Por Erika Arroyo
@WooWooRancher
No le veo, pero puedo casi sentirla, es algo que no sé cómo explicar, al menos no personalmente. Quizá mi inconsciente sí. Le pienso y de inmediato sé que está ahí. Tenemos ese tipo relación.
Camina entre ramas y se desliza entre cortezas, escucho su presencia licuándose con la de las pequeñas aves de pico suave que apenas son alcanzadas por el sol, se atropellan unas a otras en lo más parecido a una acalorada discusión sobre diferencias de intereses.
Procura pasar desapercibida, como las mujeres que se quitan los tacones antes de cruzar la puerta a deshoras, como los amantes que se esconden retorciéndose en los rincones, como los niños que cierran los ojos y aprietan los labios debajo de la cama cuando es momento de volver a la vida real.
Tengo la impresión de haber visto sus ojos, redondos y profundos, permanentemente abiertos en la oscuridad. Cámaras ocultas que han sido empotradas en su rostro, sensibles a cualquier asomo de movimiento.
“Querido Jim. Helen te compró el avión que tanto querías. Se puso feliz de verte. Ya envié el formato para avisar que vas a Boston desde el campamento. Supe que fuiste a pescar el lunes, espero que al menos hayas atrapado algo. Te escribiré una carta larga mañana, espero que nos envíes una antes de que nos vayamos. No olvides enviarle una postal a Marnie. Amor y besos.”
Eso es mamá, una sonaja de afectos y demandas. La sombra desprendida de un cuerpo que al proyectarse en la pared cobra fuerza propia, la mano que después de apagar la lámpara de buró, se acerca lentamente a tu cuello para asfixiarte.
La mirada acechante de un extraño cercano que a la menor provocación podría congelarte para siempre.
-Anda, tus amigos te esperan en la casa del árbol. Lleva las galletas y la jarra con leche, yo llevo los vasos [y los escalofriantes susurros]
El viento agita las hojas como cascabeles orquestando sinfonías inconclusas.
-¿Escuchas el crujir de la madera?
-No.
-Escucha bien.
El espíritu es eso que todo el tiempo está queriendo salirse por tus fosas nasales cuando te sofocas debajo de las sábanas.
No había visto esto antes. Un árbol tan inquieto como un pez que busca escapar de la red. Hay algo en todo esto que me hace pensar en su sonrisa imprecisa, como si hubiese sido desdibujada al pasar la mano por un carboncillo recién aplicado.
Sin que lo diga, sé que está justo ahí, suscribiéndose a la opacidad. Ave rapaz ejercitando la quietud para atraparme como a un ratón y alimentarse con mi endeble cuerpo mortificado que se ahoga en sus propios chillidos.