por Diego Mejía
@diegmej
Antes de las reflexiones se liberaron las palabras y las acusaciones, las culpas y las responsabilidades. Comentarios sagaces, audaces, mordaces; torpes. Nos embriagamos, una vez más, por la etílica seducción del instante. Ora una broma, ora un meme, ora un análisis novedoso: 140 espacios para decir nada.
Luego, tantito más tarde, los textos de una cuartilla, dos, tres, sembrados de “se los dije”, “tenemos que replantearnos…”, luego nada, muchas palabras para tan poca nada. Mucha teoría y mucho número, harta estadística y probabilidad: mucho ruido para no escuchar.
Los avispados y pragmáticos, siempre listos para llevar el agua a su molino, explican y teorizan, hablan y ladran, hacen muecas e inflexiones pegajosas de moralina. Se endulzan la lengua torcida para decir lo que poco intuyen y menos saben. Elaboran complicadas carambolas de siete bandas, en las que la bola blanca se pasea sin tocar la roja, sin dar en el objetivo, sin atinar el blanco. La mira de sus poderosos rifles se estropeó hace muchos tiros pero siguen defendiendo sus obsoletas armas.

Escriben y tiran saliva para no decir nada, se justifican los errores y siempre culpan: si nos equivocamos fue porque el electorado es perverso y se apena de sus decisiones; si fallamos fue por culpa de esa masa que engaña en sus respuestas, que no sabe qué quiere ni qué le beneficia. Sí, la culpa es de ellos – esa distancia con el que piensa distinto, pero que no permite ninguna posible conjugación–, porque no saben nada, porque son poco instruidos, porque ellos son los responsables de esta tragedia.
Sí, las buenas conciencias, de academicistas pifias, siempre encuentran en el menos educado –el más salvaje– al responsable de los fracasos del sistema que tanto defienden en escritos y pláticas en seminarios, cónclaves en los que se decide lo que esos menos educados deben pedir, en los que suplantan sus palabras para rellenarlas de teoría y demográficos que anulan las diferencias.
Así, a ellos los nombran con despectivos adjetivos que no conocen la barrera de los idiomas: cuellosrojos, nacos, sanjuderos, grasitas, múltiples palabras que tienen el mismo significado: aquellos que tienen menos privilegios. Entonces, los diagnostican como el mal porque su baja ralea es el terreno en el que fecundan el odio y el rencor, porque no toman los periódicos ni etiquetan sus inteligentes comentarios en las redes sociales. Olvidan que, en todo caso, son síntoma de la desprotección, de la corrupción, de la falta de acceso, de la desigualdad. No importa, ellos dieron su voto por el personaje terrible, ellos fueron los culpables del ascenso al trono del rey bufón… ellos, siempre ellos, ellos que sí aceptaron despensas, que sí odian a los migrantes, que sí…, que sí… argumentos les sobran, hechos también. Total, nada importa… y entonces defienden posturas para esconder sus errores y sus limitaciones, su conformidad y medianía.

“Ellos que no son como nosotros”, –¿quién carajos es ese nosotros?– porque no ven más allá, y no entienden. Entonces, se filtra en sus palabras huecas y chatas la verdad: ellos valen menos que nosotros. No dimensionan, esos habitantes del nosotros, su posición y privilegio, el envidiable mirador que poseen. Joden. Su falta de imaginario político lo suplen con las quejas y las maldiciones.
Pero nunca se pregunta por qué fallaron sus sondeos y sus pronósticos, no saben de dónde vino la sorpresa, lo ignoran porque son negligentes, porque piensan desde su decoración moral, desde su ambiente artificial.
Lo que ha sucedido en el mundo este año, revela la obviedad: millones de personas no han sido consideradas porque no son necesarias hasta que lo son, hasta que su legimitimación es requerida. En un mundo de pobres y de hambrientos, de refugiados y desposeídos, los argumentos son ínfimos junto a la necesidad. El presidente electo Trump emitió un mensaje que muchos querían escuchar, que muchos querían gritar… es síntoma del fracaso, como también lo fue la candidatura de Clinton.
Si la señora Hillary hubiera sido electa, otra vicio sería el motivo: Estados Unidos hubiera sido gobernado 24 años, de los últimos 32, por dos familias: corroboración del monopolio político. Qué pocas personas tienen la oportunidad de acceder al poder, en México Margarita Zavala aspira a la candidatura de Acción Nacional, la simple intención ofende; la izquierda (diestra en la simulación) apenas ha tenido dos candidatos presidenciales en los últimos 30 años.

Ayer ganó el poder económico una batalla, como hace un año pasó con el candidato Macri en Argentina, frente a la tensión con los políticos tradicionales.
Abajo están los ciudadanos, los no instruidos, los estudiantes, los trabajadores, los inmigrantes, los niños, los defenestrados del edificio del poder; en los que recaen las malas decisiones, las responsabilidades. Los que sólo existen si tienen una boleta, los que nos son escuchados, los que firman con una cruz sobre la imagen y el nombre del que será el encargado de joderlos… aunque no se levante con ganas de hacerlo cada mañana.