En febrero de 1940 se llevó a cabo el estreno de la primera película animada en ganar un Premio de la Academia: Pinocho. A pesar de que la película estuviera dirigida a un público infantil, tanto la trama como el estreno mismo parecía incluir contenido solo apto para adultos. Sorprendentemente, la película muestra escenas que involucran crimen, alcoholismo, secuestros, tráfico de niños e incluso una ballena asesina. Sin embargo, los temas a tratar no detuvieron su distribución. En cambio, lo que sí dificultó su difusión fue la Segunda Guerra Mundial, pues ésta interrumpió tanto su consumo como su alcance internacional.
El títere que se volvió niño
Ahora bien, la película narra la historia de Geppetto, un carpintero viejo y pueblerino que talla un títere de madera llamado Pinocho. Muy pronto en el relato, el títere cobra vida con ayuda de una hada azul que le concede convertirse en un niño de verdad si demuestra ser “bueno, sincero y generoso”. A pesar de la odisea sobrellevada por Pinocho tan solo días después de su existencia, el títere logra cumplir su deseo para el final de la obra.
A lo largo de la película, sin embargo, Pinocho se enfrenta con situaciones y conflictos en los cuáles tiene que probar su bondad, su sinceridad y su generosidad. Al principio, por ejemplo, decide faltar a la escuela por seguir el ejemplo de malas influencias que lo convencen a volverse actor. Más adelante, asimismo, se ve entrometido en un viaje a la llamada Isla Placer. Ahí satisface todos sus impulsos (la embriaguez, la destrucción y la desobediencia) a cambio de ser convertido en un burro de carga sin su consentimiento. Una y otra vez, Pinocho demuestra no tener el criterio necesario para convertirse en un niño de verdad. Su inocencia e ingenuidad lo llevan a ser explotado por distintos personajes que se aprovechan de él y que lo conducen a circunstancias desfavorables.
Un estreno polémico
Ahora bien, lo curioso es que la trama de la película resuena de alguna forma con lo que aconteció en el día de su estreno. Aquel día, Walt Disney había preparado una sorpresa para el público que no tuvo el resultado esperado. Según se cuenta, el ilustrador estadounidense había contratado a unos actores enanos disfrazados de Pinocho para que dieran la bienvenida a los espectadores desde encima de la marquesina del teatro en el que se proyectó la película.
Dado que los actores disfrazados pasaron tanto tiempo encima del techo de The Center Theatre, la productora les ofreció comida y vino para seguir el ritmo que la labor demandaba. Por desgracia, a Disney le terminó saliendo el tiro por la culata. Después de unas horas de trabajo bajo un calor inusual, los enanos terminaron por emborracharse excesivamente y desnudarse ante el público después de la función. Al terminar la película, los enanos comenzaron a insultar a los espectadores y la policía tuvo que bajarlos de la marquesina con una escalera de bomberos.
En cierto sentido, se podría decir que los enanos se tomaron el papel demasiado en serio: al igual que la marioneta animada, los actores disfrazados de ella se mostraron incapaces de escuchar a su conciencia y terminaron en conflictos innecesarios. Es decir, se confió en la virtudes de los actores de la misma forma en que se confió en la supuesta bondad, sinceridad y generosidad de Pinocho. ¿Será que no vieron la película? ¿No habrán aprendido de los errores del personaje que aceptaron representar? Lo curioso es que – al igual que Pinocho – los actores enanos demostraron un interés por la actuación que terminó siendo explotado por un empleador temperamental que vio en ellos una oportunidad lucrativa.
La vida imita al arte
Otro paralelismo que podríamos trazar entre la embriaguez de los enanos y la película animada es que los disfrazados de Pinocho también tuvieron acceso a su propia Isla del Placer (similar a la que visitó el títere animado). Allá arriba de la marquesina, se les proporcionó con tentaciones que no pudieron evitar satisfacer: alcohol, comida, tabaco y, al final, un juego de apuestas. La propia inocencia de los actores enanos los llevó a ejecutar actos de los cuáles se arrepintieron de la misma forma en que Pinocho se arrepintió de haber desobedecido a su padre.
Ahora bien, no es una novedad reconocer que el arte nos permite proyectarnos en su contenido. Recuerdo una cita de Oscar Wilde que afirma que “la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida”. Pues lo que aconteció el día del estreno de Pinocho parece ser una prueba bastante clara de ello. En el caso de estos actores enanos, solo bastó un simple disfraz para engendrar por completo aquello que estaban promocionando. Al igual que Pinocho, los actores enanos desobedecieron órdenes, satisficieron sus impulsos más básicos y pasaron de ser simples títeres (disfrazados) a convertirse en hombres errantes de carne y hueso.
Al final del día, la policía logró bajar a los actores de la marquesina y cubrió su desnudez con cubiertas de almohadas que estaban al alcance. Aunque Walt Disney haya quedado insatisfecho con la labor de aquellos actores enanos, creo que el acontecimiento demostró con exactitud las similitudes y los paralelismos que llegan a generarse entre la vida y el arte, o bien, entre el arte y la vida.
Walt Disney: un empresario tacaño
Más allá de las curiosidades del estreno, habría que cuestionarnos si Walt Disney fue un creador de contenido apto para niños. Un estudio y un análisis cuidadoso de sus películas dejarían ver una productora cinematográfica dispuesta a perpetuar la violencia, la explotación, el machismo y unos cuantos estereotipos racistas. Es más, el plan de promoción para el estreno de Pinocho no tenía el objetivo de entretener, sino de difundir la película en tiempos en los que se veía muy improbable que llegara a generar suficientes ganancias. Para procurar su venta, Disney incluso consideró ambientar la película durante el invierno para asegurarse de tener más visitas durante el estreno e, idealmente, hacer de Pinocho una película navideña.
En realidad, más que artista, Walt Disney fue un empresario que hizo casi cualquier cosa para evitar perder dinero del bolsillo. Su pasión por las ganancias lo llevó a prohibir la afiliación sindical de sus trabajadores e incluso provocó una protesta laboral tan solo un año después del estreno de Pinocho. De la misma forma en que Stromboli explotó a Pinocho durante su breve etapa como “actor”, Walt Disney se negaba a premiar el esfuerzo de sus empleados. Durante años, el productor estadounidense insistió en llevarse todo el crédito creativo.
Walt Disney fue un empleador autoritario: su sueño era tener un ejército de Pinochos a su disposición, pero terminó por encontrarse con once actores enanos que no se dejaron manipular. Al igual que Pinocho, estos actores se quitaron los hilos de encima y se reconocieron a sí mismos como seres humanos, y no como títeres listos para ser explotados.
Tomás Lujambio, @tlujambiot