insensible. Los niveles de desempleo, violencia y marginación son insostenibles. La colusión del ejército en crímenes de lesa humanidad, innegable. No basta con correr al GIEI, tienen que rendir cuentas.
No se puede tapar un país con un dedo, lo que vivimos es una guerra.
Lo que atestiguamos no son movilizaciones sólo contra una reforma,
son movilizaciones contra una economía de guerra y una clase política criminal. Lo que está en juego es la vida de millones de personas. Es la posibilidad de poner freno a los abusos del poder. Y frente a eso, frente al horror, habemos quienes cerramos un abrazo solidario y efectivo. No es momento de callarse, de esperar a que otras lo resuelvan. No es momento de reclamar y escribir dolorosas cartas a los reyes magos o a los supuestos líderes y movimientos sociales. Es momento de organizarse cada quién en donde está. En escuelas, Universidades, fábricas y calles. En hospitales y hogares.
Foto: TW. Berlín, junio 2016.
Es momento de entender que no será un agente externo y omnipotente el que pondrá fin al horror. Somos cada una de nosotras o no será nadie. Y por ahora, lo urgente e indispensable es exigir el cese definitivo de las agresiones por parte de las fuerzas del Estado contra la población. Al mismo tiempo, es nuestra obligación mirarnos y hablar.
Foto: TW. Chile, 2016.
Es nuestra obligación circular la información, romper el cerco y dialogar con quienes hoy todavía creen que un Estado policiaco es permisible e incluso necesario. Quienes creen que en medio de la crisis humanitaria que vivimos, las afectadas no tienen derecho a paralizar el país para ser escuchadas, para dejar de morir en el olvido y en el silencio. Es indispensable hablar con quienes confunden los derechos laborales con privilegios y en esa confusión permiten el privilegio rapaz de la clase política.
Es indispensable dialogar con quienes han interiorizado a las fuerzas policiacas y represivas del Estado, quienes piensan como ellas y les justifican.
Foto: Reuters
Sólo hay que saber un poco de historia para entender que el magisterio no es una corporación homogénea ni unitaria, es parte de una larga lucha por la defensa de la vida y el territorio. El magisterio no se reduce a un sindicato. Hay que saber sólo un poco de historia para entender por qué el gobierno les agrede, criminaliza y desprecia como lo hace. Para entender por qué les tiene miedo.
Y por qué nuestra capacidad de incidir en lo que viene no es poca ni irrelevante. Arriba lo saben y por eso muerden.
Foto: Twitter.
El diálogo es urgente y de ningún modo se dará en las oficinas de SEGOB. El diálogo que ha anunciado la CNTE es un paso indispensable para el sindicato pero sería ingenuo e irresponsable de nuestra parte creer que solucionará el problema de fondo. Porque el magisterio y su lucha rebasan por mucho a cualquier organización sindical.
Es absurdo pensar que resolverán los problemas quienes se benefician de la muerte. El horror no es casual, sirve a intereses políticos y económicos concretos. La privatización tiene nombre y apellido.
Sólo una sociedad informada y movilizada tiene las posibilidades históricas de generar el diálogo necesario, de poner fin al horror. Ojalá nos permitamos mirar nuestra propia fuerza y dejemos de esperar que sean políticos y líderes quienes acaben esta guerra. Para eso es indispensable reconocer que a pesar del dolor y de la muerte que nos han sembrado estamos en un momento decisivo y de una enorme fuerza social,
hoy ellos tienen el gobierno pero nosotras el poder.