por Marina Azahua
@azahua

Para Miriam

Pocas veces la inauguración de un régimen gubernamental ha ocasionado tal desconcierto como la reciente llegada al poder de cierto personaje de cabellera naranja. Y pocas veces se ha tenido tanta conciencia de que las políticas de un régimen constituyen un peligro directo a los cuerpos gobernados. Unos cuerpos más que otros están, por supuesto, como siempre, en peligro. Pero una cantidad importante de ellos son cuerpos con vaginas. La conciencia sobre la precariedad del cuerpo femenino bajo un gobierno liderado por un misógino de primera clase, quedó clara durante la Marcha de las Mujeres/Women’s March que llenó las calles de múltiples ciudades estadounidenses y varias a nivel internacional. Millones de mujeres salieron a las calles el 21 de enero de 2017, no sólo a expresar su repudio contra el nuevo presidente de Estados Unidos, sino su rechazo a la misoginia y a la violencia contra las mujeres. Que la resistencia más importante a la llegada al poder de este infame personaje, se concretara en una marcha de mujeres, es un termómetro de la época y de la importancia de una conversación en la cual todos estamos irremediablemente involucrados, querámoslo o no. Nos consideremos feministas o no.
Entre múltiples letreros escritos a mano e impresos en máquinas, bajo las consignas gritadas al aire, lo más notable de los mensajes vertidos sobre las calles fue la voluntad y la fuerza de subvertir el mensaje misógino y violento del entonces empresario, quien declarara, sin saber que se le grababa, que a las mujeres hay que “agarrarlas por la pucha”/”grab them by the pussy”. En respuesta, las calles se llenaron de imágenes aparatos sexuales femeninos. Las mujeres, en coro, reclamaron su derecho sobre esas partes del cuerpo. Vulvas, vaginas, ovarios, úteros y trompas de Falopio gigantes, acompañaron a sus portadoras, declarando que las pequeñas manitas del nuevo gobernante en turno no poseen soberanía sobre estos cuerpos.

A las pocas semanas de que ganara la presidencia este hombre cuyas acciones podrían transformar la faz de la tierra—literalmente, si se consideran los efectos sobre el calentamiento global que tendrán sus políticas negacionistas—las redes sociales se poblaron de una preocupación central: este gobierno podría eliminar el derecho fundamental a administrar nuestros propios cuerpos, un derecho obtenido tras años de resistencia y lucha desde múltiples frentes. El derecho al aborto, el derecho al acceso gratuito a medicamentos de transición entre géneros, el derecho a la salud, a las vacunas, a los anticonceptivos, el derecho a que los hombres no puedan sólo agarrarnos por la pucha nada más porque sí, porque pueden, porque se les antoja. Este es el primer régimen político donde una parte considerable de la ciudadanía entiende que lo que está en juego no es sólo asunto de política, lo que está en juego son las políticas implementadas sobre sus cuerpos. Esa conciencia no sería posible sin la lucha previa por los derechos de otras corporeidades—décadas de lucha por los derechos civiles, por los derechos reproductivos, por los derechos de la comunidad LGTBIQ+, por los derechos de quienes trabajan, de quienes no trabajan porque no pueden, por el derecho al aborto, a la maternidad digna, a la vida sin violencia, en contra de los feminicidios. Lo que antecede a esta marcha es una batalla sistemática y persistente por la defensa de la libertad de los cuerpos, de quien sean, por la libre autodeterminación de su destino.
Sin la resistencia de la clase trabajadora, esta marcha no podría ser. Sin la protesta en contra de los feminicidios, esta marcha no hubiera sido la misma. Sin el movimiento Black Lives Matter, esta marcha no hubiera tenido esta fuerza. Sin la resistencia anti-colonial de cientos de naciones, décadas atrás y todavía hoy, esto no existiría. Ninguna resistencia es una resistencia, sino una bola de nieve que consolida a todas las resistencias que le preceden. Otro mensaje fundamental que se transmitía en una multiplicidad de mensajes fue la certeza de que se marchaba por las calles en nombre de todas aquellas que no pueden marchar. Porque la mitad de la batalla radica en reconocer el privilegio que constituye el poder protestar. Mujeres marcharon por sus abuelas, por sus amigas enfermas, por quienes tuvieron que trabajar ese día porque no todo el mundo tiene un sábado libre, por quienes no viven en el centro de la espectacularidad mediática. Porque una no sale a la calle por una misma, sino por todas.

En la capacidad de subvertir el mensaje misógino de un hombre a todas luces incapacitado para gobernar, millares de mujeres salieron a la calle a recordarse a sí mismas y a todos, que sí, tenemos vulvas, vaginas, puchas, panochas, úteros, trompas de Falopio, ovarios—y será desde esos cuerpos que ejerceremos la resistencia en contra del nuevo régimen en turno. Por eso me dediqué gran parte de la marcha en Nueva York, que es donde me tocó participar en ella, a acumular un registro de la presencia de estos aparatos reproductivos femeninos avanzando sobre las calles. Su fuerza radica en el hecho de que reclaman el lugar central del cuerpo dentro del ejercicio de lo político, y nos recuerdan que somos mujeres y desde estos cuerpos ejerceremos la resistencia. Los hombres, por supuesto, como siempre, están invitados a acompañarnos.

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