por Óscar Muciño
@opmucino
Estas son épocas gelatinosas, en las que afortunado es lo que cuaja, y en las que si algo cuaja sólo basta un tantito a la intemperie para que se vuelva líquido y se evapore. A esto no se escapa la música. Antes, los temas permanecían sonando por todos lados por casi años, se incrustaban como espinas de cardenche, se pegaban como las moscas a las cintas adhesivas.
Hablando de las canciones, éstas, la mayor parte del tiempo nos confunden y nos bombardean con estímulos anímicos. Cuando se es niño nos ponen ideas y sentimientos que aún no comprendemos, y con esas ideas empezamos a creernos que ciertas emociones deben sentirse y exteriorizarse de una manera particular.
Me veo a mí mismo en cuarto de primaria haciendo mías esas palabras del bolero Usted”, compuesto por Gabriel Ruiz Galindo y José Antonio Zorrilla, la parte de: Y hasta la vida diera por perder el miedo de besarla a usted. La imagen de un niño emocionado por esa línea tiene muchas aristas, puede ser tierna, puede ser grotesca y hasta ridícula, cada quien que le ponga adjetivos.
De lo que sí tengo certeza es que al cantarla pensaba en una niña llamada Brenda, niña de la que ya escribí en alguna otra ocasión. Sin embargo, en ese entonces cantarla tenía mucho de impostado, de imitación; en realidad ni sentía a plenitud aquella parte, quería besar a Brenda sí, pero tal vez me hubiera conformado, a lo mucho, con tomarla de la mano y comer al lado de ella en el recreo.
Crecí y siguió ella conmigo en la escuela. Y ahí sí, uno llega a exagerarse, a tomar como propias cosas que no nos corresponden o que no están en consonancia con nosotros. Nos gusta regodearnos en palabras que poco expresan lo que ocurre en nuestro interior pero que nos permiten dar a entender a los otros más o menos por dónde va la cosa.
Cuando iba en sexto comenzó a ponerse de moda una bachata, género que francamente importaba poco de dónde provenía, el tema era “Corazón culpable (Me enamoré)” de Antony Santos, “El Mayimbe”. La canción empieza diciendo: Si fracaso mamá, tú no tienes la culpa…
Yo tenía una mamá y, desde entonces, una inclinación a pensar que fracasaría. Fue fácil identificarme, además que en ese entonces empezaba a tener más nociones de que, cuando uno ve a alguien que le gusta con alguien más, se siente “culerillo”. Y así pasaba entonces, Brenda ya estaba prendada de otro.
La canción pasaba en el radio y la única forma para conseguirla fue grabarla en un cassette cuando sonó en alguna estación del FM. Ya con el tema grabado lo siguiente fue escucharla repetidamente, lo cual era un ejercicio distinto a los de ahora, terminada la canción había que rebobinar para volver a empezar, no bastaba un clic. Y así lo hacía, una y otra vez, hasta que me aprendí la letra (la cual aún me sé).
Hablando de ideas falsas, el corazón no era el culpable, nunca lo es. La culpable es la cabeza y su propensión a obsesionarse y tragarse cualquier discurso haciéndolo suyo.
De aquel amor sólo queda el concepto, el ponerla a ella en mi mitología como el símbolo de mi primera frustración emocional, de mi primera cosquilla, de mi primer nervio y mi primera tristeza amorosa. Lo dicho, nos engañamos. Quedó más firme la canción, la cual me remonta a aquellos años de Boing de triángulo y que, además, es una rolota que no le pide nada a nadie para emocionar.
https://www.youtube.com/watch?v=QaXNazCvhrY

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