Por Erika Arroyo
@WooWooRancher

Un Tarzán de músculos brillantes se alista sobre lo que parece ser una improvisada plataforma de clavados. Las muchachas observan detrás de sus lentes oscuros en forma de corazón con daiquirís en las manos, tan sudorosos y perfectamente brillantes como el barniz de sus uñas. Un silencio sepulcral le sube el volumen al ligero ir y venir del agua. Es el momento cumbre. Agita los brazos, mueve el cuello, le tiemblan los pectorales. Calienta la sonrisa. ¡Splash!

Las palmeras se agitan suavemente con un vientecillo tropical, en el bar un anciano de piel arrugada y enrojecida se saborea los bikinis colorados que se mueven como luminarias entre sombrillas y niños con chanclas gigantes y flotadores.

¡No me mire así, viejo cochino!
Un esposo fisgón se ha encontrado con el escultural y ajeno cuerpecillo de una morenaza que lucha contra un sostén diminuto. Un héroe anónimo sale de entre la multitud para increpar al morboso de la camisa floreada.

El penetrante olor a torta de huevo se pelea a puñetazos con el del coco. Una familia ha hecho un picnic sobre una toalla gigante que más bien parece una cobija, las tías se frotan sus espaldas con líquidos de dudosa procedencia. Sonríen ante el más mínimo roce visual con el mesero. Se remojan los labios. Retozan entre botana, se escurren entre sus bañadores.

Un escuálido joven agarra valor. Frota sus manos y enseguida se acomoda el traje de baño casi de manga larga. El objetivo es uno solo: hacer una pirueta en el aire para luego caer en picada, como lo hacen las aves para pescar en el mar. Para su desgracia, la cabeza de un gordo se atraviesa. Adiós dentadura. Sus anteojos de pasta atestiguan la escena atorados en los hilos de una silla Acapulco.


Zapatos blancos y sandalias recorren los alrededores acuáticos. Los menos avezados se toman fotos con la gente casi en cueros como paisaje de fondo. Un imitador muy regordete de Mauricio Garcés hace un numerito muy bien orquestado con unas señoritas muy monas de labios rosados y atuendos coloridos. Hay más pathos en la caída de su peluquín que en la de un imperio.

El salvavidas escribe su reporte del día. Dos rubias y una trigueña con potencial. Un señor se aproxima exigiendo su ayuda, su esposa tiene un calambre en el chapoteadero. Los dramas más profundos de la humanidad ocurren en las áreas infantiles.

Cuerpos de todas formas y tamaños flotando como bebés en el útero materno. Nadar es quizá la experiencia más cercana al lugar por el que entramos a este mundo.

Bucitos, vueltas de campana, nado sincronizado. Las telas escurridas sobre la piel revelan zonas al sol como una ofrenda entre titiriteos y escalofríos. Lunares y verrugas, alrededor de esa superficie ondulante todos somos trocitos en un caldo humano servido en tazón grande.

Dicen que donde el clima es soleado, la gente está menos tensa, así que relajémonos y tomemos una foto con la cámara de nuestra memoria de este chapuzón, congelemos ese momento en el que entramos en contacto con el agua.
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