El mundo es, efectivamente, un vampiro.
The world is a vampire.
Pero es mi culpa por pinche atascado, ¿qué se suponía que hiciera? Cuando anunciaron “el festival de los Smashing Pumpkins” en México, por supuesto que me excité. Hacía apenas unos meses había visto a la banda de Corgan e Iha en el Teatro Metropólitan, donde tuvieron algo así como 3 fechas Sold-Out. En mi ingenua cabeza la idea de un festival con ellos a la cabeza estaba destinado al rotundo éxito. Suma a la fórmula ese factor de venta fácil: Interpol. Por supuesto que debía comprar mi boleto lo más pronto posible, este festival se vendería en cuestión de días únicamente a causa de sus headliners. O eso creía mi culo ignorante.
Lo que me vendió el festival no fue en realidad la presentación de los Smashing, que, aunque legendarios, respetables y uno de mis favoritos, aceptémoslo, no están en su mejor momento y no lo han estado en al menos 23 años, muy a pesar del retorno de James Iha en 2018. Para mí, el verdadero valor agregado del festival radicó en el fichaje de dos de las propuestas más completas del sello gringo Sargent House: Chelsea Wolfe y Deafheaven. Y por lo visto más adelante, también fueron estos dos actos la razón de mucha, MUCHÍSIMA banda para asistir al festival.
Bautizado luego de la primera línea de la que tal vez sea la más famosa canción de The Smashing Pumpkins, el festival The World is a Vampire enlistaba un lineup, que según se chismeaba en redes sociales, estaba curado por el mismísimo Billy Corgan, suposición que personalmente me cuesta creer a causa de todas las maniobras que implica el bookeo de un evento internacional. Turnstile, The Warning, Margaritas Podridas, In the Valley Below, El Shirota, Ekkstacy y Acid Waves desfilaban de arriba abajo en el cartel del evento. Pero la cerecita del pastel era, sin lugar a dudas, el papá de todo acto programado: Peter Hook y su proyecto The Light.
Visitas incómodas
Que si viene a cada rato, que si es una banda de covers a Joy Division y a New Order, que si pinche viejo ya está bien gordo… Me vale madres, el señor es un chingón. Dicho lo propio y ante semejante expectativa, de inmediato hice un plan junto a mi hermana para comprar boletos con su tarjeta de crédito (porque soy un parásito), tanto para nosotros como para anexados.
Frente a la absurda existencia de Ocesa y Ticketmaster, pero a merced de la incertidumbre que representa el contentillo del público mexicano y las malditas fases de venta, debíamos prevenirnos y comprar boletos pronto, no fuera a ser.
Así y con un varote invertido, fue como mi hermana, otros 6 cristianos y yo tuvimos en nuestras manos los boletos que nos abrirían la puerta del mundo vampiro. La cita sería el 4 de marzo en el Foro Sol y aunque estaba escéptico de la talla del foro, me bastó recordar la recepción que tanto Interpol como los SP tienen en México para volver a confiar.
Eso y que el festival se aventuraría a presentar un enfrentamiento entre luchadores de la NWA (la compañía de Lucha Libre propiedad de Billy Corgan) y la AAA, esa vieja conocida compañía de lucha itinerante tan popular en nuestro país.
Nada puede malir sal
Los meses pasaron y la fecha se acercaba. El público, impaciente en redes sociales y acostumbrado a anuncios constantes y anticipados alrededor de sus eventos, seguía a la espera de la publicación de horarios y mapas. Sobre todo, de horarios. Apenas unos cuantos días antes de la cita, éstos fueron publicados y el descontento no se hizo esperar y es que, bueno, eran un cagadero. Líneas antes escribí que al parecer buena parte del público que se congregaría al festival parecía estar motivado por las presentaciones de los actos del sello Sargent House, cosa que se hizo evidente cuando precisamente fue ese el público que se manifestó en contra del empalme de Chelsea y Deafheaven.
¿Y yo qué hice?
Puede argumentarse de todo; que en los festivales siempre habrá empalmes y te toca escoger. Que si eso se acomodaba más a la agenda de lxs artistxs, que si ya ni pedo, ni que fueran los headliners, etc.
Pero lo cierto es que cuando solo tienes 12 bandas, no hay manera de cagarla y, aun así, la cagaron. Difícil de creer pero cierto, ya lo decía un camarada: “si por Ocesa fuera, empalmarían a Julian Casablancas con The Strokes”, cuánta razón.
Y aunque sé que la programación de los horarios en eventos de esta talla no recae exclusivamente en una persona, sí quiero aprovechar para condenar de nuevo, desde el fondo de mi alma y de mis vísceras al maldito equipo responsable de programar los horarios, chinguen a su madre.
