“A Loose-Fish is fair game for anybody who can soonest catch it.” Herman Melville, Moby Dick
Si la música se parece al mar, y lo habitamos todos, hay especies raras, que se ven poco y extraña vez son capturadas. Aquí surcamos las olas para hacerlos más evidentes.
Coon Creek Girls
por Ana Martínez de Buen
@Anamdb
Los Apalaches son una conjunto de montañas -la sierra, vaya- que se extiende desde Canadá hasta Alabama. Los inicios de la música apalache son inciertos porque sus raíces se extienden por tres continentes, con influencias africanas y europeas, como las baladas inglesas, música tradicional de violín escocesa e irlandesa, himnos religiosos, blues afroamericano y ritmos tradicionales de los indígenas de la región.
A finales del siglo XIX, esta convergencia ayudó a dar voz a los nuevos lugares de encuentro: las minas, un trabajo peligroso e históricamente injusto. Algunas canciones hablan de tragedias y huelgas mientras que otras recuerdan leyendas de viejos continentes. Todas unen a las personas en la escucha. Nada funde a la gente en la resistencia hacia la injusticia como la música, tal vez porque nos recuerda que nuestra voz existe, a veces como eco de otras voces, siempre parte de un linaje.
A partir de 1920, se realizan las primeras grabaciones de música apalache, un gran paso para los ecos de las montañas que, afortunadamente, trascenderían la región para llegar a los oídos de músicos que más tarde darían forma a la música country, el blues y el folk como los conocemos ahora.
A veces las guerras provocan intersticios para que se cuele el talento femenino. Uun gran ejemplo de ello son la cantidad de diversas “girl bands” que surgieron durante y después de la Primera Guerra Mundial. Ya fueran cuartetos u orquestas enteras, las mujeres tomaron los instrumentos y la batuta en las escenas musicales internacionales y locales.
Ejemplo de ello fue Lily Mae Ledford, nacida en Pilot, Kentucky. Ledford aprendió a tocar en un viejo violín descartado perteneciente a “Gran’pappy Tackett“, que era un famoso violinista de las montañas de Kentucky, como era su padre, White Ledford. Alguna vez Lily contó la historia de cómo hizo su primer arco de violín con una rama de sauce y una generosa porción de la cola de la “Yegua Maudie”, la yegua blanca de “Gran Pappy”.
Después de audicionar para los cazatalentos en 1935, se le pidió a Lily May Ledford que apareciera en el famoso WLS Chicago Barn Dance. Allí John Lair se interesó en convertirse en su manager, porque eso sí, detrás del nacimiento de las bandas femeninas siempre estuvieron agentes hombres. John Lair soñaba con manejar una banda de puras chicas, así que fundó junto con Lily el Renfro Valley Barn Dance y formaron a las Coon Creek Girls.
El grupo lo conformaban Lily como líder y maestra del banjo con estilo martillado, su hermana Rosie en la guitarra, Evelyn “Daisy” Lange en la mandolina y Esther “Violet” Koehler en el bajo. Evelyn y Esther recibieron sus apodos para mantenerse al día con el tema del nombre de la flor. Su gran debut fue en el Music Hall de Cincinnati en 1937.
Al año siguiente cambiaron su alineación y Lily Mae y Rosie se unieron a su hermana Minnie, conocida como “Black Eyed Susan“, mientras que las otras dos quedaron fuera del conjunto por razones geográficas. Continuaron tocando juntas hasta 1957. Su carisma y naturalidad en el escenario las llevaron a viajar por el país, pero es realmente en Kentucky donde dejaron su marca. Ahora son reconocidas como miembros importantes del Salón de la Fama Musical del estado gracias a sus importantes aportaciones para el nacimiento de la música country que tanto los caracteriza.
Sus canciones son narrativas y retoman la tradición oral, contando historias de amor cotidianas con metáforas de galletas, por ejemplo, o cómo en los buenos días pasados las cosas eran distintas y si a una muchacha la besaban en público antes de estar prometida se armaría un escándalo.
Vale la pena escuchar su música y entender el momento histórico. Tenemos en nuestros altavoces a un grupo de muchachas que cantan sobre galletas, pan, vestidos, tipos de peinado, la geografía de su pueblo y la herencia de las minas mientras tocan instrumentos musicales que aprendieron por tradición. En su música convergen las líneas de muchos lugares, metafóricos y reales, que no necesitan ser evidentes porque el punto era que juntaran a la gente a cantar y a bailar. De eso se trataba, de que supiéramos qué hacer cuando interpretaban su música: palabras y movimientos se volvían el territorio común. Esa invitación tan sencilla a lo colectivo es, hasta cierto punto, intrínseca de la música tradicional, más aún cuando convergen tantas influencias en una misma cordillera.
Era de esperarse que la música apalache fuera reinterpretada también: los movimientos sociales de los años 60 en Estados Unidos tomaron esos ritmos y letras para transformarlos en el canto de toda una generación. La música Folk de la segunda mitad del siglo XX capturó la esencia apalache para continuar enraizando las voces que daban esperanza a una generación necesitada del unísono.