por Óscar Muciño
@opmucino
Finales de los años noventa, en el mercado ya se encontraba aquella consola de Nintendo que recibió el nombre de Nintendo 64, un aire de renovación tecnológica se percibía en el ambiente. La consola fue un éxito en el mercado, pero sus múltiples retrasos y la aún reciente devaluación del peso provocó que saliera a un precio no tan accesible para los bolsillos del ciudadano común. A raíz de esto surgió un negocio nuevo, locales que rentaban la consola; uno podía acudir a rentar de media hora en adelante para jugar algunos de los títulos que el local tuviera disponible. Así fue el acercamiento de muchos a los mundos tridimensionales que ofrecía el Nintendo 64.

Empiezo con esta acotación porque el aire de renovación también incluía el rumor de la Internet, a bien yo no sabía de qué se trataba, tenía algunas referencias gracias a algunas revistas pero nada a profundidad. La Internet no era nueva, data de finales de los años sesenta, pero su uso “comercial” comenzó a expandirse a partir del año 1995.
En esos días era poco usual tener una computadora en casa, que en realidad sólo cumplía las funciones de una máquina de escribir con “tele”, pero nada más. Una vecina me prestaba su máquina de escribir eléctrica para realizar mis labores escolares. Eran tiempos en los que aún existían teléfonos de disco, los pocos que llegaban a tener celular eran vistos como bichos raros y muchos de ellos sentían pena al tener conversaciones telefónicas en lugares públicos. Llamar por teléfono aún era un acto que estaba cubierto por la intimidad del hogar, o a veces las llamadas se recibían en la casa del vecino que ya tenía línea, y quien amablemente daba permiso para que los familiares de otros vecinos llamaran en situaciones de emergencia. Recuerdo que cuando en casa de mis papás tuvimos nuestra primera línea telefónica, mi hermana Amaranta y yo competíamos para contestar, como hubo varias peleas y llantos mi mamá decidió que contestaríamos las llamadas alternadamente. Viendo el panorama así, el Internet parecía sacado de otro universo.

Pues llegó un día en que el negocio de renta de tecnología abrió una nueva rama: el café Internet, o cibercafé. Lugares a los que ahora ya estamos acostumbrados pero que en aquella época representaban el acceso a una de las nuevas maravillas del hombre. Con los amigos de la calle (Toño y Jonathan) tuvimos noticia de esos sitios y un día decidimos acudir a uno, impulsados por los chats, donde se decía, uno podía conocer chicas y consultar páginas de interés común.
Un día salimos con la misión de llegar a Center Plaza, un centro comercial que tenía la forma de túnel de tiempo y que aún pervive entre los metros Ecatepec y Olímpica de la Línea B, la cual en ese entonces estaba en construcción. Poco antes de llegar al cibercafé encontramos a uno de mis compañeros de secundaria, quien salía contento del establecimiento, nos contó que había conseguido vía chat el teléfono de varias niñas y ahora se dirigía a su casa para marcarles. Esto nos entusiasmó. Entramos, pedimos por una hora una computadora y los tres amigos nos sentamos frente al monitor.
La aventura no concluyó satisfactoriamente, poco pudimos conversar en una sala de chat pues tardamos mucho en saber cómo ingresar, además que nuestra ávida curiosidad nos hizo abrir muchas páginas, tantas que la PC terminó pasmándose ante la cantidad de órdenes que le dimos, en lo que se destrababa y en lo que medio intentábamos navegar guiados por nuestra intuición, la hora llegó a su fin. Nosotros no éramos nativos de esa época, veníamos de televisiones que cambiaban canal por canal, de días donde si uno salía a la calle no podían encontrarte, días donde la televisión por cable era privilegio de muy pocos; no éramos nativos pero a la larga tendríamos que acostumbrarnos, tal vez por eso mi generación vive en el desarraigo pues fuimos arrastrados a una época nunca antes vista, nos sentimos de visita. Yo aún me siento sorprendido la facilidad con la que hemos aceptado la extensión tecnológica en nuestra vida diaria, la invasión masiva a aspectos que antes eran privados. A veces, cuando estoy comiendo con otras personas me quedo mirando cómo siempre hay momentos de silencio porque están pendientes de ese otro mundo que está en la pantalla. Y uno, si no cuenta con el instrumento necesario, queda en un limbo solitario aun teniendo enfrente a alguien.

Años después tuve una computadora en casa y con otros amigos chateábamos en varias salas y llegamos a entablar conversaciones telefónicas con niñas. Hasta alguna vez tuvimos una cita con una en un metro. Eran tiempos de poca desconfianza. Por lo dicho, se darán cuenta que algo estaba claro: el uso del Internet conectaba personas, ¿de qué forma?, eso ha cambiado mucho en estos últimos 15 años, pero por aquel año del 99, como una vez le dije a mi prima Ale, el chat Burundis era muy sano, comentario que provocó su risa por lo que decía de los años que llevo arrastrando.

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