por Erika Arroyo
@_earroyo
Cerré la ventana esta tarde justo cuando el cielo se teñía de noche. La electricidad nos abandono desde el mediodía bajo el pretexto de una caída en dominó de postes, así que el Sol, seco, punzante alumbró la casa permitiéndonos realizar algunas de las labores domésticas diarias. Lavar los platos, regar las plantas, recoger la sala, sacudir la alfombra y barrer el polvo. De todas, esta última cobra una belleza superior cuando se pueden ver los residuos que nos hace estornudar y toser, por fin, el enemigo aparece, y nos mira a los ojos para irritarlos.
La puerta de la cocina se atoró, así que no pude contemplar con mucha paciencia la marea de partículas que inexplicablemente llegaron a pegarse como lapas a los muebles, pasamos un par de horas cambiando tornillos y aceitando bisagras. En el completo silencio que la ausencia de electricidad nos regaló.
Escuché mis pensamientos, a algunos los encontré aburridos y a otros más inconexos entre sí, chocando en la cabeza como bolas de billar. Cada vez más escandalosos conforme el día se acababa, tal vez por eso nos asusta la noche, por silenciosa, por no dejarnos ver con claridad lo que se mueve bajo su aparente quietud.
Los autos emulan el sonido del cauce de un río en la avenida, los perros ladran con el eco de los coros de las iglesias, los vecinos discuten en voz baja lo que habitualmente se gritan, los motores de las licuadoras y los hornos de microondas han sido suplidos por el murmullo del viento y los fuegos artificiales de algún barrio lejano. Esta postal no se escucha si no apagas la luz.
La vida parece un bodegón cuando los interruptores de luz están abajo. No hay reflejos ni brillos en exceso, la serenidad es el manto que cubre las imágenes de nuestro alrededor inmediato. Ahí, en calma, el gato parece una escultura, los moscos trompetistas que entran para acompañarnos con las melodías que endulzan las habitaciones para succionar entre nuestra piel, las frutas poseen sombras seductoras y nosotros estamos ahí, para presenciar ese espectáculo mudo.
Abrir los ojos en la oscuridad hace brotar el mundo como una impresión quimérica, los primeros minutos intentando cazar formas y colores nos baña de un vapor que hace todo difuso, pero que nos obliga a enfocar hasta alcanzar algo con un poco de mayor definición. El vuelo de los aviones puede seguirse pasando el dedo mentalmente por el cielo como lo haría un niño sobre las anotaciones del profesor en el pizarrón.
Te vi de rodillas en una meseta desértica
Tus ojos se derretían desde el interior de tu cráneo
El viento me estaba quemando la piel
¿Dónde termina un cuerpo?
Tu voz se desplaza a través de la estratosfera
Mi boca está bebiendo de tu piscina de lágrimas
Vi los latidos de tu corazón en la pantalla del electrocardiograma
¿Qué significa un cuerpo?
Del rostro, los labios son el paisaje mejor trazado y el que no puedes ver en el espejo.
Tener sueños que no son del todo sueños donde el sol se extingue pero las estrellas sobreviven, y en su búsqueda nos obligan a deambular por espacios eternos, sin bordes, sin caminos, balanceándonos a ciegas sin parpadear.
Que el fin traiga el temor para calmarlo entre caricias, susurrando palabras oscuras a donde no hay más que una suave luz de la Luna, ladrona del color de aquello que ilumina, la pantalla donde todo se ve blanco y negro.