Una de las principales consignas de la administración priista, después de la oscuridad diplomática de los gobiernos del PAN, fue volver por sus fueros en la presencia internacional.
Sólo para recordar: durante los años de la bonanza del Partido Único, Acapulco fue el máximo centro turístico a nivel mundial, el aparato diplomático nacional presumió intervenir en favor de la paz en el conflicto salvadoreño (la firma en Chapultepec) o el Pacto de Tlatelolco, que establece la desnuclearización de América Latina y el Caribe. Además, la Secretaría de Relaciones Exteriores era reconocida como una entidad de promoción del diálogo internacional. No olvidemos, tampoco, los antojitos y el agua de Jamaica del presidente Echeverría; el nopal, la artesanía, el indito, la imagen mexicana bajo el filtro de cliché.
El lic. Peña se ha propuesto como uno de los ejes centrales de su gobierno reestablecer esa presencia internacional; el mundo le parece poco, pues. Cada región tiene un plan específico y desarrollado, se ufana la administración. Sin embargo, en el tema con América Central, los planes se reducen a la migración. El Ejecutivo dice trabajar en el apoyo a los viajeros que rehúye a dejar de nombrar ilegales. Rimbombante palabrería; se sigue descarrilando la Bestia.
Se alardea de planes movilidad estudiantil con Estados Unidos y Canadá, para 2018 cien mil mexicanos cursarán un lapso de sus estudios universitarios en aulas de esos países; las inversiones cada vez serán más sólidas y constantes. Dicen, además, que los intercambios en innovación, negocios y tecnología, con los otros países norteamericanos, se realizan de par a par, de iguales. Se olvida de un detalle: Estados Unidos y Canadá siguen viendo a México por encima del hombro, ambos piden visa a todos los ciudadanos nacionales. En el tema migratorio Washington desoye a Los Pinos, la presión de la diplomacia nacional se reduce a cartas de extrañamiento; cada día mueren mexicanos en su intento de cruzar la frontera y miles son deportados (previo despojo de sus bienes logrados con años de trabajo legítimo).
Si México quiere ganar posiciones en el concierto internacional debe ganar esa presencia con un trabajo sólido en sus políticas internas. No está mal la promoción de turística ni cultural, pero, sin idea, esa promoción se reduce playas, charros y pirámides; tequila, tacos y tunas.
Antes de salir a invitar a turistas e inversionistas, el gobierno federal debería estar preocupado por poner la casa en orden. No son pocos los casos de extranjeros secuestrados, extorsionados o asesinados por la delincuencia organizada en el pacífico, el golfo y en el caribe. Otras zonas como Sinaloa, Tamaulipas o Nuevo León, han sido incluidas en las recomendaciones de gobiernos de otros países a sus ciudadanos “vayan, bajo su propio riesgo”.
Después de su informe, anunció la creación del nuevo Aeropuerto de la ciudad de México, será uno de los seis mejores del mundo, presumen. El costo y el tamaño de la inversión son necesarios para posicionar al país como un referente mundial, sin embargo, la pista aérea será rodeada por una de las zonas más paupérrimas, en la que poco cuenta la buena imagen nacional en el extranjero.
El gobierno reproduce discursos viejos y anquilosados: festeja cifras y retórica. Anuncia inversiones y negocios en números que no explican, que no comunican. Se habla de ofensivas contra el crimen organizado y cruzadas contra el hambre; al menos 15 estados viven bajo la amenaza del crimen organizados y 19 millones de mexicanos viven en la más terribles de las miserias. La mancha de la corrupción ha percudido a todos los niveles de gobierno y todas las extracciones políticas. No queremos pecar de ingenuidad al pensar que con el cambio de administración las cosas cambiarían inmediatamente, además el fruto de los planes que se busca implantar necesita tiempo. Pero exigimos del gobierno una apertura democrática ante una sociedad cada vez más demandante de transparencia, justicia y bienestar. En Los Pinos se debe entender que sería más redituable políticamente incluir a la verdad en el discurso. México ha cambiado, su clase política no.