por Jaime Woolrich
@jaimewoolrich
fotos de Raúl Álvarez (fuente: Flickr)
A una performance hay que llegar entacuchado y puntual aunque uno desconozca que es parte del elenco. Hay que elegir ropa entre cómoda y casual. Relucir la entrega al show. Hacer gárgaras de miel para los gritos. La mañana del sábado 1 de octubre me desperté con esa idea fija en la cabeza.
Sábado, llegada al concierto de Roger Waters
¿Cuál es la hora justa para llegar a un concierto gratuito en el Zócalo al que, sabes, acudirán miles de fans como tú o, peor aún, fans de más entraña, de más necedad? Nunca se sabe, varía, hay expertos en el tema, pero yo no lo soy. La hora que me había prometido de mediodía la aplacé por inconvenientes que no vienen al caso. Llegué a las 3:45 pm usando mi boleto para el concierto que ese día era exactamente el mismo que el de la línea ocho del metro que va de Iztapalapa, cuna de la mexicanidad, al centro cosmopolita: maravillas modernas. El sol era bastante enemigo a esa hora, la entrada de Bellas Artes era el punto de encuentro de todos aquellos que cuando juegan basta terminan repartiéndose los puntos de una palabra repetida por generaciones (cosa con ce: culo), no hay punto de encuentro más sencillo, no nos rompamos la cabeza en esas banalidades del lugar, hay otras banalidades que esperan de nuestra participación. Buena hora, pensé.

La compañía vs la gente salmón
Seguía en el itinerario localizar a algún amig@ con l@ cual entrar a la plancha. Siempre es mejor estar los más confortables posible: llorar cobijado o reír con el eco estentóreo de tu palomilla, banda, famila, crew, para sensibilidades millennial. Es parte del ritual. Le marqué a un par de amigas que habían llegado al centro mucho antes que yo. Estaban a dos cuadras del Zócalo y allí quedé de verlas. Esperé. Me subí sobre un bolardo de metal para poder ser visto entre la multitud, oteé en el río de gente que se factorizaba conforme avanzaba el tiempo. Nada. Pasaron 20 minutos. Impaciente, decidí llamarles de nuevo. Mayra, mi amiga, me dijo al teléfono que les tocó portazo y se metieron en ese momento. Ni modo, dios ayuda a los que madrugan y a los demás nos madruga a su modo (sé mi lugar en el mundo). Avancé hasta 5 de mayo y mi entrada fue de lo más sencilla, la fila era casi inexistente por el anterior portazo. Saqué la dichosa tarjeta de seguridad que había emitido el gobierno capitalino y la cual no había rellenado, pero, por si las moscas, había imprimido, de acuerdo a la performance. Nadie me la pidió, nadie revisó mi mochila, nadie me puso contra la pared gentilmente para tocarme los contornos, el policía de la entrada parecía bastante tranquilo, como si tuviera un alivio, ese tipo de alivio que deja la reducción de obligaciones policíacas… con la enmienda, quizá, de no generar una nota viral. Decidí marcar de nuevo para hacer crew. “Estamos bajo un toldo azul, donde hay una sombrilla de superhéroes, de esos de avengers”, “No la veo”, “Tú avanza, está casi al centro”. Avancé en línea recta sobre un Madero imaginario, hice montón a lo salmón en una multitud que avanzaba a una velocidad promedio de 4 metros por hora.
Los salmones siempre me han parecido seres muy estresados por su ritual de apareamiento, por su ritual de nacimiento, por los osos famélicos de las montañas, por la corriente en contra. Dudé sobre si ir en el cardumen correcto y abandoné el camino andado. Quise, entre la gente, rodear a la gente por atrás, pero me topé con una reja que bloqueaba mi intento y separaba en secciones a la plaza capitalina. Bordeé la reja, vieja enemiga de varias marchas, e intenté salmonear por otro lado. Nada. 15 minutos de intento. Vi, detrás mío, la famosa sombrilla de los avengers. Grité: “Xel-ha”. Alguien gritó: “Joaquín”. Y me sentí brevemente acompañado en mi naufragio. Diez metros delante la sombrilla con superhéroes y su servidor, se abrió otra sombrilla exactamente igual a la que estaba junto a mí (bendita seas oferta y demanda, bendito seas Hollywood, bendito seas Walt Disney, tan ubicuo tú), y rodeada por innumerables salmones, los cuales, en ese momento, ya me habían generado cierta antipatía. Aún era temprano, quedaban al menos tres horas de buena charla con ellas y no desistí en el salmonero. Pero, la sombrilla siguió allí, lejos, como una boya inalcanzable.

