TODO MENOS MIEDO

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#SoundAndVision. Cruz de Navajas

- Por: hellagone

Por Aldo Rosales
@AldoRosalesV

Rara vez el ojo se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra:
una huella en la arena indica el paso del tigre, un pantano anuncia una vena de agua,
la flor del hibisco el fin del invierno.

Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles

Voy a usar esta cama para dormir, comer y tal vez para construir un fuerte, es todo.
Homero Simpson.

 
Son las tres de la tarde y estoy acostado en mi cama. Podría decir que estoy filosofando, pero en realidad simple y sencillamente parasito (¿serán sinónimos?) y miro que el zorrito de gafas oscuras que siempre he creído ver en las grietas del techo ahora es algo más. Son las tres de la tarde y estoy en la cama. Hay, no lo niego, un poco de culpa en mí por estar acostado a las tres de la tarde en un día entre semana: la cama parece ser un sitio al que se debiera tener acceso sólo por la noche y, si acaso, los fines de semana; alguien que duerme a las tres de la tarde de un miércoles laboral, y no está de vacaciones, merece la muerte, según algunos.
Escucho un poco de música (¿soy sólo yo o la música se oye distinto cuando estás acostado?) y de pronto suena una canción que escuchaba mucho cuando era adolescente. Recuerdo que la escuchaba por las noches, antes de dormir, con las luces apagadas y todo en silencio, excepto los audífonos. Y que la parte que más me agradaba (y lo sigue haciendo) es donde se cuestiona el uso de la cama y la injerencia que tiene en nuestras vidas: “Mario llega cansado y saluda sin mucho afán, quiere cama pero otra variedad”, teje la voz de Ana Torroja en el oído. ¿Variedades de cama? Sí, por qué no, hablemos de la cama.

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Empecemos por hacer una aclaración: una cama, según tengo entendido, se compone de una base, que puede ser de madera, metal o concreto, que lleva encima un colchón, cuyos materiales también pueden variar. Debe ser lo suficientemente rígida como para brindar un correcto soporte a la espalda y lo suficientemente suave como para brindar descanso. Es decir, una cama es una paradoja, un oxímoron, sincretismo.

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Existen diversos tipos de camas: individual, matrimonial, King size, Queen size, literas. Aunque esta clasificación sólo obedece a la cuestión de tamaños (el tamaño sí importa) es un buen comienzo. La cama matrimonial que conocemos es, sin embargo, para un matrimonio de corte conservador, donde sólo interactúen dos personas. En esta clasificación, además, apreciamos un conservadurismo férreo: el rey merece más espacio que el hombre promedio y, a su vez, la reina merece más espacio que el rey. Si bien son artefactos conservadores, no son de confección machista: la mujer recibe más que el hombre. No obstante, y a pesar de su aparente apertura, las camas (al menos englobadas en esta taxonomía) son de corte occidental, ya que son para un matrimonio monógamo, por lo cual, me parece, se debería incluir la cama tamaño Jeque Size, con cupo para hasta siete personas (un hombre y sus seis mujeres).

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Una cama puede hablar de una persona tanto como lo haría su currículum: quien tiene un colchón lleno de resortes (algunos salidos) es, probablemente, una persona de bajos recursos, mientras que aquel que posee uno de gel ergonómico se encuentra al otro extremo de las clases sociales. Además, las manchas, relieves y cicatrices que se pueden hallar en el colchón también son material de donde se puede extraer información suficiente y fidedigna: las manchas y líquidos en él son la orografía de toda clase de sueños y pesadillas; las hendiduras muestran de qué lado de la cama duerme con más frecuencia alguien o si duerme solo o acompañado (o en caso de estar acompañado, el desgaste del colchón nos dirá si acaso duermen en él o sólo le dan otro uso). Las cicatrices, por ejemplo, nos pueden decir si el dueño del colchón fuma mientras está acostado, si plancha su ropa en una de las esquinas. Una vez oí decir a alguien “uy, si las paredes hablaran”, pero creo que son más elocuentes los colchones.

