Por Gabriel Gómez Hernández
@Chico_Calavera
Fotos Alfredo Padilla Barbieri
@padre_de_todo
Siempre, cuando me siento frente a la computadora para escribir de un concierto o evento, lo primero que me pasa por la mente es: Ok, esta esta vez sí escribiré de lo que ocurrió, criticaré el evento, a las bandas, hablaré de música como si supiera y pasaré desapercibido. Daré gusto a los organizadores, a las bandas y no pensaré en la gente. Haré lo que todos los medios masivos e independientes hacen.
Por ejemplo, me pasó por la mente hablar del Tri, decir que a pesar de los años, siguen siendo una de las bandas más importantes que hay en el país, que seguramente de cada 10 canciones conocidas y entrañables del rock mexicano, una debe ser del Tri.
Pretendía decir también que Alejando Lora está convertido en una especie de cómico de stand up mezclado con Keith Richards. Que a pesar de los años, Lora sigue manteniendo ese vínculo especial con la gente. Probablemente es de los pocos músicos que pueden ver a 3 o hasta 4 generaciones distintas en sus conciertos. Lora puede darse todos los lujos de un rockstar, porque al final, lo es. Es un personaje se ha ganado a pulso hacer cuanta ridiculez se le ocurra, él ya cumplió su labor y puso su “granito de arena” para que la música en México sobreviviera en tiempos difíciles. El Tri es una banda que ya no tiene nada que probar, ahora sólo pueden y deben disfrutar. Su líder puede tomarse 10 minutos en entrar al escenario y comenzar a tocar “la raza más chida”, “chavo de onda”, contar un chiste, entonar “abuso de autoridad”, subir a la domadora a “cantar”, echarse “las piedras rodantes”, contar un chiste y ser el primero en bajar del escenario.
Lora simplemente se ha ganado su pase a hacer lo que le venga en gana.

También se me había ocurrido hablar de los Rebel Cats; decir que el rockabilly es un género que en México está muy vivo, que a la gente en verdad agrada, que a los integrantes de la banda te los puedes encontrar en el Chopo o en el metro, que son tipos muy sencillos y que desde que los topé por la tarde afuera de su improvisado camerino, estaban tomándose fotos con la prensa y con algunos fans. Pensé en decir que cuando suben al escenario parece que la gente se transportara en una máquina del tiempo, los mejores pasos de baile se dan sobre el campo del estadio Hugo Sánchez. Los Rebel Cats deben ser una de las bandas que mejor manejan el escenario en México, de principio a fin su presentación pareció una fiesta a pesar de no haber malteadas ni hamburguesas de por medio.
Hablando de hamburguesas y malteadas, me moría por escribir algo acerca de ello, pero lamentablemente no pudimos probar un bocado de otra cosa que no fuera aire. A pesar de haber muchos foodtrucks bastante bien ubicados alrededor del área general y muy a pesar de que seguramente nos habrían invitado algo rico para comer, nosotros, los reporteros from hell (hablo de Padilla y de mí), no pudimos salir hacia esa zona gracias a que los brazaletes de prensa “se acabaron”. Por esta razón de milagro pudimos pasar a ver a las bandas y tomar fotos, porque sin el “todopoderoso” brazalete, era imposible movernos de un área en específico. Por eso no conocimos mucho del resto de lo que ofrecía el festival.
Esto obviamente limitó nuestro trabajo, pero realmente no quiero contarles eso.

Tampoco quiero contarles que la dinámica del festival fue interesante: había un par de escenarios del mismo tamaño uno a lado del otro. En lo que en uno se desarrollaba un acto en vivo, en el otro iban checando el sonido para que las bandas comenzaran inmediatamente después de que terminara la anterior. Por una parte fue sumamente agradable, no hubo silencios incómodos, no hubo esperas. Lo que sí hubo fue una extraña y desagradable desorganización. No había horarios para las bandas, nos enterábamos de quién iba a tocar ya cuando estaban tocando. Algunas bandas ni se despedían cuando las otras ya estaban saludando.
Incluso hubo varios grupos que lamentablemente no pudieron tocar, ya que se suponía habría un tercer escenario (que está de más decir que no hubo). Este es el caso de Barrio Chachín (entre otros), quienes fueron invitados y por un error que al parecer fue de logística, se quedaron sin deleitar a la banda con “Santa María” o “Baile Tétrico”. Si bien esto es una falta de respeto a las bandas, me parece más falta de respeto para el público que pagó un boleto de 200 o 300 pesos y que no obtuvo todo aquello que les fue prometido.
Hay partes que no son nada gratas; como el hecho de que la zona VIP (siempre he detestado ese adjetivo) no estaba ni por mucho al máximo de su capacidad y la zona general estaba demasiado lejos de los escenarios, esto segmentaba mucho al público y al parecer esta situación incomodó a varias bandas. Odisseo, Los Rebel Cats y otros, dejaron ver que esto no les agradó en lo absoluto. Afortunadamente hay grupos a los que les importa que las personas puedan disfrutar al 100% del espectáculo.
Como pueden ver, escribir de eso no era una buena opción. Mejor seguiré contando lo que me pasó por la mente escribir y no haré.

