Lecciones de economía desde la Revolución Mexicana
A los 109 años del comienzo de la Revolución Mexicana, y casi 100 del fin de su etapa armada, son muchas las lecciones que este periodo de la historia nos deja para el México de nuestro tiempo. La conmemoración de estya fecha nos recuerda que las grandes transformaciones que han ocurrido en el país nunca han sido un asunto sencillo y sus efectos sólo aparecen en el mediano y largo plazo.
Contrario a lo que piensan quienes, aún en pleno siglo XXI, añoran el Porfiriato como una etapa de gloria y esplendor, la economía mexicana en su estructura y condiciones laborales dejaba mucho que desear. Es cierto que la economía crecía y lo hacía a una tasa de 2.1% per cápita, una tasa impresionante para su tiempo. No obstante, no es una experiencia distinta a la que otras economías de la región lograron en algún punto del siglo XIX y finales del siglo XX. Quizá el mayor mérito consistió en crecer a pesar de que el país que venía de más de medio siglo de conflictos armados e inestabilidad política.
Una economía capturada
La forma en que el régimen porfirista decidió acelerar la economía produjo problemas. En algunos casos construyó una estructura de concentración de mercado que podemos notar más de un siglo después. Para solucionar el problema de la falta de capacidad del Estado, el gobierno porfirista optó por construir una economía capturada por intereses privados. Entregó grandes concesiones empresariales que permitieron una integración vertical de la economía de la hacienda con la naciente industria. La clase de financieros, industrialistas y mercaderes gozaba de protección política que facilitaba la captura de rentas y el control de la mayor parte de la economía.
A cambio de financiar los proyectos convenientes para el gobierno, éste aseguró la defensa de los intereses de la nueva clase de financieros-mercaderes en el país. Un ejemplo es la desincorporación de tierras (regulada en la ley de 1883), que permitía a un pequeño grupo de personas concentrar la propiedad de la tierra, que era la principal fuente de riqueza en una economía fundamentalmente agraria. Las grandes fortunas del periodo, como la de los Terrazas, los Creel, o incluso la de los Madero, estaban relacionadas con grandes haciendas y negocios financieros. Así, el resultado de este proceso de captura política y protección económico ocasionó un incremento sustancial de la desigualdad económica.
Gran desigualdad
Según mis cálculos, elaborados con el método de tablas sociales, la desigualdad del ingreso en México pasó, en 1895, de un nivel de 0.40 en el coeficiente de Gini (un nivel relativamente bajo si se le compara con Chile, Brasil o Argentina del período) a un nivel cercano a 0.60 en 1910. La desigualdad en los tiempos del Porfiriato no sólo se manifestó en grandes tasas de ganancia para los afortunados miembros de la elite económica y política del país, también se hacía visible en las terribles condiciones de trabajo en el campo y las fábricas.
En aquel periodo, el obrero promedio en una fábrica de textiles en Puebla, Tlaxcala o Ciudad de México trabajaba jornadas de 15 o 16 horas diarias todos los días, sufría castigos físicos y ganaba un salario que apenas le permitía cubrir las necesidades mínimas. En el campo, el jornalero trabajaba jornadas igual de largas y además debía dedicarse a la agricultura de subsistencia para complementar el consumo que su ingreso le permitía.
¿Revolución para las élites?
La combinación de desigualdad política, económica y social con el frágil equilibrio entre elites terminó con la capacidad porfiriana de mantener la paz. La Revolución Mexicana fue una consecuencia directa de los cambios estructurales en la economía y de los altos niveles de concentración de poder y de riqueza. Acabar con parte de estas condiciones es uno de los grandes logros de la Revolución.
Es cierto que la Revolución Mexicana puede ser considerada como una revolución bonapartista. Mucha de la estructura económica y política continuó bajo una nueva élite. Pero los cambios institucionales que produjo la fase armada doblegaron a las nuevas elites y los obligaron a entregar concesiones a los movimientos obreros y campesinos organizados. Como muchos autores han notado (Haber, 1989, 2002, Gómez Galvarriato 2002, Bortz 2002, entre otros) los distintos grupos revolucionarios no tenían cohesión ideológica sobre la relación entre empresarios y trabajadores.