“Ay wey, ya superalo, dejalo ir” No, ni madres, ni que esas bandas vinieran cada 15 días. Pero bueno, a llorar a la llorería. Además, días antes había ganado un pase doble para el festival en el programa de Ileana Rodriguez, “La Reclu”, en su programa de radio matutino, pase que podía vender o aprovechar para llevar a alguien más pero, por supuesto, opté por la primera opción. Ni que fuera barato sobrevivir en un festival organizado por Ocesa. Días después me percaté de que La Reclu me había bloqueado en Twitter.
La supervivencia de un asistente empobrecido
El gran día llegó y apliqué mi estrategia de sobrevivencia estándar previa a festivales de un solo día: cagar duro, comer hasta la náusea y beber apenas lo necesario. Así, estaba listo para no gastar ni un peso en comida ahí dentro y pasar a mear antes de que la música arrancara. Si gasto, no me divierto; si no llego hasta el frente en la presentación de la banda que más quiero ver, no me divierto. Mi elección estuvo tomada desde días antes: me decanté por Deafheaven, tenía una deuda pendiente con los de San Francisco. Pero antes de Deafheaven, tocaba presenciar dos presentaciones previas en ese escenario principal, ah, porque claro, un festival de 12 bandas necesita 2 escenarios a 10 minutos de distancia cada uno.
Ese escenario principal fue inaugurado por El Shirota, banda que en mi memoria sonaba mucho menos fresa. Durante su tocada quedé esperando ese momento a la Fugazi que habitaba en mis recuerdos de otras 2 o 3 veces en que me crucé con ellos, pero tal cosa nunca ocurrió y en su lugar, no pude dejar de pensar “esto es post-hardcore para chavitos” y está bien, está bien hacer punk de colores; sí, lo acepto, llegué a ponerme en el lugar de Jimbo Jones cuando se burla de la pijama de Bart y pensar “lindas guitarras El Shirota ¿se las compraron sus papitos?” Pero también está bien, está bien ser de Satélite, siempre está bien recordar referencias a Los Simpson y la música que pone a la raza a echar pogo también siempre está bien. Bien por El Shirota, bien por su público y bien por mi.
Si no te sale, no te sale
Pero nada me preparó para el letargo que In the Valley Below traía consigo. Esa fusión repugnante entre el más genérico ““““““indie””””” rock, un synthpop que quiere (en verdad se muere por ello) ser darkwave y una vibra asquerosa de rockstars atrapados en su etapa Rumours, de Fleetwood Mac fueron como mezclar químicos de limpieza y crear una nube tóxica en tu baño. Guácala, no mamen, se me hizo eterno. Grima absoluta la audacia con la que el guitarrista tocaba sus solos, como atrapado en un video de hair metal ochentero.
Ahora, nunca he sido ese wey que cree que los clásicos son intocables, que deben permanecer intactos e inmaculados, mucho menos podría ser ese wey si se trata de alguna canción de Danzig. Pero si eres In the Valley Below no deberías tener la libertad de hacerle un cover ni a Mother ni a ninguna canción hasta no ser capaz de escribir algo medianamente original.
Mientras tanto, en el otro escenario, un camarada (el mismo que dijo lo del empalme entre The Strokes y Julian Casablancas) reportaba: “Viendo a Eckstasy, que están también dlv pero de menos está prendido”. Y creo que nadie vió a Acid Waves, yo no les conozco, pero tampoco escuche que nadie hiciera mención de su presentación durante o después del evento.
Para este momento, en algún punto, hubo un primer acto de lucha libre NWA vs AAA, que ví a través de las pantallas del escenario principal pero que, a juzgar por el público alrededor del ring y alrededor mío, no fue la gran cosa. Tal vez no sabemos disfrutar la lucha libre si no hay señoras hasta el frente del ring haciéndose de palabras con los luchadores.
Ahí pa’ la otra
Mi momento estaba por llegar, estaba a punto de saldar mi deuda con Deafheaven y llevaba semanas preparándome para ello. El resto de mis amistades optó por ver a Chelsea Wolfe y no les culpo, me hubiera encantado verla, pero ellxs ya habían visto a Deafheaven en aquella ocasión en que se presentaron con los nipones de Mono. Eso, o de plano otros tacharon a los responsables del Sunbather de ser unos hipsters del black metal, de no ser trves. Y tienen razón, es justamente esa violenta sensualidad que caracteriza a la banda la que le ganó un público tan amplio, diverso y a diferencia del que te encontrarías en un show de Black Metal trve, bañado.
