por Erika Arroyo
@WooWooRancher
En la majestuosa barra de azulejos de Manises, una bella y malencarada mesera recibe a los turistas que boquiabiertos toman fotos de las mesas de mármol y la resplandeciente vitrina con fartons. Cucharas golpean tazas, platos se golpean entre sí a bordo de la charola, dientes chocan con otros dientes en fallidos intentos por atrapar los deliciosos panes con las fauces de quienes no cesan de parlotear.
Litros de horchata de chufa son bebidos en un abrir y cerrar de ojos, acompañados de un rumor de maldiciones y carcajadas roncas provenientes de la calle, detrás de un letrero de cartón, oficio en el escritorio de una oficina imaginaria de recaudación de fondos. Fondos para alcohol y drogas.
Acompáñenos esta noche en un tour con sabor a horchata alucinógena y sudor veraniego.


En un altar que da la bienvenida a los visitantes, permanece la mesa en la que recargó sus codos regordetes la Infanta Isabel, conocida como “La Chata” y tras las bambalinas del teatro de los títulos nobiliarios como María Isabel Francisca de Asís Cristina Francisca de Paula Dominga de Borbón y Borbón. Fue una tarde, posiblemente también calurosa, de 1909 la que convive con el actual mendigar del Barrio del Carmen.


A través del marco de las puertas del lugar se cuelan las conversaciones de los curiosos que se convierten en un murmullo con el remojar de los panes en la bebida emblemática de la Horchatería de Santa Catalina, a tan solo pasos de la ventanilla de dos bohemios que intercambian puntos de vista sobre la temporada vacacional y tragos en una anforita de cristal.


Algunas monedas resuenan y los ojos del director de orquesta aposentado a las afueras de la iglesia atraen a las señoras que se han adelantado dejando a sus maridos entre creyentes y monjas que caminan despacio. Los centavos que caen en la oscura y profunda gorra son vistos con cierta resignación, la compensación viene cuando se intercambian sonrisas que se apagan en cuanto los acompañantes hacen acto de presencia.


Desde el piso, los cuerpos se ven monumentales. Hay un punto de la tarde en el que el sol impide mirar los rostros, lo cual es bueno en algún sentido, al menos permite concentrarse en los pies. Sandalias, huaraches con suela gruesa y tiras de cuero, zapatillas, mocasines, tenis, para las 5 de la tarde, ya nadie recuerda al modelo de calzado que se detuvo a leer la petición de fondos para vicios y peor aún, quien haya contribuido a tan noble causa, conmovido tal vez por la honestidad de los promotores y solicitantes, quienes reciben el atardecer con hipo y risas cada vez más descontroladas.


Las primeras horas de la noche vienen acompañadas de hordas de oficinistas sedientos y jóvenes en busca de rincones etílicos y picaderos disfrazados de palacios gourmet. Conviene sacar la lamparita para anunciarse y no ser pisado, y voltear el letrerito para mostrar una petición más justa: “Lectura de mano, profanación de iglesias y guía de bares. Informes aquí.”

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