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A los pendejos también se les tiene aprecio. Aprendí ese concepto en la adolescencia y lo aprendí bien. No concibo de otra manera la razón por la cual anoche soñé con ese compañero de salón que hace cinco mil recreos pretendía impresionar a cualquier mujer consumiendo a mordidas su particular almuerzo de cebolla cruda y […]
A los pendejos también se les tiene aprecio. Aprendí ese concepto en la adolescencia y lo aprendí bien. No concibo de otra manera la razón por la cual anoche soñé con ese compañero de salón que hace cinco mil recreos pretendía impresionar a cualquier mujer consumiendo a mordidas su particular almuerzo de cebolla cruda y plátano para luego de embadurnar su botella de refresco en el precozmente muy peludo como visible sobaco soltar un “¿Vas a querer reina o le doy mate?”, que, tras un eructo, concluía ya con el contundente como gritado a quien de la peste huía: “¡Nomás acuérdate que el último trago se mastica!”
-¿Y tú qué?- asestó al único testigo que permaneció por esos rumbos.
Yo respondí como se debe de responder en esos casos:
-¡Yo qué de qué!
Tres días de expulsión vinieron luego de separarnos. Era lo acostumbrado.
-¡Venga a sus casas! ¡Hasta el lunes malandrines!- el director jamás perdería ni el habla decimonónica ni el acento de Getafe. Nunca supe cómo él se las ingenió para conseguir mi número telefónico:
-Oyes- dijo mi apellido. En ese colegio desde siempre uno se hablaba por el apellido- Te llamo para ofrecer disculpas. Eres bueno para los guamazos. ¿Quieres ser mi amigo?
Sí, a los pendejos también se les tiene aprecio y él me lo tenía. Me lo tuvo . Ya ni me acuerdo cuándo murió pero anoche era el mismo. Hasta siento ahorita que lo extraño.
Alain Derbez – @Alain_Derbez
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