El aire, la gente no salmón, el barrio y la historia
Quedé repentinamente rodeado de ojos inermes pero regocijados en su empeño, asintiendo su orgullo por estar cerca del gran Roger, nuevo vocero internacional de nuestra ignominia. Un grupo de cinco forjaba un porrito (para algunos, compañero inexorable de Pink Floyd, del progre o simplemente de la música, no importa su pesebre). Eran el barrio, así que no forjaban un porro sino una chicharra. Contagiado por el estrés de salmón, les pedí las tres. Tenía meses sin fumar mota, cosas de la salud pero también de emancipación y amor por mis familias. Sin embargo, ese momento era otro momento. Pink Floyd está ligado a mis primeras experiencias con la mariguana, a estar al calor del lado oscuro de la luna expandiendo “algo”. Mala decisión, el salmonerío se atropella, no se expande ni se transforma. Después de las tres de rigor y decencia me sentía satisfecho y menos estresado… pero el barrio seguía en el forje infinito. Uno de ellos me ofreció de una chicharra nueva. Me negué. “Juegas y no te aguantas”, “ahora te chingas, ya entraste al rol”. Con media sonrisa incómoda, fumé de nuevo. El salmón se multiplicó, el sol no perdonaba en su búsqueda de agujeros en la capa de ozono y a mi claustrofobia se le dio la gana de aparecer. Abandoné el círculo del role para tomar aire. 5:00 pm: primera decisión correcta del día. Fui por una coca para, precauciones de viejo lobo de la pálida, evitar el bajón. Pude hasta ese momento, poner atención en la gente no salmonizada, en sus pláticas, en sus vestimentas, en su sitio en el mundo. “Va estar bien vergas”, le dijo el barrio a un par de mirreyes que se disponían a hacer cola en el Seven-Eleven. Quizá, por primera vez, se dirigían la palabra sin mediar propinas ni franeleos. “Yo lo voy a ver desde allá arriba, estoy en este hotel”, objetó, naturalmente, una camisa de marca. Un rockero de la vieja guardia, playera de Iron Maiden a 4D de panza y una barba en pico que acentuaba la ausencia de su choper, caminaba con su familia y adiestraba a su hijo con el orgullo de quien comunica su oído musical, para diferenciarlo de los demás oídos que para él no valen la pena. Más allá los salmones, la gente se sentaba y hacía corro (hippies, hipsters, rockers, darks, chairos, reguetoneros, familias medio enteras o sobre enteras: “we are one”, dijo, en arrebato emotivo, bajo otro contexto y con otras categorías, durante el concierto, Rogelio Aguas). El ambiente era relajado. Todos habían comprado el mismo boleto General P y lo sabían y no necesitaban olerse por ese lado del cuerpo. El otoño recién había entrado en el calendario y ni quien lo representara. Había bastante verano en los roperos. Avancé, rodeando la plancha del Zócalo, buscando alguna cara familiar con la cual compartir el suceso que, apenas, hasta ese momento, comenzaba a parecerme histórico. Luego reparé en lo voluble de la historia para los “editores” de Historias, en los niños héroes “pin up” de las estampitas, en un pequeño dato recién leído: en 1910, hubo dos días luto nacional en el calendario: la muerte de Benito Juárez y la muerte de Miguel Hidalgo, ningún indígena yaqui (casi exterminados y esclavizados en haciendas henequeras de Yucatán en el porfiriato). En 2011, 42 años después de la matanza de Tlatelolco, el gobierno panista de Calderón decretó el 2 de octubre como fecha de luto nacional. El 26 de septiembre de este año, un amigo publicó en su red social la foto de una tortería con la bandera de México a media asta.
Me regresó a la realidad, perdón, quise decir performance, una queja: había pisado a alguien. Seguí rebotando la mirada entre caras amenas, voces alegres y platicas expectantes debido a la protesta reciente de Waters en el Foro Sol que se sumaba a la demanda viral del “Renuncia Ya”. Como toda demanda viral de la clase media mexicana necesita un emisario validado por la misma clase media, Roger “nos” caía como anillo a la lágrima (“más Waters, menos pejehistorias” o, en su defecto, “cómo es posible que un extranjero nos abra los ojos”, “es que canta chingón”).

