por Alejandro Guerrero
@elAleGuarrero
Despegar del asfalto para volver a pisar la tierra roja de la carretera. El estruendoso motor de los camiones rompe la calma que reina en el interior. La tolvanera que levantan me recuerda pasajes de infancia por el Valle de Chalco, escuchando a los chimecos en su travesía hacia Chimalhuacán. El aire del campo es ligero, el sol abraza cálido y gentil, nos entregaremos a él en los próximos días.
Salimos de Sampa con destino a Brasilia un día por la mañana. Allá nos esperaba una van que nos llevaría hasta Unaí, asentamiento urbano próximo a la capital brasileira. Nos dirigíamos a pasar el año nuevo en una finca a unos 45 minutos del pueblo, en medio de las plantaciones de soya, eucalipto y las familias de emas salvajes (también conocidas como ñandús o avestruz americano) que rondaban por ahí en busca de alimento. El fresco aire del sitio nos daba la bienvenida mientras un manto estrellado cerníase fulgurante sobre nuestras cabezas. Un sin fin de estrellas cadentes y decadentes, nos maravillaban resplandeciendo esporádicamente en el horizonte. Pasamos horas hablando de todo y nada, recordando viejas anécdotas que nunca viví pero que ahora son parte de mi vida. Mirando la bóveda celeste rotar, girando en la inmensidad de sus galaxias mientras viajamos en el tiempo… que es una ilusión.
Año nuevo se pasa en familia, disfrutando la compañía de los seres queridos, así como las delicias que las tías preparan: pan de queso, jugo de maracuyá y el indispensable café negro para el desayuno; refacciones varias como pollo frito con azafrán, esporádicos churrascos para el aniversario de la abuela: picanha, bifes y choricitos, acompañados de cerveza casera helada, vino, cachaça y sodas, crearon la expectativa necesaria para el gran manjar de la noche de año nuevo: un jugoso pernil al horno que recibió toda clase de elogios y hasta declaraciones de amor, acompañado con el arroz de batalla, fastuosas lentejas con garbanzos y cubitos de durazno, un glorioso puré de patatas con palmito, dulces rodajas de piña fresca, vino espumoso al punto de frío y hasta tequila para pasar el bocado; dieron paso a una obra maestra de la repostería brasileña, una exquisitez de proporciones gourmet nunca antes paladeada por mi tosco gusto: Pastel de chocolate con castaña de baru, una semilla parecida al cacahuate que es nativa de la región del Cerrado Brasileiro y que al tostarse y combinarse con el chocolate amargo, produce una sensación semejante al éxtasis. La panzamos bien.
Como a un kilómetro de casa, hay una represa de la que se nutre la finca. Nuestros días transcurren en un continuo ir y venir, mojar y secarse, apretar y encender… Perdido en los reflejos del agua, disfruto recorriéndola con la vista, nadándola, llenándome de lama y dejándome comer los pies por los pececillos de las orillas. La cantidad de bichos y animales me asombra pues la naturaleza es algo lejano para los moradores de las junglas de concreto, acostumbrados a otro tipo de insectos y aves de la mañana. Algunos días despierto con un coro de gallinas cacareando en agudas geometrías sonoras, otros con el apabullante parloteo de nubes de pericos y es que en los alrededores habitan varias especies de aves coloridas; es común encontrar guacamayas azules que me maravillan como a quien ya lo ha visto todo en Internet y mira por primera vez la vida.
También el bicho pega fuerte, ya saben, les gusta la sangre nueva. Tienen sus horarios bien establecidos para salir a chupar: en la mañanita como de 8 a 10 y ya en la tarde de 17 a 20 h… ya quisiéramos esas jornadas laborales, pocas horas de chamba bien distribuidas a lo largo del día, prestaciones sociales de las que ya nadie se acuerda (vacaciones, seguro médico, días económicos, aguinaldo, liquidación, vales de despensa) y mota. Lo chido es que fuera de su horario, los bichos no chambean y se puede estar sin camisa la mayor parte del tiempo, nomás tener cuidado de no andar sin zapatos a oscuras pues te puedes topar con el nido de una hormiga indispensable para el ecosistema pero bien maldita cuando te pica, cuyo nombre en portugués me dijeron pero por frito ya no me acuerdo… lo que sí recuerdo es que su mordida se sentía como si pisaras un cigarrillo encendido con el pie descalzo, todo chido pero nada bien.
No hay Internet. La noche se va en interminables sesiones de buraco (canasta), juegos de estrategia y cachaça artesanal. Los últimos-primeros días del año pasan tranquilos en calma. Pronto dejaremos a la familia de sangre para encontrarnos con la otra familia, la del camino. Fijando el rumbo hacia un lugar mágico, con una energía muy especial, un sitio donde alguna vez alguien encontró un monte de cuarzos, y sobre él una Chapada con ríos, cascadas y lagos. Salve o verde.