Gloriosos, salieron al escenario para demostrar que saben hacer lo que hacen y que son capaces de hacer mucho más, cuatro hombres blancos y un keniano devastando por todo lo alto una amalgama de black metal y shoegaze que en su permanente coqueteo llegan a rozar lo más etéreo y ensoñador pero también lo más agresivo y elegante. Enormes y virtuosos; la presencia de George Clarke es seductora, las guitarras Kerry y Shiv son ñoñas pero precisas, mientras que lo de Daniel Tracy y Chris Johnson es la resistencia, el empuje y la violencia. Modos y figuras que van y vienen en un océano de sonido.
Para cuando su presentación concluyó, el precio de mi boleto estaba justificado, completamente desquitado. Apenas pude pensar en la mentada de madre que fueron los horarios y dejó de ser relevante el hecho de que compré mi boleto al doble de lo que costó ese mismo día directo en taquilla.
Mi hermana tuvo a bien grabar para mi en audio la presentación completa de Chelsea Wolfe y de paso, mi novia, quien ha de tolerar mi incapacidad para disfrutar o divertirme, grabó también el show de Deafheaven. Tan amado como satisfecho, no cabe en mí ni siquiera el comentario sobre lo pobre del volumen de la voz en la presentación de Deafheaven, hasta el frente y a metros del escenario, casi ni se notó.
Vámonos que aquí espantan
Para mi, el festival estaba prácticamente finalizado para este punto, pero vino Turnstile a cerrarme el hocico con un performance enérgico, propio de los grandes y que contradijo todas las críticas que hice en 2021 sobre su álbum Glow On, al que me referí como una obra opuesta a lo que su recepción en la reseña internacional indicaba con elogios, pues más bien sonaba a lo que Bad Brains y Quicksand estaban haciendo a principios de los 90. Y digo que sonaba porque desde ese sábado en el mundo vampiro, me suenan diferente. No son el tipo de música que agrego a mis playlist o que le recomiendo a mis amistades, pero ahora puedo respetarles. Rifados, así sin más.
Puntos extra por el magnífico pogo que se armó, en el que perdí la mica solar de mis lentes, encontré unas llaves y ví a un güerillo todo puteado y con la jeta ensangrentada. Las Margaritas Podridas no podrían importarme menos, cualquier sábado te las encuentras tocado en algun templo de las Pizzas del Perro Negro o en La Bestia (nada en contra de estos honrosos lugares de los que somos muy panas en NoFM, solo la verdad).
Y bueno, The Warning, pues qué decir, morras con varo y palancas, qué hueva. Y hablando de hueva: Interpol. Paul Banks y compañía hicieron lo suyo en una evidentísima atmósfera de letargo, de rutina. No es que vengan mucho, es que tocan de manera mecánica, como obreros de la música. Mi yo adolescente estaría profundamente decepcionado de escuchar himnos del Antics y del Turn on the Bright Lights interpretados con tan poca voluntad. De cualquier modo, siempre hay una primera vez para todo y sin esperar absolutamente nada, mi primera vez con Interpol solo ocurrió y ya.
Y ya que estamos con eso de la gente que viene a cada rato, Peter Hook & the Light era mi excusa para permanecer en el festival hasta la presentación de SP, pero la excusa se esfumó entre los murmullos de la gente a mi alrededor, que se escuchaban mucho más que Disorder o New Dawn Fades, melodías encerradas en la carpa de un escenario que parecía haber sido instalado sin la asesoría de un ingeniero de sonido competente o haciendo caso omiso a éste.
Me sentí legítimamente desanimado ante la imposibilidad de bailar a ritmo de She’s Lost Control o Transmission entre la aglomeración de lo que evidentemente era un escenario mal diseñado también en su forma y posición.
Vampiros: engendros de la noche
The World is a Vampire tuvo sentido cuando Billy Corgan entonó el arranque de Bullet With Butterfly Wings y nos recordó por qué estábamos ahí; como si de un acuerdo tácito y generalizado entre el público se tratara, ésta fue aceptada como la legítima primera canción de la última presentación del día. La comunión en vivo entre Iha y Corgan es mágica, una mancuerna que incluso a lo lejos resuena ideal; entre las grandes canciones y otros infortunios discográficos, The Smashing Pumpkins despacharon a todxs, aún a quienes iban solo por esta o aquella banda. Se nos olvidó el dolor de pies, el cansancio y la idea de que Billy es un mamón, todo para bailar con Ava Adore, brincar con Cherub Rock y soñar con 1979.
En armonía, en paz y sin amor perdido, Peter Hook subió al escenario para disipar dudas, saltos generacionales o evoluciones estilísticas y junto a los Smashing honrar y despedir con respeto y en medio de un homenaje, a un público que experimentó, en un solo día, la historia de esa música popular occidental que nos hace sentirnos vampiros.
Carlos Garza – @heroinozu