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Anime y manga: Trabajando hasta morir

Los canales de televisión pública trajeron a Latinoamérica, durante los años 80, 90 y principios de los 2000, un puñado de producciones animadas japonesas, anime, porque comprar sus derechos de transmisión resultaba mucho más barato en comparación a las caricaturas estadounidenses. Añadido a eso, el doblaje latinoamericano resonó especialmente con el público, generando una empatía especial de los espectadores con los productos, casi a la par del cariño que los japoneses sentían por sus historias. 

Quienes vivimos esta época de la televisión seguramente notamos que las series niponas poseen una cantidad enorme de episodios y vale la pena preguntarse, ¿cómo es posible extender una historia durante tanto tiempo?

Y, más importante, ¿cómo es posible mantener tal ritmo de producción? La respuesta no es agradable. 

Anime de Hiroshima a Astroboy

Pocas cosas pueden cambiar tanto el imaginario de un país como dos bombas nucleares. Osamu Tezuka, el llamado “dios del manga” y un pionero en la animación japonesa, tenía 16 años cuando las ciudades de Hiroshima y Nagasaki fueron arrasadas con bombas atómicas, convirtiendo prósperos centros urbanos en campos apocalípticos de desolación radioactiva. Es natural que tal acontecimiento y sus consecuencias se volvieran el eje temático del resto de su obra. 

Resulta hasta evidente ver en la publicación de Astroboy en 1951 una idea que se convirtió en el motor de la sociedad japonesa postguerra: mirar hacia el futuro. La historia del niño héroe, reminiscencia a los huérfanos que la guerra dejó en Japón, hizo eco con la sociedad por representar la energía atómica como un poder de destrucción o progreso. Un sueño que rápidamente podría convertirse en una pesadilla, todo en manos de los niños que crecerían para reconstruir la nación del sol naciente

Por aquel entonces un jóven Hayao Miyazaki (principal creativo del célebre Estudio Ghibli), que también empezaba a incursionar en el manga y anime vio en el trabajo de Tezuka una revolución que llevó a sentir por él tanta admiración como envidia. “La imagen del futuro que Tezuka nos mostró no sólo era brillante, daba miedo, era irracional y triste. Él ya se había dado cuenta de los dos aspectos opuestos de la modernidad: prosperidad y destrucción”

El sol que renace

Además de mutilaciones y un trauma generacional, Estados Unidos llevó a Japón los valores más representativos de su forma de hacer capitalismo, ideales que se conjugaron de manera productiva con el bushido, código de vida de los samurai que se fusionó desde finales del siglo XIX con el imaginario colectivo de la sociedad.

Honor, devoción, lealtad y la búsqueda de una muerte en batalla, conceptos que, a falta de dioses-emperador, se volcaron hacia las instituciones más grandes que se podían encontrar: las empresas privadas. 

De este lado del mundo no es raro escuchar, o ver plasmado en producciones niponas, historias de los estudiantes que pasan el día entero en sus escuelas, oficinistas que no temen quedarse un par de horas más en la oficina u obreros que prefieren dormir en sus puestos para no perder valiosas jornadas de trabajo. 

Esta ética laboral permitió a la sociedad japonesa no sólo ponerse en pie después de los sangrientos años de la guerra mundial, sino también llevar a su economía a ser una de las mayores del mundo, siempre a la vanguardia en temas de ciencia y tecnología, una imagen del futuro que se implementó al mismo tiempo en sus narrativas. 

El sol que se oculta

Este ritmo de vida no es para todos. A una búsqueda de google de distancia podemos encontrar las consecuencias de esta forma de pensar en los nipones, destacando su relativamente elevado número de suicidios y muertes relacionadas al lugar de trabajo, y el desinterés de las generaciones más jóvenes por formar familias, prioridad que palidece en comparación a la creación de una carrera profesional en el competitivo mundo laboral japonés, lo que consolida a uno como un miembro de la sociedad no solo funcional sino digno de honra. 

La industria del manga y anime, en algún momento portadora de esperanza y el mensaje de un futuro mejor alcanzable, no se ha quedado atrás en cuanto a casos de explotación laboral extrema se refiere. Es obligatorio decir que el propio Tezuka fue víctima de esto al presentar el proyecto de una serie animada basada en su Astroboy por el riesgo que representaba su elevada inversión, teniendo que aceptar un contrato poco benéfico para el equipo a cambio de un porcentaje de las ganancias generadas por mercancía, trato que funcionó para su producción y se convirtió en el estándar de la industria independiente de si convenía a la producción o no.

A diferencia del anime, los mangas suelen ser elaborados por un único creador, llamado mangaka, que tradicionalmente escribe y dibuja la serie entera, siendo los productos creados por más de un par de manos la excepción a la regla.

La figura del mangaka está idealizada hasta el hartazgo y, sin embargo, la mayoría de ellos suelen ser explotados para cumplir las agendas imposibles de las casas editoriales que, muchas veces, manejan sus publicaciones a un ritmo semanal. 

