Por Diego Mejía
@diegmej
No, el problema no son los autos que se venden y las obras para que habiten esos coches. Ni que ésta sea una ciudad que secó un lago, entubó sus ríos, que depredó sus especies endémicas, una ciudad que, como todos como participantes de la tragedia, tala sus árboles y envenena su aire.
Tampoco lo son las manifestaciones, la corrupción de los centro de verificación ambiental, o de los agente de tránsito que aceptan o promueven el soborno.
Lo cierto es que nuestra visión está nublada por la idea del consumo como garante del progreso y con esa premisa caímos en la idea del “todos debemos”, ese falso privilegio del capitalismo voraz: te vendo la idea del producto como acto de libertad, te obligo a comprar. Y en esta nata de progreso hemos perdido dirección para resolver la asfixia.

El problema es la suma de todos los síntomas anteriores y su autoinmunidad, pues la contaminación no está en el aire, está en las instituciones, en las empresas privadas, en sus servidores públicos y en sus ciudadanos. La alerta no son los niveles de ozono o partículas suspendidas, tampoco por el agua con caca que llega a las tuberías de Iztapalapa, sino los procesos corruptos, y las medidas chimuelas que se toman: para este miércoles no hubieron multas ni corralones para los autos con placas en terminaciones 3 y 4. La medida, primera mano disuasoria y que significaba una acción pequeña, tenue, pero medida al fin, se empañó por la estúpida decisión de morder con una boca despojada de dientes. Si una administración no está dispuesta a tomar medidas fuertes, por polémicas que sean, no merece ocupar el cargo, no merece administrar. El problema es la debilidad institucional, diametralmente opuesta a la rapiña electorera.
El gobierno de la ciudad de México se vende de vanguardia pero retrocede en la práctica, se dice de izquierdas pero cobra con la diestra, o con múltiples tentáculos con los que destroza lo conseguidos por gobiernos anteriores que, sería mezquino negarlo, tendieron la cama para que la ciudad saliera de una larga oscuridad y se presentara remozada en el concierto mundial de las grandes urbes, potentes y dinámicas del mundo; lugar que nunca debió abandonar.
Pero el señor Mancera, con mano artrítica, ha derruido mucho de lo conseguido, catorce años sin contingencia terminaron por una baja presión, o por los rayos del sol, o por su falta de contundencia, como sea, como se le quiera ver.
Es grave la crisis del aire, pero más la polución que generan la corrupción y la impunidad, par de fábricas con sendas chimeneas que nos sueltan su nata y nos enferman los pulmones.
