Pasaportes de inmunidad: ¿el milagro que estamos esperando?
En días recientes han empezado a sonar tres palabras que pueden cambiar la vida como la conocemos: pasaportes de inmunidad. La idea detrás de estas palabras es la creación de un documento que acreditaría que una persona o bien padeció Covid-19 y se recuperó, o bien ya recibió la vacuna, por lo que el riesgo de contagio es menor. Esto permitiría retomar algunas actividades que las medidas de confinamiento han restringido, como los viajes, la apertura de centros turísticos, entre otras.
La discusión sobre los pasaportes de inmunidad empezó a mediados del 2020, cuando varios países estaban cerrando fronteras y exigiendo a otras naciones medidas de control más duras. Con el paulatino conocimiento que hemos tenido del coronavirus, los protocolos de atención establecidos y la llegada de las vacunas, la idea de los pasaportes de inmunidad ha resurgido con fuerza. Países como Reino Unido, Nueva Zelanda, China, analizan su implementación, y la Unión Europea incluso ya le puso fecha a las primeras pruebas del documento. Pero tenemos que decir que los pasaportes de inmunidad pueden traer muchos muchos problemas.
Check list
La premisa del pasaporte de inmunidad es la misma en todos los países. Es un documento que acredite básicamente que no eres contagioso, aunque las maneras de demostrarlo y los alcances del documento varían. Algunos países, como Hungría y Nueva Zelanda, están demandando que las personas demuestren que tuvieron Covid-19, que su muestra ya es negativa y que conservan aún anticuerpos en su organismo. Otros países, como Australia, analizan exigir que los pasajeros que deseen entrar en el país comprueben que han sido vacunados, e informen cuál de las vacunas recibieron, en qué fecha y en qué país. Otros países, como España, están dirigiendo la idea de los pasaportes de inmunidad casi exclusivamente para reactivar el sector turístico, mientras otros, como Chile, está hablando de extender el documento para reanudar actividades en otros sectores laborales.
Por otro lado, hay dudas sobre quiénes serían los encargados de otorgar los pasaportes de inmunidad. Si serían las instituciones de salud de los distintos países, o podrían extenderlos laboratorios privados que realizaran las pruebas. Pero ese es apenas el inicio de los problemas. Más allá de la logística, los pasaportes de inmunidad tienen dos problemas mucho más básicos. El primero de ellos es qué tan veraz es la afirmación de que el documento acreditaría que la persona que lo tenga no es contagiosa. Y la segunda, si contribuiría a incrementar los efectos de la pandemia.
¿Inmune, inmune, inmune? No
La primera discusión sobre los pasaportes de inmunidad es qué tanto reflejan la realidad. No es posible determinar a ciencia cierta que una persona no es o no será contagiosa. La Organización Mundial de la Salud ha sido muy clara y rotunda en su posición contra los pasaportes de inmunidad. Aun con los pasos agigantados a los que hemos avanzado, seguimos desconociendo mucho del coronavirus. Hasta el momento, no sabemos de qué depende que una persona pueda o no reinfectarse, pero sabemos que sucede. Si bien los casos de personas que se contagian más de una vez no son tan frecuentes, no podemos confiar en que alguien que logró superar la enfermedad no podrá adquirirla de nuevo.
En cuanto a la presencia de anticuerpos, tampoco podemos decir con seguridad cuánto tiempo y hasta qué punto una persona es inmune o puede ser portadora sin enfermarse. Del mismo modo, todavía no sabemos si una persona vacunada puede ser portadora del virus y contagiosa, aunque esté en menor riesgo de enfermarse. Eso sin mencionar que cada vacuna tiene su porcentaje de efectividad y que cada cuerpo es distinto.
La OMS sostiene que lo que sí sabemos es que podemos mantener la pandemia a raya con las medidas de confinamiento y cuidado. Lo demás es jugarle al vergas. Lo que la ciencia ha avanzado ha ayudado a que podemos protegernos mejor, pero de ninguna manera nos hace invencibles ante el virus.
La trampa de la desigualdad
La otra razón para andarse con pies de plomo con los pasaportes de inmunidad es, una vez más, la desigualdad. Si algo ha develado la pandemia es que la desigualdad mata. Basta con echarle un ojo a los sectores que han sido más afectados en más ámbitos de su vida para reconocer quiénes son más vulnerables. Así, los pasaportes de inmunidad serían una nueva forma de discriminación.
El principio del pasaporte de inmunidad es haberse enfermado y recuperado totalmente. Eso equivale a haber tenido una atención y cuidado a la que no todo mundo tiene acceso. O bien, haber sido vacunado en un mundo en que los países más ricos han acaparado las dosis disponibles. Eso sin contar que el pasaporte de inmunidad acrecentaría la presión para que entes privados pudieran comprar y aplicar vacunas, lo que las encarecería de manera automática. Ya hemos hablado en otros espacios de los riesgos de que las vacunas salgan al libre mercado.
Ahora imaginemos que el pasaporte de inmunidad se convierte en una condición no sólo para viajar, sino para trabajar, ir a la escuela, usar un tipo de transporte, etcétera. En automático es una medida de discriminación que crearía un mundo para los “inmunes” y otro para los que no lo son.
¿Equilibrio entre salud y economía?
Toda la discusión en torno a los pasaportes de inmunidad es querer darle la vuelta a las medidas de confinamiento. Es cada vez más frecuente la conversación sobre la necesidad de reactivar la economía hallando un equilibro con la salud. Lo cierto es que ese equilibro es imposible porque la salud y la economía no se encuentran de uno y otro lado de una balanza sino más bien entrelazados. En muchos sentidos, una depende de la otra.
Querer darle la vuelta a las medidas de confinamiento para reactivar la economía al final puede salir muy caro y costar muchas más vidas. Tomar decisiones con base en una inmunidad que en realidad no existe puede extender la pandemia y sus efectos también. Aunque esos efectos no nos impacten de la misma manera a todos. Si se extiende la pandemia, todos sufriremos las consecuencias, pero éstas seguirán azotando a los más vulnerables. El pasaporte de inmunidad sólo es una nueva manera de buscar el beneficio individual sobre el colectivo.
Desde el inicio de la pandemia hemos visto estos arranques. Quienes dijeron que era una gripa, quienes llamaban a no ser miedosos, quienes exigían comprar la vacuna porque podían. Sólo cabe recordar que esta pandemia viajó por el mundo en primera clase. Y aquí estamos, un año después y esto no está ni cerca de terminar. La decisión de parar el mundo se tomó porque decidimos que valoramos más la vida de las personas. Esa sigue siendo la pelea. Y el valor de la vida no la puede dar o quitar un documento.
Gabriela Astorga – @Gastorgap
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