Manga de un solo integrante

Mangakas de menor fama como Yuu Watase, creativa detrás de mangas como Alice 19th y Arata Kantagari, fue víctima de abusos por parte de sus editores, que no sólo la forzaban a mantener el ritmo de un capítulo por semana, obligándola a no dormir por varios días y desechar las ideas que tenía en favor de otras que, a su consideración, tenían más potencial de mercado.

Yoshihiro Togashi, creador de Yu Yu Hakusho y Hunter x Hunter, es famoso por las amplias pausas que se toma a la hora de publicar su obra, algo que le ha granjeado rencor de sus fanáticos. Pocos saben que la racha de trabajo que desempeñó furante la década de los 90 le llevó a desarrollar dolores de espalda intensos y constantes que le impiden llevar su vida con normalidad.

Berserk y la vida de Kentaro Miura

“Era básicamente el infierno. En algún punto dejé de hacer las cosas pensando en los lectores, o ni siquiera por el manga en sí mismo, estaba dibujando simplemente para ser aprobada”. 

Sin embargo, los grandes nombres de la industria no se salvan de esta regla. Kentaro Miura, autor de Berserk, y uno de los nombres más conocidos de la industria, falleció el 6 de mayo de 2021 a los 56 años víctima de una disección aórtica causada por hipertensión. Aunque nada está comprobado, muchas declaraciones del autor en sus últimos años de vida revelan el estresante ritmo durante la creación de Berserk

Miura declaraba sufrir constantes fiebres más allá los 40 grados, golpes de calor al salir a la calle por la excesiva cantidad tiempo que pasaba isolado en su oficina y rachas de trabajo que podían ir de los días a las semanas. “Mi vida es un desastre, con nada más que manga. Pero no puedo retroceder ahora, ¡así que seguiré adelante!”, declaró en 1995. 

El precio del éxito

Tite Kubo, creador del popular manga Bleach, se disculpó ante sus fanáticos por la tardanza que le tomó entregar los números finales de su historia. La razón de esta tardanza se debía a su mal estado de salud, pues las prolongadas jornadas le dejaron graves desgastes en los músculos del hombro y, en los años posteriores al final de Bleach, se sabría que Kubo desarrolló problemas psicológicos por pasar periodos excesivos de tiempo en soledad, escribiendo y dibujando.

La mente detrás de los más de 1000 números que componen One Piece, Eiichiro Oda, no se salva pues, a pesar de que su nombre figura en el manga más vendido de todos los tiempos, la publicación de una entrevista donde hablaba de sus horarios de trabajo causó la preocupación de sus fans al enterarse que, para mantener el ritmo de publicación, Oda empieza trabajar a las 5 de la mañana y no se detiene hasta las 2 de la madrugada del día siguiente, con breves descansos para comer.

Explotación en el anime

Como muchos otros sectores del mundo laboral que involucra el trabajo artístico, la animación se encuentra seriamente marginalizada. La industria japonesa se mueve con pocos animadores de planta y muchos trabajadores en el limbo que significan los freelance, con el riesgo de ser reemplazado por otro aspirante dispuesto a aceptar trabajos mal pagados.

Hace unos años, cuando el anime de One Punch Man sacudió el internet, se hizo público que Madhouse (la casa animadora detrás de su impecable primera temporada) había explotado a sus trabajadores para cumplir fechas y estándares de calidad de una manera tan brutal que algunos habían tenido que ser hospitalizados después de tener colapsos físicos o psicológicos en el estudio. Madhouse, responsables también de producciones como Death Note o Hunter x Hunter, reportó incluso que durante los meses más intensos de la producción sus empleados llegaban a cumplir con 200 horas extras al mes para terminar los animes. 

Mappa: enemigos del sueño

Estudio Mappa fue señalado recientemente por explotación a sus trabajadores por acaparar buena parte de los grandes títulos de la industria actual como son Jujutsu Kaizen, Shingeki no Kyojin, Vinland Saga y Chainsaw man que, salvo este último anime, son delegados por estudios que no pudieron mantener el ritmo de la producción. 

A través de twitter, animadores y ex trabajadores han mostrado su descontento con la compañía, denunciando pagos terribles incluso en los proyectos bestseller y cuotas de trabajo imposibles de alcanzar para quien no está dispuesto a vivir en el estudio. Yuuichirou Hayashi, director de animación de Shingeki no Kyojin, fue quien inició esta serie de denuncias pues en sus apariciones para promocionar la última temporada del popular anime se le pudo ver portando unas colosales ojeras. 

Alguien tiene que hacerlo

Aunque la aplicación y perfeccionamiento de nuevas tecnologías como el CGI o estilos de animación más sencillos han empezado a ganar popularidad en ciertas producciones, las denuncias de abuso y jornadas inhumanas siguen apareciendo, aunque son medios extranjeros los que les dan relevancia pues, aparentemente, para los japoneses no tiene mayor interés. Aparentemente, la única manera de mantener el estándar de calidad al que nos tienen acostumbrados implica mantener a los creativos en la línea de la marginalidad, impulsados por pagos míseros y su amor por el anime. En la lógica del capitalismo alguien tiene que dibujar, alguien tiene que seguir animando. Nuestras fantasías tienen que ser satisfechas sin importar el costo. 


Por Joshua Piña – @basurileo