La tierra prometida
Por fin, y casi al otro extremo del escenario, me encontré con alguien familiar: Neto, andante de las cuerdas flojas del mal y el buen chiste. Nos saludamos con entusiasmo, me dijo que esperaba a más Amigos, con esa mayúscula hermosa que alivió mi naufragio. Estaban él y una amiga suya, Vero, quien en ese momento fungió como mediadora de un debate planteado por el mismo Ernesto sobre si Waters era o no un mirrey: rico, famoso, entarimado, eran, en general, sus argumentos. Los míos, no los pude desenvolver bien, le dudaba no a Waters, sino a su mamá de Waters. El grupo de Amigos se fue agrandando. El escenario, a esa distancia, era un juego de Lego. Las tres horas que en el momento del naufragio parecían gigantes se volvieron canicas.
El concierto (o nudo de la performance) 7:45 pm
Una animación del lado oscuro de la luna apareció en la megapantalla. Algo, más allá de la cuadrafonia, nos comenzó a envolver a todos. Un tum, tum corazonado marcó el inicio del concierto. Para mi incomodidad, y seguramente para la incomodidad de muchos más, hay gente que le deja poco a la memoria no ROM de su cerebro y una cantidad absurda de celulares inteligentes obstruyeron la vista de todos para no “perderse” ni un segundo del evento “histórico”. Justo en ese momento, bendita seas lluvia entre todas las humedades, el cielo llovió y, al parecer, no les envió una notificación en el android para que les previniera llevar un paragüitas para celulares. Algo se había descontaminado. De nuevo, gracias, lluvia por llover.

8:13 pm
“Breathe” (qué nueva me pareció después de tanto río de salmón), brid in di eir, guashaguasheamos todos, yo tampoco me la sé, nos respondíamos con la mirada cómplice los hispanoguasheantes que estabamos ahí congregados. Siguió, delicia de varios, algo de ummagumma, “Set the controls for the heart of the sun”. Luego, más poliglotismo guasha-guashá con “Time” y “Money”. Cada vez la atmósfera era más una, se sentía esa hermandad que dan los conciertos masivos, la música misma, el movimiento de los cuerpos.
Sin embargo, esa unión se hacía cada vez más hiriente, había que llegar al muro de los lamentos y todos lo sabíamos. Detrás nuestro, en la entrada/salida/portazo de Pino Suárez, el cortés gobierno capitalino decidió contribuir a la escenografía pinkfloidiana de campo de concentración con una grúa que en su cúspide brillaba una caseta de policía. Durante la tarde, un helicóptero de la SSP había surcado en círculo nuestro cielo y no creo haber sido el único predispuesto a esa sensación de vigilancia. “Welcome to The machine” y las euforias se repartían, se agitaban las cabezas, bailaban, sin querer, el swing del ghetto uniformado.
9:00 pm
Llegó el momento de recordar puntualmente a Syd Barret. La guitarra estaba en manos de un guitarrista sin piernas, un “doctor” de los que “curan personas”, el cual fue presentado por Waters como “mi hermano”, sin embargo, reparó en la propiedad privada de sus palabras y re anduvo su discurso diciendo al respetable: “su hermano, nuestro hermano, porque todos somos hermanos y hermanas y padres y madres y tías y primos… todos somos uno” y se detuvo, al borde del quiebre, agarrando calma para continuar con la presentación. Brilla en ti, diamante loco. Pero faltaba el cerdo. No nos dejes con la rabia contenida, Roger, que cada vez es más difícil sacarla en la manifestación y parece que se nos extingue. Sacó la carta. La releyó ante 200 mil. 2 años y 5 días. Nació un incómodo calor de lágrima. “Fuera Peña” comenzó a rebotar en las paredes del Palacio Nacional. En contra de las manecillas del reloj, se expandía por las bocas el cántico en derredor del falo que sostiene a la bandera. Recordé el Salmo V de Ernesto Cardenal leído por estudiantes hace dos años alrededor de esa misma bandera: “Escucha mis palabras oh Señor / Oye mis gemidos / Escucha mi protesta / Porque no eres tú un Dios amigo de los dictadores / […] / Al que no cree en la mentira de sus anuncios comerciales / ni en sus campañas publicitarias, ni en sus campañas políticas / tú lo bendices / lo rodeas con tu amor / como con tanques blindados.”
Pero eso era en el tiempo de las protestas, hace muchos años, como 2 con 5 días.

Desenlace
Sonaron los acordes de “Pigs on the wing”. Algo comenzó a asomarse por el costado oriente del escenario. Lento, cansado de tanto concierto apareció el cerdo de la ignominia. Las frases “Nos faltan 43”, “Fue el Estado”, entre otras, fueron leídas solamente por un sector del público que había llegado temprano y estaba en primera fila (en ese momento ya nadie era salmón). El cerdo, cinco minutos después de aparecer, comenzó a desinflarse. Justo a la altura de Roger Waters, ya era un globo desahuciado. Nadie se atrevió a gritar en ese momento: “Fue el Estado”; los hados superpoderosos de los poderosos se aparecen en el momento más oportuno, para ellos. Cerró el concierto con “Comfortably numb”… a distance ship smoke on the horizon. Hizo acto de presencia la voz de los altavoces que repetía las indicaciones de salida. Ganado, todos, hicimos el regreso a la “vida” en fila ordenada. La rabia había sido drenada de algún modo. Faltaba hora y media para que comenzará el 2 de octubre, pero nadie pareció recordarlo. El metro, por ese único día, cerraba a la 1 am y había chance de una cerveza to became comfortably numb.