por Diego Castañeda
@DiegoCastaneda
Hace algunos años me encontraba preparando mi examen final de la clase Historia Económica desde el Siglo XIX (1820-2012) el cual giraba entorno a discutir el siguiente postulado “La globalización es un proyecto político y no un proceso inevitable”. De forma implícita tal afirmación contiene dos posibilidades:
1) si la globalización es un proyecto político esto implica que puede dejar de existir en cuanto las condiciones políticas que la sostienen desparecen.
2) si la globalización es un proceso inevitable por lo que es un fenómeno estructural e ineludible: llegó para quedarse.
La llegada de Trump al poder en Estados Unidos, y la prominente agenda proteccionista que propone, ha hecho que muchos, incluidas algunas de las mentes más brillantes del campo, se pregunten si llegó el ocaso de la globalización. Antes de entrar de lleno a tal cuestionamiento, vale pena definir con algo de precisión que entendemos por “globalización”
Quizá la forma más precisa de definir globalización para los efectos que son relevantes a la integración económica del mundo es la que hace Robert Cox:
El proceso de internacionalización de la producción con una nueva división internacional del trabajo, nuevos movimientos migratorios y un ambiente competitivo que acelera esos procesos.
Partiendo de esta definición podemos entender que la globalización es un proceso o una serie de procesos que no denotan un punto final en la evolución histórica del mundo, ésta puede transformarse, desparecer o perdurar de manera que es incierta y puede apuntar a un sin número de direcciones al mismo tiempo.
Debido a que la globalización implica una serie de procesos inciertos, es posible que las sociedades la experimenten de formas distintas, algunas con mayor integración, algunas con fragmentación y aislamiento. Estos procesos han llevado consigo grandes transformaciones en el comercio mundial, en el rol del Estado, en los flujos comerciales, la integración vertical de cadenas de valor, entre otras. Sin embargo, todos estos distintos aspectos están atados por un contexto político y, por lo tanto, en la existencia de un consenso que le sostiene.
La globalización no es un proceso nuevo, algunos la sitúan con el nacimiento del orden internacional de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial; otros de forma más acertada la ubican por lo menos en el siglo XIX. Pero es posible argumentar que en algunas de sus formas como el comercio internacional podríamos rastrear sus orígenes hasta la Liga Hanseática en la Edad Media o las flotas comerciales venecianas y las compañías de las indias holandesa y británica.
En esencia, los aspectos más modernos de la globalización no están en el comercio, sino en la producción internacional, en la división internacional del trabajo y la integración vertical (la fragmentación de la producción en distintos procesos en distintos lugares geográficos). Estos procesos modernos de la globalización han venido acompañados de cuestionamientos sobre la distribución global del ingreso y de la riqueza, es decir sobre la desigualdad y el vínculo entre el comercio y el crecimiento económico. La pérdida de autonomía nacional al erosionar la capacidad de los estados para perseguir objetivos de políticas públicas nacionales, sobre los costos ambientales que están vinculados con el proceso de industrialización de los países y la producción global, así como el acelerado cambio tecnológico en el que vivimos.
Entonces partiendo de todo el contexto anterior ¿cómo podemos discutir la afirmación sobre si la globalización es un arreglo político o un proceso inevitable?
En mi opinión, la forma más ilustrada de discutir el asunto en cuestión es reconociendo que la globalización sí es un arreglo político, porque parte de una convención aceptada en distintos niveles, desde el orden económico y político internacional hasta en lo doméstico. Con toda seguridad, esta convención tiene un proceso sistémico que la refuerza conforme la dinámica de integración económica se acelera, pero esta aceleración no la hace indetenible. Si miramos con atención, en la historia podemos ver con facilidad que la economía mundial en el siglo XIX era en muchas mediciones más global que la de hoy en día: por ejemplo, con la libre movilidad del trabajo, con un orden internacional (el patrón oro) completamente diseñado para que las economías nacionales tuvieran como único objetivo la estabilidad cambiaria y los flujos comerciales.
A pesar de todo eso, el periodo de 1870-1914 que algunos llaman la primera era de la globalización colapsó con el estallido de la Primera Guerra Mundial y las olas de proteccionismo que desató. Incluso después de terminada la Gran Guerra, la globalización nunca regresó sino hasta 1945 con el nacimiento del nuevo orden mundial y consenso liberal que la sostenía. Así que la primera lección que debemos aprender es que la globalización al menos puede verse interrumpida cuando las condiciones políticas que la sostienen cambian.
Volviendo a la preocupación de todos estos días ¿podría Trump representar una nueva interrupción o incluso el fin de la globalización?
No es la primera vez que se da por muerta la globalización. Tras los catastróficos ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York los obituarios que se escribieron a la globalización fueron numerosos. No obstante, la globalización no se fue a ninguna parte. Una vez más, tras la crisis financiera de 2008-2009, los lamentos por el final de la llamada segunda era de la globalización volvieron a verse en todos los medios ,y de igual forma, la globalización no se fue a ningún lado.
Al contrario, lejos de morir, ha mostrado una tremenda resiliencia: a pesar de que el comercio mundial, los flujos de capitales y otros indicadores se fueron en reversa, la globalización continuó porque está entretejida social e institucionalmente a través de arreglos políticos y culturales, no sólo económicos. Este entretejido ha hecho que la globalización misma se vuelva un objetivo de la estabilidad de las economías del mundo. Esto se debe a que estos arreglos políticos provee el pegamento ideológico e institucional que ha facilitado, promovido y beneficiado la integración.
Con el advenimiento de la administración Trump es la tercera vez en lo que va del siglo XXI que muchos se preguntan si estamos en el fin de la globalización, algunos celebrando la tan anunciada muerte, otros con una profunda preocupación por el posible nacimiento de un nuevo orden.
De la forma en que yo veo las cosas, una vez más las exequias de la globalización tendrán que esperar. Esto no quiere decir que no veremos cambios, tal como se han dado al menos durante los últimos 500 años. Más que el fin de la globalización pienso que estamos observando el fin del fenómeno que se conoce como “hiperglobalización”, es decir, un momento singular en la historia económica en la que la tasa de expansión del comercio global ha crecido a un ritmo muy superior a la que ha crecido la economía del mundo. El fin de este periodo anuncia un retorno a la normalidad histórica, con un comercio en línea con el crecimiento y donde éste ya no se puede pensar como la salida rápida para el desarrollo.
Trump y el proteccionismo que enarbola acelerara dichos cambios y, en consecuencias, hará que algunos de los problemas que la rápida integración económica y expansión comercial habían ocultado durante mucho tiempo sean evidentes. Por ejemplo la falta de convergencia en niveles de desarrollo de muchas economías en el mundo o la creciente desigualdad en países como China, el gran ganador de la globalización en su fase más reciente.
Al mismo tiempo, Trump representa un cambio de época y el final del viejo consenso inaugurado por Thatcher y Reagan a finales de los años setenta y principios de los ochenta, abre la oportunidad de que generemos un nuevo consenso en el que la globalización coexista con un desarrollo más equitativo y haga frente a los retos que heredamos. Con toda certeza construir este nuevo consenso no será sencillo y la política económica e internacional de Estados Unidos durante los próximos años no hará fácil esta tarea, pero la hagamos o no lo más probable es que en algunos años cuando reflexionemos al respecto la globalización en alguna de sus formas, con los cambios que sufra y con las nuevas realidades políticas, estará ahí tal como ha estado de distintas formas desde los tiempos de Thomas Munn hasta los de Amazon.