Justo ahora, mientras estoy aquí sentado escribiendo y tomando café, me pongo a pensar que parte fundamental de este festival son las bandas independientes, que por lo que se observó, eran los que realmente llevaron público: Odisseo, Reyno, Barrio Chachín, Comisario Pantera, 60 Tigres, Camilo VII entre otros, son las bandas a los que la chaviza iba a ver.
También recapitulo y recuerdo la manera de ejecutar de cada banda que vi. En mis tiempos el rock era más de riñones, era una cosa muchas veces mal tocada, pero con “sentimiento”. Ahora el rock es diferente, las bandas se esmeran en sonar bien, en tocar bien, en cantar bien, incluso en verse bien. En mis tiempos gritaban más y eran más apestosos.
No como Reyno, que ponen especial atención a la voz y a los detalles. U Odisseo, que ponen a bailar hasta al más tieso y conectan duro con la audiencia. 60 tigres se rifó el físico a pesar de que el sol estaba a plomo y Comisario Pantera a pesar de llevar varios años en el circuito, siguen siendo una banda de lo más humilde. La mención especial debe ser para Camilo VII, banda a quienes la mayoría de los asistentes (del sector juvenil) esperaba.
El margen de edad entre los asistentes era una locura. Entre los aproximadamente 7 mil asistentes, habían niños de meses de nacidos, hasta adultos ya mayores como el que me acompaña y toma las fotos. Si hacemos una media, el público que realmente sabía y conocía a las bandas, eran chavos de entre 14 y 25 años. Sí, lo sé, eso me deja fuera de la jugada por mucho. Pero de eso no quiero platicarles.

Para verme bien farol, también pensé en escribir que la Maldita Vecindad (aunque a la policía posmoderna le duela) es una de las bandas más grandes que hay en México, y no, con esto no hablo de lo musical, hablo de la trayectoria. Los Malditos tienen 30 años tocando, pero lo más sorprendente es que en esos 30 años, sólo han tenido un disco excelso, los demás son materiales que aportan una o dos canciones para montar en vivo y apoyar a su material cumbre a la hora de los toquines. No, tampoco digo que esto sea malo. En lo personal he visto a la banda unas 5 veces, siempre la he disfrutado y creo que lo seguiré haciendo.
Creo que nada de malo es subirse al tren de la nostalgia de vez en cuando. Nada de malo hay en bailar “Pachuco” y brincar escuchando “Pata de perro” mientras te abrazas con tu banda.
Para terminar, quería cerrar diciendo que el Buchaca (en la teoría) es un buen experimento y una propuesta bastante decente de festival, esto si tomamos en cuenta que su cartel se basa (o basaba porque muchos no tocaron) en bandas independientes, que el hecho de llevar 3 o 4 bandas “grandes”, desde luego es importante y que justo así es como deben realizarse los festivales, siempre apoyados por talento mexicano y joven.
Los precios del Buchaca no fueron excesivos, al contrario, resultan accesibles. Aunque hay que tomar en cuenta la lejanía de la sede. A mi parecer, una entrada general de 250 pesos habría sido una mejor apuesta que esta pachequez de forzar la zona VIP cuando realmente ni esa ni la general estaban cerca del tope.

En estos días, los festivales son como la cosecha de mujeres: nunca se acaban. Siempre habrá oportunidad de ir a uno cuyos precios sean asequibles y las bandas bastante decentes. Este es el caso del Buchaca; es un festival que no es mala propuesta, pero sí tiene algunos bemoles que hacen que asistentes, bandas, organizadores, prensa y patrocinadores, pasen un trago amargo.
Si los organizadores se ponen las pilas, arreglan los precios, respetan a las bandas, dan los pases de prensa como deben ser y sobre todo, tienen un buen cartel como el de este año, seguramente nos encontraremos con muchas más ediciones del festival Buchaca, que bien podría ser el festival que el Estado de México estaba esperando.
En la escala #Inmamable del 1 al 10, 0 es la calificación más baja, 10 la más alta y 5 la media; yo pondría como calificación un 7 al festival Buchaca.
Pero bueno. Por lo pronto, necesito seguir pensando qué escribir para NoFM, mis jefes son negreros y quieren una “crónica” pedereitor y trucutrú lo antes posible. A ver qué se me ocurre.

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