Por Erika Arroyo
@WooWooRancher
Con el aplomo de las estrellas de cine sobre una alfombra roja, los novios caminan pisoteando la estorbosa cola del también estorboso vestido blanco, rumbo a la salida de la iglesia. No existe por ahora algún control remoto que permita regresar el tiempo y deshacer todo. Ante los ojos de monaguillos, santos, invitados y mirones, la cosa era así y ya. Los dedos anulares anunciaban a la nueva señora esposa de un superman desempleado y al excelentísimo señor esposo de una heroína que durante los últimos años se había entrenado en el fino arte de las compras con dinero de sus padres. El señor de la señora y viceversa.
Acompañémoslos hacia la explanada con aplausos y fanfarrias.
Bienvenidos a Postales.


Con la responsabilidad de un enviado especial, el pequeño encargado de la canasta de arroz siguió la instrucción de su padre con mucha dedicación:
-Lanza con fuerza como un cañón, a la cara para que nadie olvide este momento
Y así fue. El pequeño artillero cumplió su misión apuntando a novios y familiares por igual en un bello bombardeo en cámara lenta.

Las damas de honor ya esperaban frente a la cámara acomodándose mutuamente pasadores, pestañas postizas y sujetadores con el firme propósito de ser las primeras acompañantes de la pareja. Para su sorpresa, cuando ya se enfilaban para posar, una colada que decía haber estudiado con ellos en la primaria se instaló en medio. Nadie sabe quién demonios era, qué hacía ahí y mucho menos, por qué salió en la primera foto sacando la lengua y con los ojos en blanco.

Un segundo intento por inmortalizar el momento fue brutalmente interrumpido por una aparición inesperada. En un Cadillac blanco como un corcel y con ropa deportiva, un apuesto joven, hasta ese momento desconocido por la mayoría, se estacionó justo frente a lo que estaba a punto de ser una toma grupal con los más allegados. El ahora esposo de la esposa se disculpó incómodamente para acercarse al auto y forcejear lo menos sutilmente que pudieron. Un aparente opositor de la unión que no llegó a tiempo para robarse al novio y que tendrá que volver a casa con la mandíbula trabada y un triunfo fantasma. Como un símbolo de su fracaso dejó una estela de humo su escape.


Con la distracción que la felicidad provee, el incidente, para fortuna de los extrañados invitados, pasó medianamente desapercibido. Con algunos cabellos fuera de lugar y una sonrisa temblorosa, el ahora agraviado, en busca de su incorporación a la formación inicial, camina pensando en la explicación que dará. Al fondo, una voz ronca alienta para lanzar una porra.


El primo de la hermana de alguien ha llegado hasta ellos para pegarse como lapa a la novia. Cinco de menos dos felicitaciones van acompañadas de un abrazo tan fuerte que podría romper cualquier matrimonio en potencia. Las rosadas y seductoras damas de honor, que todavía esperan su turno para la foto, contemplan la situación deseando estar entre los brazos de ese loco.


Entre miradas fulminantes y semi desconcertadas, los personajes principales de esta boda sostienen una conversación muda mientras cada uno recibe frases y golpes en la espalda de gente que no recuerdan haber visto en sus vidas.

Por fin alguien sensato, la abuela, ha llegado a organizar para acabar de una vez por todas con tanto embrollo pero el esfuerzo invertido al gritar le aflojó los átomos y tuvo que ceder la batuta.


Como foto de generación, el fotógrafo acomodó a todo aquél que había resistido tanto alboroto. A la abuela le dejaron un hueco entre los nuevos esposos y tras sonar el click, abandonaron el lugar corriendo en medio de una tormenta que dejó a la anciana entre querubines y pasajes dolorosos pero mucho más placenteros que los que seguramente le esperan a ese par. Que vivan los novios. Que vivan.

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