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Roberto Carlos cantaba una canción llamada “Cama y mesa”, que mi padre escuchaba frecuentemente. A pesar de lo que pudiera parecer, la canción no es un instructivo sobre un nuevo invento, ni un manual de los usos que se puede dar a la cama. Sin embargo, sí da pie a pensar que la cama, como dije al principio, tiene muchas funciones, además de la original (creo) que es dormir. La cama, además de cama, puede servir como mesa, escritorio, gimnasio, confesionario, escondite y lugar de meditación. Si Chesterton ideó un par de ensayos en la cama, quiere decir que todo es posible (hasta cocinar, aunque requeriría, estoy seguro, práctica).

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Las palabras (en especial las preposiciones) son vitales a la hora de hablar de la cama, y pueden cambiar totalmente el significado. Por ejemplo, ¿usted duerme con alguien, junto a alguien, sobre alguien, bajo alguien, entre alguien y alguien? La comodidad, el placer o el dolor mucho dependen de una preposición, sobre todo en el contexto de cama. De igual forma, una sola palabra puede cambiar el estado de salud de alguien si hablamos de cama: fulanito está en cama o está en la cama. La diferencia en papel es casi imperceptible; en la vida real es enorme: puede ser la brecha entre una prolongada enfermedad o una simple siesta.

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La cama, además, se puede usar como sustancia fluorescente para descubrir el grosor o estado de los vasos sanguíneos de una amistad. Si dicen que “a los amigos se les conoce en la cama o en la cárcel”, entonces queda claro el poder de la cama para situaciones ajenas al dormir. La palabra camarada viene, quizás, de poner en práctica este dicho: será tu amigo (o amiga) a quien hayas conocido en la cama y hayan sobrevivido a ello: ella (o él) es mi cama arada, mi camarada, porque juntos (uno sobre otro) trazamos un par de líneas imaginarias en el colchón y ahora que nos conocemos mejor, bueno, sigamos siendo amigos.

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Camas de clavos, para descubrir un par de leyes sobre la física y descubrir una lección sobre la hermandad (si cada cabeza soporta un poco de lo que se le ponga encima, entonces nadie sale dañado: unión). Bon Jovi habló alguna vez de una cama de rosas, que además de cara puede resultar cautivadora. Otra canción ochentera hablaba de cómo las camas pueden arder con relativa facilidad y que es imposible hacerlo mientras esto sucede. Cama de lechuga, para colocar sobre ella los alimentos que se servirán. Camas de mercancía, que nos hablan de una forma particular de colocar ciertos productos en las bodegas. ¿Qué hay de común entre esos diversos tipos de cama? La horizontalidad, materia prima del sueño y del reposo, casi casi del orden.

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Soñamos como morimos: acostados. Nos entierran como nos duermen: acostados. Quizás la cama es el primer indicador de que la muerte y el sueño son parientes cercanos. Suave plancha de quirófano sobre la que nos recostamos para permitir que el sueño, con sus pequeñas manos de amnesia, nos intervenga cada noche (o cada día) y dejar que enderece las torceduras que provoca estar tanto tiempo de pie sobre la realidad.

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La camilla es el pariente de la cama al que ninguno de nosotros desea llegar. La camilla avanza por los largos pasillos del hospital y su viaje parece largo en extremo; la cama avanza por los inefables pasillos del sueño, y su transitar se antoja breve, demasiado breve, como para quedar del todo satisfechos.

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Llevar a la cama a alguien se antoja un logro, en muchos contextos. Lo veo en mis amigos que ya tienen hijos, los cuales no quieren irse a dormir porque hay visitas en la casa: llevarlos a la cama es un logro colosal. Hay hombres para quienes llevar a la cama a una mujer es un logro también. Otra vez, los dos extremos de cama, dos usos, dos acepciones; un significante y dos significados. Cama es un poliedro que cambia según el ángulo desde el que se mire.

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Mamá dice que cada vez le cuesta más trabajo dormir acostada, y me recuerda a la película El hombre elefante, de David Lynch, en la que al final el personaje, Joseph Merrick, cumple su sueño de dormir acostado, aunque ello le cueste la vida. Mamá dice que quiere morir acostada en su cama, no en un hospital, porque eso, dice, sería la forma más fea de morir. La cama también es el lugar donde se deja el cuerpo, donde se evapora el último hilo de agua salada que une a la carne con aquello que la hace moverse. No con un estallido, no con un estallido, pero tampoco con un quejido, tal vez, acaso, con un ronquido acabe el mundo, mientras se duerme. Sí, sobre una cama.