“A Loose-Fish is fair game for anybody who can soonest catch it.” Herman Melville, Moby Dick
Si la música se parece al mar, y lo habitamos todos, hay especies raras, que se ven poco y extraña vez son capturadas. Aquí surcamos las olas para hacerlos más evidentes.
Silvia Pérez Cruz
por Ana Martínez de Buen
@Anamdb
Quiero contarles sobre las puntadas finas que Silvia Pérez Cruz usará para bordar su escucha. Nació en 1983. Lo primero que aprendió, de pequeña, fueron solfeo y saxofón, aunque también toca la guitarra y el cajón, y compone y escribe casi todas sus canciones. Entender los homenajes íntimos es cantar canciones de cuna; arrullos que cualquiera necesita, un bello momento en el que somos todos los lenguajes, un bordado sonoro de nostalgias.
Entre el 2001 y 2011 cantó en grupos de flamenco, pop, música tradicional catalana, folclore ibérico y folclore sudamericano. Es fácil olvidar que canta en idiomas distintos porque a las palabras y al lenguaje los visita sin importancia aparente. Y qué bueno, sirve que nos recuerda que no las necesitamos. Silvia es su voz. Sin embargo, también podemos hablar de lo que dice ya que canta con palabras ligeras y frases sencillas que alegran los oídos.
A partir del 2011 concentró su producción en una exploración más personal. Así nació 11 de noviembre, en honor a su padre. Su canto es un homenaje constante a la memoria íntima que nos une en el imaginario. Suenan pasos, cajas de música, canciones de victoria en marchas de protesta, tormentas, el canto de niños, instrumentos de cuerdas, páginas de un libro, diapositivas cambiando en un proyector antiguo, puertas que se cierran, cascabeles y la palabra adéu (adiós). Recurre a su propia memoria y entiende los tonos y los símbolos que la tornan en la memoria de todos.
La gente también es eco de con quién es. En 2014 sacó el disco Granada, una creación conjunta con Raül Fernandez Miró, guitarrista. Cantó y compuso música para obras dancísticas y cinematográficas que le valieron dos nominaciones y una estatuilla en los Premios Goya. En 2016 nos ofreció Domus y en 2017 Vestida de nit, donde colaboró con varios músicos amigos e interpretó material anterior y canciones inéditas.
Ojalá la lluvia que escuchamos fuera más que un recuerdo sonoro. Qué atinada es Silvia al reverberar entre el sonido de truenos y zapateado. Eso es la tormenta, así llueve una, como canto vertido. Las nubes lloraban con tanta pena acumulada, dice Silvia mientras rasga una guitarra, para a su vez rasgar las nubes y que rompa la tormenta como el cante. De eso se trata la nueva voz flamenca; la sinceridad de la tradición recae en la voz misma, una voz que adivinamos educada y cultivada, sin que eso la acartone, al contrario, sus notas exactas y precisas se parecen a los patrones de los pétalos de las violetas: el orden y lo impredecible se conjugan en una bella aporía.
Los instrumentos le cantan a ella porque se conmueven con su voz, se inclinan ante su timbre como los carrizos con el viento. Una ternura que se revela en susurros, todo lo que dice puede ser arrullo. Su voz es un listón al aire, sí, pero también duele y acuchilla, y experimenta y colorea fuera de las líneas. Tal vez valdría una comparación con Jeff Buckley, no en el rango, sino en la voz que se ahoga en la garganta, como un pájaro que anuncia el fin de algo con su último aliento. Quizás el arrullo que nos da en algunas canciones es como un pequeño calmante antes de cantar la tormenta. Una voz que también envenena, porque la melancolía es fascinante y adictiva para algunos, y terriblemente pesada para otros.