Por Erika Arroyo
@WooWooRancher
postalgato
 
Si alguna vez encuentras a un gato en posición de gallina empollando y con los ojos semi abiertos es probable que esté meditando. Medita sobre su nombre, sobre todo lo que le contaste el otro día y de lo que muy probablemente solo entendió la quinta parte. Esa en la que intentabas hablar como él, emitiendo maullidos terriblemente falsos e ignorando el ridículo que te estabas ahorrando al no haber nadie más que pudiera constatarlo.


Con su mirada fija en tu tristeza y algunos leves movimientos de cabeza parece haber entendido perfectamente quién tuvo la culpa en todo esto que te tiene tan mal. Ha lamido tus ojos para secarlos otras veces solo que ahora estás de pie, a punto de abrir la puerta del mueble donde guardas el jabón para trastes y la bolsa de croquetas. Apenas se escuche el empaque siendo removido por tus imprecisas manos y una cascada de alimento golpee el plato, habrás perdido su atención. Cada vez que sucede, recuerdas por qué los terapeutas cobran tan caro hoy en día. Estás a su merced.


-Muerdo tus plantas. Miau. Jodo tus sillones. Miau. Camino sobre tu cara cuando intentas conciliar el sueño. Miau. Tiro con mi peluda pata lo que se ve solitario sobre la mesa. Miau. Te ves ridículo gritando y manoteando. Miau. Miau. Miau. Miau. Mírame hacer todo de nuevo. En tus narices.


Habla demasiado en un tono diminuto, suave. En cada maullido muestra esa delgada y rasposa lengua que no ha probado otra cosa que los párpados de su amo mientras duerme, sus croquetas, el agua que se encharca en la bañera y su ano. No hay mamífero que se encargue de eliminar rastro alguno de sus defecaciones de forma tan hipnótica que se convierte en centro de atención en reuniones y citas amorosas sin dejar de ser un maldito encanto.

Criaturas afelpadas de cola serpenteante y contoneo incomparable que en el universo de la depilación láser son más que refugios.


Una serie de saltos le hacen ver como si rebotase sin el menor esfuerzo, una coreografía para ir detrás de moscas que son, junto con las tarántulas, las cucarachas y los intelectuales, las únicas presas posibles para un gato de casa. Las ratas están más allá, lejos del progreso y los programas de vivienda. Afuera, corriendo entre las piernas de la gente que se saluda y besa sin aceptar que mueren por morderse la cara y sacarse los ojos.

Para los gatos, estar en celo es como entrar en personaje para interpretar a la más gorda de la ópera, a la que todos respetan porque canta más fuerte y nadie se mete con su dolor porque es el más intenso. Es su drama y no hay lugar para el de nadie más.


Para las 6 de la tarde, cuando ya han sido efectivas por lo menos seis u ocho idas a la caja de arena que le hagan justicia a las tandas de alimento en forma de lunetas de colores, la siesta tiene que mudarse del sillón en el que diariamente se sienta el sol y partir rumbo a la puerta. Cada vez huele menos a atole quemado y la luz del pasillo comienza a colarse por debajo. En breve se escucharán las llaves que anuncien la llegada del humano que de vez en cuando pasa su mano sobre su espina dorsal. Es importante estar ahí, listo para ejecutar el número que lleva poniendo en escena desde que se dio cuenta que le aseguraba un poco de atún o cualquier asomo de comida real. Un estiramiento más para luego acicalarse. Ha sido un gran día en el abismo felino.

**Postales se transmite los jueves a las 20hrs

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