El triunfo de los trabajadores
Dentro de la nueva elite que salió victoriosa del conflicto, personajes como el mismo Venustiano Carranza se resistían a dar concesiones a los trabajadores. De hecho, consideraban la devolución de tierras a los hacendados expropiados. Sin embargo, fue la necesidad de recurrir a los trabajadores para poblar las filas del ejército constitucionalista la que obligó a la nueva élite a incluir en 1917 todos los derechos que terminaron en la Constitución.
Los trabajadores de cierta forma arrebataron un lugar en la mesa de negociación política del nuevo régimen. De esta forma nos podemos explicar la introducción de los derechos laborales a la Constitución de 1917, como la restricción a jornadas laborales de 8 horas, la prohibición de castigos físicos y el sustancial incremento del salario mínimo. Gómez Galvarriato (2002) calcula que entre 1920 y 1929 el salario real creció en promedio 131%. De acuerdo a los anuarios estadísticos de 1938 y 1946, el número de huelgas entre 1920 y 1940 se incrementó sustancialmente y en la mayor parte de los casos su resolución favoreció las demandas de los trabajadores.
La Revolución Mexicana fue un conflicto costoso para el Estado mexicano. En 1924 tuvo que introducirse el impuesto sobre la renta, y, en 1926, el impuesto sobre las herencias. La baja recaudación hizo imposible acabar con parte de la vieja estructura económica que siguió permitiendo la existencia de élites político-económicas. México no pudo escapar de esta estructura en buena parte por la debilidad fiscal que siempre ha acechado al país.
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El progreso social
Aquellos que se niegan a reconocer la importancia de la Revolución en el progreso del país suelen negar el progreso social que trajo señalando el costo económico, la destrucción. Sin embargo, aunque costoso en términos de vida (quizá un millón de personas murieron por causas vinculadas de una otra forma al conflicto), en términos económicos fue menos costosa de lo que usualmente creemos. Haber (1989) estima que, para 1920, la producción industrial del país ya se había recuperado a niveles de 1910, para algunas industrias incluso antes. El mayor costo sin dudas se debió a la interrupción de vías de transporte, en especial los trenes, que desconectó aún más a una ya muy desconectada economía nacional y con ello favoreció el dominio de monopolios regionales.
Si pensamos en el gran cambio social que produjo la Revolución Mexicana, sin duda debe ser la eventual mejora de las condiciones de vida en el país. Durante el Cardenismo, para algunos el último periodo de la Revolución, la expansión de la cobertura de médicos y maestros, especialmente en zonas rurales, está asociado a las mejores condiciones de vida de la mayoría de la población.
López Alonso (2012) y López Alonso y Vélez Grajales (2017) encuentran que la estatura de los mexicanos, en declive desde mediados del siglo XIX, comenzó a recuperarse tras las reformas sociales del Cardenismo. Estos resultados han sido confirmados en un gran número de trabajos. Al mismo tiempo que el progreso social se manifestaba en mejoras de calidad de vida, durante la década de los años treinta, los niveles de desigualdad del ingreso, estimados por el método de tablas sociales, muestran su nivel más bajo 0.38 en el coeficiente de Gini.
Es posible
La Revolución Mexicana propició un breve periodo, entre los años 30 y 40, en el que se mostró que construir un país más igualitario y justo es posible. Una etapa en que el Estado fue capaz de expandir los servicios públicos, establecer formas de recaudación más progresivas y continuar el proceso de industrialización del país. Una muestra de que se puede crecer de forma más inclusiva.
Que la Revolución fuera más bonapartista que radical y terminará por conservar una buena parte de la estructura del viejo régimen, que mantuviera los privilegios para una elite económica es sin duda una de sus grandes fallas. Pero a 109 años de su inicio y 102 de la Constitución que surgió de ella, conviene recordar que los grandes cambios usualmente llevan consigo grandes sacrificios. Construir un país más justo e igualitario hoy debería obligarnos a retomar algunas de sus lecciones.
Diego Castañeda – @DiegoCastaneda