por Erika Arroyo
@_earroyo
El charol de un par de zapatos es espejo de un pretendido mármol que viste el pasillo. Un paso a punto de darse ha dibujado pliegues en un traje sastre, la mano que empuña el portafolios a punto de reventar de oficios y memorándums tiene, abrazado a su muñeca, un reloj cuyas manecillas danzan en una repetitiva trabazón.
Bienvenidos, esto es Postales.
En el mundo en pausa se inscribe la potencia, aquello que a menudo se ha reservado al movimiento, los rostros escapan al foco enmascarando su identidad, las siluetas parecen fundirse entre sí, el destello de las luces vibra alumbrando misterio.
Las conversaciones han enmudecido, los rumores, las calumnias y las noticias, por igual, han quedado atoradas en las gargantas y los paladares, cosquillean como lo harían las moscas en la cabeza.
No es el silencio lo que se escucha sino lo que revela y eso que está por asomarse, la latencia, en la reverberación se amplifica.
Ha estado ahí siempre y todos lo captan incluso si deciden no escucharlo, el escenario suena a agujero negro. Todo está ahí, contenido, atrapado, pero en todo momento, a punto de escapar.
Esto punza, se inflama para sí, golpea el borde entre lo que es y lo que no está siendo por tiempo indefinido. Esta pausa es una incrustación trémula entre el afuera y el adentro. Seguimos aquí, en tensión, vibrando.