Por Cuauhtémoc Camilo
@cuate_moc
Los efectos de la #24A han tenido lugar más allá de la marcha e incluso se dieron antes de que sucediera. Escribo esto a fin de documentar el preocupante “y después…” al que no se acostumbra dar seguimiento, pues el tiempo parece desdibujar el movimiento con el paso de los días. En esta primera entrega intentaré construir un marco para pensar el suceso y dialogar con todxs aquellxs que deseen hacerlo.
La invitación a la marcha había circulado durante varios días por las redes, pero el sábado 23 de abril, Catalina Ruiz-Navarro creó el hashtag #MiPrimerAcoso a propósito de una pregunta en su cuenta de Twitter: ¿Cómo y cuándo fue tu primer acoso? La respuesta no se hizo esperar. La activista colombiana había logrado en un gesto sencillo masificar las voces, cuantificarlas simbólicamente pero, sobre todo, mostraba la vulnerabilidad de amigas, familiares y conocidas a lo largo y ancho de las redes sociales. Ese era el mensaje, ese fue su auténtico tweet: vulnerabilidad es inquietud.
Inquieta saber que lo más próximo y normal no está bien; desestabiliza el simple hecho de saber no que podemos ser vulnerables, sino que hemos sido vulnerados y es irremediable. Desencaja la construcción de lo cotidiano el hecho mismo de padecer una experiencia terrible e imborrable a sabiendas de que puede volver a repetirse. Me parece que el lema: “La violencia contra las mujeres (no) es normal” lo resume brutalmente. Esa frase apunta también a que el caos, mientras sea caos, no podrá ser un nuevo orden, es decir, que la cotidianidad, mientras sea violenta, no podrá tener nada de cotidiana.
Me explico. Todo Estado, es decir, todo país con derechos civiles –en especial si es capitalista y democrático– debe garantizar tres cosas: la vida (y por extensión la integridad y la salud tanto física como mental), la libertad (en todas sus formas: desde la expresión o el tránsito hasta el comercio y el castigo al crimen) y la propiedad privada (lo que incluye el propio cuerpo, el derecho intelectual y los bienes materiales). Las garantías individuales, las más básicas y fundamentales se apoyan en esto. Sólo en un Estado sin Gobierno, o sea, de excepción o de guerra, estas garantías pueden anularse: vida, libertad y propiedad privada son la cotidianidad mínima de cualquier Estado y de no ser respetadas el Estado está disuelto, no gobierna. Sin autoridad no habría por qué acatar leyes o conceder privilegios a políticos pues, se sabe, ser político no es ser gobernante.
En ese sentido, la movilización #24A es muy importante porque se trata nada menos que de la ciudadanía reclamando sus derechos legales más básicos. Las consignas “Vivas nos queremos”, “Yo elijo”, “Es mi cuerpo, es mi derecho”, sintetizan muy bien el reclamo en cada una de las tres garantías elementales: vida, libertad, propiedad privada. Entiéndase entonces que las mujeres no piden sino aquello que deberían tener ya garantizado y que no tienen. Lo que las moviliza es un ensañamiento recalcitrante contra su género y sexo: misoginia de Estado.
Y sí, “La violencia contra las mujeres (NO) es normal” precisamente porque este reclamo devela que ya no hay cotidianidad, o sea, que el Estado no gobierna o, en su caso, que no hay Estado sino machos en el poder. El reclamo no es menor y apunta contra estructuras de pensamiento, sensibilidad y operación tácita de la ley. La marcha es política en un amplio sentido: apela al derecho, a la afectividad, al pensamiento, a la empatía, a la toma de espacios, al cuerpo a la historia y, en muchos sentidos, a la economía tanto del mercado como del poder. En ese marco trataré de inscribir las próximas reflexiones.

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