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Sergei Krikalev, el hombre olvidado en el espacio

Tenía 33 años y uno de los trabajos más sofisticados del mundo. Sergei Krikalev era un ingeniero mecánico y cosmonauta de la Unión Soviética. Fue parte de la primera tripulación que hizo un viaje largo a bordo de la estación espacial MIR, y a finales de 1990 se preparaba para su segunda misión. Tras un entrenamiento, el 19 de mayo de 1991 partió a una misión de cinco meses. Diez meses después, regresaría a la Tierra apenas vivo y usando un uniforme con una bandera de un país que ya no existía.

Conocido como el último ciudadano soviético, el viaje de Krikalev es único en la historia espacial. Arribó a la estación espacial MIR junto con la astronauta británica Helen Sharman y el comandante Anatoly Artsebarsky. Una semana más tarde ella volvió. Para octubre, mes en que estaba programado el regreso, los planes cambiaron. La crisis política en la Unión Soviética se había agravado y la Agencia Espacial no tenía fondos para costear el regreso de los cosmonautas por lo que les pidió que extendieran su estadía. Krikalev diría años después que, aunque conocía los riesgos para su salud y el desgaste que implicaba para su cuerpo, aceptó porque sabía que su país necesitaba el dinero para otros fines. Sólo pidió un poco de miel para resistir.

Sin país y sin retorno

El 8 de diciembre de 1991, la firma del Tratado de Belavezha marcaba el inicio del fin de la URSS. El poder de la Unión Soviética se dividía en 15 países, a ninguno de los cuales pertenecía Sergei Krikalev. Su hogar ahora estaba a casi 400 kilómetros del planeta Tierra.

Rusia se hizo cargo de la Agencia Espacial, en medio de una profunda crisis económica y política. A inicios de 1992, los viajes a la Estación MIR se reanudaron. Pero, para soportar los costos del viaje, vendieron asientos a otros países. Austria compró uno en 7 millones de dólares, mientras Japón pagó 12 millones para enviar a un periodista al espacio. En el viaje de vuelta, sólo había un asiento, que fue ocupado por el comandante Artsebarsky. No había lugar para Sergei Krikalev. Y su petición de un poco de miel tampoco había podido ser cumplida. En su lugar había recibido limón, rábanos picantes y el encargo de cuidar la Estación Espacial Rusa mientras se decidía su destino.

Duro retorno

Fue hasta el 25 de marzo de 1992, después de un viaje de 311 días, 20 horas y 1 minuto que, gracias a que Alemania había pagado 24 millones de dólares por el asiento en el que viajaría su remplazo, Sergei Krikalev pudo volver a la Tierra. Aterrizó en Kazajstán con su uniforme de la URSS y la bandera roja en el pecho. Cuatro hombres tuvieron que ayudarlo a salir de la cápsula soyuz y ponerse en pie. Le echaron encima un abrigo y le dieron un plato de caldo. El informe de su llegada lo describe como “una víctima del espacio” que se veía “pálido como un saco de harina, y sudoroso como un bulto de masa húmeda”.

Krikalev regresó a su ciudad natal que ya no se llamaba igual, a su casa que era otra y a una vida muy diferente a la que había dejado. Su sueldo ya no valía casi nada por la hiperinflación y su posición de privilegio ya no existía. Para colmo, a la caída de la URSS, el ejército lo había llamado como reserva. Puesto que no se presentó, había una orden de arresto en su contra. Los generales lo perdonaron cuando explicó que estaba fuera del planeta cuando la orden llegó.

Junkie del espacio

En poco tiempo, Sergei Krikalev volvió a la estabilidad. Recuperó su empleo y realizó cuatro viajes al espacio más. De hecho, es la segunda persona que ha pasado más tiempo en el espacio, sólo detrás de Guennadi Pádalka. Fue el primer cosmonauta ruso en viajar en una misión de la NASA, y fue parte de la primera tripulación de la Estación Espacial Internacional.

Actualmente, Sergei es el administrador del Centro de Entrenamiento de Cosmonautas Gagarin en Rusia, y no descarta volver al espacio. A la fecha, afirma que no fue un gran cambio volver y no encontrar la URSS, para él era una federación de 15 países, y volvió a Rusia que era uno de ellos. Tal vez Sergei Krivalev es el único ser humano que no se cree aquello de que no hay lugar como el hogar. Y si lo vez desde las estrellas, tal vez es verdad.


Gabriela Astorga – @Gastorgap


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