Por Gabriel Gómez Hernández
@Chico_Calavera
Fotos de Alfredo Padilla Barberi
@padre_de_todo
No sé exactamente a lo que se refería Rubén Albarrán al decir que el rock ya no corta, que ya no se siente ese aire contestatario en los actos en vivo como hace unos años solía sentirse.
Estas palabras dichas tan a la ligera y desde una posición de increíble poder (ser el vocalista de una de las bandas mexicanas más sonadas y sobrevaloradas de la escena, sin duda al parecer te da el derecho a mirar por debajo del hombro el trabajo de jóvenes a los que las disqueras ya no voltean a ver gracias a que prefieren seguir trabajando con los mismos fósiles desde hace 20 años) me dejaron pensando en lo que yo he visto al menos en estos últimos 3 años.
No, yo no miento, no puedo decir que he escuchado música independiente siempre, o que jamás me gustó Café Tacvba. Lo que pretendo decir es que en tres años trabajando para un medio independiente y trabajando con jóvenes bandas independientes, te das cuenta de cómo son las cosas realmente. Te sumerges en el verdadero ambiente indie, en el que no sólo se gestan la música o la comunicación; también se está gestando toda una cultura de lo independiente: ropa, accesorios, productos para hombres, para mujeres, negocios, en fin. Pepe y Toño no son sólo una invitación a dejar de exigir que nos den chamba, es la realidad en la que vivimos, una realidad en la que ya estamos hartos de depender de papi gobierno y de los grandes consorcios y corporativas; y en la que seguir nuestros parámetros muchas veces resulta más contestatario que usar estoperoles. Siempre lo he dicho: es más punk hacer lo que te da la gana aunque vistas de traje o con ropa de marca, que usar estoperoles, la “moja”, y madrear en el slam.
¿A qué viene todo esto? Es muy simple, me quedé pensando en lo que Albarrán dijo (y por cierto, leí todo el artículo, no sólo esa cita) y pensé en todas las bandas que conozco que son más contestarías que el simple hecho de pedir respeto por la madrecita tierra desde el escenario principal del vive latino.
Entre estas bandas me vino de inmediato a la mente la Suite Paranoia.
Ellos son una banda oriunda de Acapulco que ya cuenta con un disco en su haber: el THC (Total High Club) y están por entrar al estudio a grabar su segundo disco titulado Saudades. En este primer material, la Suite nos lleva por un vaivén de sonidos que de primera mano podrían no sonar al rock merol que conocemos y que nos hace ser malotes y cagar murciélagos. Sin embargo, al adentrarte en la melodía te das cuenta que Manuel (voz), Rudy (batería), Christian (bajo) y “el hippie” (guitarra), son tipos que saben de rock y que tienen fuertes bases musicales enfocadas a dicho género, pero que a su vez encontraron un gusto particular por un sonido no tan estridente pero no por eso menos potente.
Las letras de la Suite son un boleto hacia otro sitio, y no, no hablo metafóricamente. Manuel (quién compone gran parte de las canciones) se ve clara mente influenciado por las drogas, las mujeres y la vida en general. La propia y la ajena.
Si aún se preguntan por qué creo que ellos resultan tan contestatarios, es por eso. Porque son una banda que hace rock–pop, uno de los géneros que más nos asustan y que tanto daño nos han hecho por muchos años. Pero ellos lo hacen de una manera inteligente, dándole la vuelta a todo aquello que conocemos. Nos hablan de amor, pero no precisamente del amor a una pareja. Hablan del amor a un gallo, a un cuadro, a una raya, al amor a las satisfacciones de la vida. Cambian esos viejos y trillados arreglos musicales bajitos y tenues propios del pop, por guitarras distorsionadas, por los delirantes solos del “hippie”, y por una rítmica que a pesar de invitarte a bailar, también te invita a hacer air guitar. Por momentos suenan más rockers que varias bandas “rockeras” que andan por ahí.
Las baterías del incansable Rudy son a leguas extraídas de un obscuro origen metalero. Por esa razón es que puede mantener un ritmo veloz y potente durante toda una presentación sin parecer cansado en lo absoluto. El bajo de Cristian trae la escuela del viejo rock progresivo y se nota en la ejecución serena, pero bien amarrada.
Suite Paranoia no es una banda pretenciosa, no son los clásicos tipos que quieren tener una canción que pegue en la radio de repente. Si bien es claro que a ellos (como a cualquier otro músico) no les molestaría, la finalidad de la banda es entregar un producto de calidad. Un producto honesto. Un producto que no se vea forzado o encasillado en las tendencias que actualmente mueven a la chaviza del país.
Su acto en vivo es algo digno de ver. Generalmente en un toquín es donde te puedes dar cuenta si los “poperos” estos son unos morros a los que la producción en estudio les ayuda o si de verdad tocan bien y Manuel puede cantar como en el disco. Y he de decirles que, en efecto, en vivo son una banda bien cuadrada, que suena fuerte pero no deja sordo, que tiene jale con la audiencia, que suenan muy parecido a la grabación y es ahí en donde sabes que estás viendo a una de las propuestas más serias de la ahora contaminada Ciudad de México.
Sí, son rock-pop. Sí, no son los clásicos rockeros de chaqueta de cuero. No, es probable que jamás los vean con pieles y estoperoles. Y justo eso es lo que tiene esta banda: no le temen a ser lo que realmente son. Y dentro de esa honestidad es donde la Suite sobresale de muchas otras bandas que pelean por tener lo que otras poseen. Suite Paranoia es el claro ejemplo de cómo se puede ser contestatario sin ser punk, sin usar estoperoles, sin gritar consignas todo el tiempo, sin meterse al slam.
En estos días ser contestatario es creer en tu proyecto aunque ante los ojos de los demás seas un “popero trasnochado”, porque este tipo de trabajos hablan por sí solos, porque llegan a donde deben llegar y porque afortunadamente hay personas dispuestas a recibirlos con gusto.
Por bandas como la Suite puedo y me atrevo a decir que el rock en México está vivo a pesar de lo que digan dos o tres muertos. El rock en México está cambiando, el rock ya no se grita, ahora el rock se trabaja, se hace, se ve, se escucha gratis, se comparte por cualquier servicio de mensajería electrónica, se vive de otro modo. Y eso no sólo lo hace más peligroso que hace muchos años: lo hace más inteligente y más agresivo que hace muchos años.