Existen las canciones de infancia: las rondas infantiles, las nanas de cuna, la música de los padres y los hermanos. Hay voces que nos acompañan, o mejor dicho, acompañan nuestros recuerdos. Durante un tiempo, según me acuerdo, la casa en la que crecí sonó a Amparo Ochoa. Y aunque no puedo decir que es la voz de mi infancia, sí la reconozco como una voz que, junto con la de Pedro Infante y Óscar Chávez, puede unir a mi familia materna en un coro de sobremesa.
María Amparo Ochoa Castaños es tan conocida en nuestro país como puede ser reconocido cualquier cantante de folklore (entendido como algo más que las tradicionales rancheras). Es decir, su difusión en radio es prácticamente nula. Sus discos tienen una distribución limitada. Y su repertorio suele ser identificado como “canciones de protesta”. Lo cierto es que, durante las dos décadas que Amparo Ochoa estuvo activa, coincidió con lo que se llamó la “Nueva Canción Latinoamericana“. Amparo es equiparada entonces a otras cantantes como Violeta Parra o Mercedes Sosa, tanto por el tipo de música que hacía, como por su tono de voz.
La voz de México
Pertenecer a ese grupo de la “Nueva Canción”, le permitió a Amparo Ochoa realizar giras por todo el mundo, y ganarse el epíteto de “La voz de México“. Curioso sobrenombre que en este país no le pertenece a ella, ni a ninguna mujer, en realidad. Sin embargo, la carrera de Amparo Ochoa sí puede representar a nuestro país y su música en muy distintos niveles.
Nacida en Culiacán, Sinaloa, Amparo se dedicó a la música incluso antes de ser cantante, cuando era maestra rural. Haber pertenecido al magisterio, la encaminó, como a casi cualquier normalista, a tratar temas sociales en sus canciones. Este detalle, que se acentuó cuando fue estudiante de la Escuela Nacional de Música, la colocó rápidamente dentro del grupo de cantantes de protesta. Sin embargo, la versatilidad de su repertorio es extensa. Amparo cantó rancheras, huapangos, boleros, baladas, sones, banda, rondas infantiles, corridos, trova. Cantó canciones antiguas, canciones que compusieron para que ella, canciones rescatadas, canciones conocidas y canciones que ella hizo famosas.
Grabó más de 20 discos. El primero en 1971, después de ganar un par de concursos para aficionados en Culiacán y en la Ciudad de México.
Eso de jugar a la vida
En 1980, tras la publicación de un par de discos (uno dedicado al golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile), Amparo Ochoa lanzó el disco por el que es más reconocida. Recuerdo el Cancionero Popular Mexicano, era un disco blanco con la portada de la acuarela de una mujer de cabello largo, y con las facciones poco definidas. Mis tíos lo llevaron y lo ponían en casa de mi abuela. El disco abría con “El Barzón“, cuyo sonsonete me aprendí rápido. Tanto que cuando escuché la canción en otras voces, la de Maldita Vecindad, por ejemplo, me sentí profundamente ofendida.
La voz de Amparo es tan característica que hace eso con las canciones. Muchos podrán opinar que hay otras versiones mejores, pero las de ella se quedan. En el Cancionero Popular, “Jugar a la vida”, “Bola suriana por la muerte de Emiliano Zapata”, “La Maldición de la Malinche”, en incluso el clásico de Chava Flores “A qué le tiras cuando sueñas mexicano”, corren esa suerte.
De cualquier modo, salvo la de Chava Flores, ninguna de las canciones del disco forman parte del cancionero del mexicano promedio. Es otro cancionero, otras tradiciones, en otra voz.
Ni que yo fuera boba
El mismo año de 1980, el sello Discos Pueblo, lanzó el otro álbum por el que conozco a Amparo. Un acetato, creo recordar, en que aparecía una ilustración muy parecida a las de los libros de lectura de la SEP, que con varias líneas de colores formaban la cabeza de una mujer de largo cabello que envolvía pájaros y flores.
Amparo Ochoa canta con los niños es un disco único. Para empezar el título: la cantante no le canta a los niños, sino con los niños. Está grabado con el Coro de la Unión de los Niños de México, una entidad misteriosa de la que no hay mayor noticia. En la contraportada, se lee un texto de Juan de la Cabada que empieza:
AMPARO OCHOA —dama llena de bondad, esbeltez, gracia y fineza legendarias— es una excelente artista que cuando canta para la CHAVIZA usa sus poderes mágicos y con voz de hada se transforma en chavala preciosa.
Óiganla, niñas y niños; óyela querida chaviza.
¡Óiganla!
Ella es la mera-mera de este DISCO que trae DOCE canciones extraordinarias por lo divertidas además de instructivas.
Una canción para tumbar a un rey, una de protesta contra tonterías como la bruja de la escoba o el Coco, una sobre la lucha de clases entre los sapos y los peces, una de un sembrador que siembra letras en los surcos del cuaderno, una sobre una niña que sueña ser papalote, entre otras, forman este disco que sigue siendo de mis favoritos de la vida.
Mujer
El resto de la discografía de Amparo es variada y extensa. Destaca el disco Mujer, de 1985, que toma su nombre de la canción del mismo nombre compuesta por Gloria Martín, y que identificó a Amparo con las causas feministas. El disco salió con un poema de la escritora feminista Alaíde Foppa del mismo título. No se conocen detalles de la militancia de Amparo, pero su interpretación mantiene la fuerza de las heridas aún vigentes.
Casi todo el material grabado por Amparo se mantuvo en el catálogo de Discos Pueblo. La mayoría son corridos, boleros y la recuperación de otras canciones tradicionales. Otras grabaciones en vivo con músicos como Los Folkloristas, Los Morales y Óscar Chávez. Cuando la disquera desapareció, parte del catálogo pasó a RCA y otra parte a Ediciones Pentagrama, que han lanzado recopilaciones y antologías.
Aunque Amparo dio conciertos casi hasta su muerte, con apenas 47 años, a causa del cáncer de estómago, su obra se mantiene con una distribución muy limitada. La voz de México corre la misma suerte que casi todo lo tradicional: nos gusta, pero limitado y de lejitos.
Para mí, es una de las voces de la infancia. Debo reconocer que cuando veo fotos de Amparo, más bien busco los trazos de las ilustraciones de sus discos. La voz le gana al rostro, aunque es una voz que sonríe, que llama a “esa iglesia llamada comedor”, donde las raíces, esas sí con voz y cara, cantan.
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Gabriela Astorga – @Gastorgap
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