En 2019, justo antes de la pandemia, las redes sociales se inundaron con estudiantes denunciando la carga y presión académica, y demandando un cambio después de la pérdida de una estudiante. Cuando comenzó la pandemia de COVID-19, comenzó también un modelo de educación a distancia. Las clases eran impartidas a través de videollamadas y el movimiento gradual a formatos virtuales fue aumentando. Cambio que no fue revertido al volver a actividades presenciales.
Esa misma vuelta a presencial exhibió muchos de los problemas con el mundo académico que no fueron resueltos después del 2019. Cuando la mayor parte de las universidades optaron por regresar, muchas personas no habían recibido ninguna vacuna, esto sin pensar en las personas de alto riesgo a quienes la vacuna no les garantizaba supervivencia o que incluso no se les podría aplicar. En estos últimos meses, el uso del cubrebocas ha bajado lentamente, incluso en temporadas en las que los contagios se mantienen altos. Todas las señales parecen decir una cosa: la mejor forma de sobrevivir hoy en día es fingir que todo está bien.
Discapacidad invisible
Como alguien con discapacidades invisibles, esto es algo que se me ha impartido desde antes de ser diagnosticada. En clases, normalmente tengo que avisar a mis profesorxs cuáles enfermedades padezco y cuáles son sus síntomas, a pesar de que prefería mantener mi salud en privado, como hacen la mayor parte de las personas. Pero sé que si no explico mi situación, si no nombro y explico síndromes de los que la gente nunca ha oído hablar con lujo de detalle, no sólo no me creerán cuando necesite ayuda o paciencia, sino que podrían llegar a enfurecerse o de alguna forma ponerme en riesgo si demuestro síntomas como desmayos sin previo aviso.
Este aviso, sin embargo, lleva a una discriminación no aparente. Algunxs maestrxs comienzan a encontrar deficiencias en mi trabajo que no notarían de otra forma. Pequeñas “fallas” que pasarían sin notar en cualquier otrx alumnx, pero que sobresalen cuando quien las busca está consciente de mi bruma mental o mis problemas de atención. Otrxs, por otra parte, me otorgan un cumplido que me ha causado conflicto desde la primera vez que lo escuche, “No se nota que tienes discapacidades.”
“No se nota que tienes discapacidades,” es una frase que no puedo dejar ir. Nunca es dicha de forma negativa o neutral, siempre es un cumplido, siempre está celebrando que logre cumplir con mis responsabilidades de forma igual o mejor como lo haría alguien con un cuerpo y un cerebro dentro de la norma hegemónica. Lo que no entienden las personas que usan tal cumplido es que cuando logró cumplir de esta forma normalmente es porque descarte cualquier cuidado personal que pudiera requerir, porque descuide tanto de mi cuerpo que lo puse en riesgo y porque vivo con miedo del día en el que sí se noten mis discapacidades. El “No se nota que tienes discapacidades,” deja abierto un momento en el que sí se noten, y deja en claro que esto será un problema.
Fingir que todo está bien
Todos estos son problemas pre-pandemia. Vivimos en un mundo en el que la mejor forma de sobrevivir es fingir que todo está bien. Pero la pandemia ha alzado nuevas preocupaciones al traer a la superficie más carencias.
Después del primer año de la pandemia se había deshecho mucho del apetito por pelear por muchos movimientos sociales que estaban comenzando a organizarse más directamente antes. Irónicamente, también evidenció muchos problemas del mundo laboral y educativo. Por unos meses tuvimos nuevas formas de accesibilidad. Entre ellas hubo opciones de educación híbrida y de trabajo a distancia que ayudarían a aquellxs que tuvieran enfermedades, principalmente COVID, pero ayudaban con muchas otras enfermedades, sobre todo las crónicas. Esto significaba que unx podía atender a clases o al trabajo sin importar su estado físico, que no había que lidiar con transportes y que no se necesitaba lidiar con el estado de accesibilidad de los espacios donde estas actividades se llevaban a cabo, se podía crear una en el espacio personal.
Ahora estas formas de accesibilidad han ido desapareciendo lentamente desde que la mayor parte de la población fue vacunada, a pesar de que podrían seguir siendo útiles tanto para personas con enfermedades preexistentes como para el gran número de personas que padecen de nuevas discapacidades (como la disautonomía) debido al llamado post-COVID. Algunos fueron abandonados por razones de costo, pero incluso las opciones más económicas parecen estar desapareciendo, aparentemente sólo por la necesidad de borrar cualquier recordatorio de la situación mundial.
Más indiferencia
¿Qué nos queda entonces a las personas para quienes las cosas no están bien? Si la economía, el mercado laboral y la academia no pararon por millones de muertes causadas por una enfermedad global, ¿cómo podemos esperar que paren cuando tenemos un episodio depresivo, una pérdida personal, una enfermedad degenerativa o cualquier otra situación humana?
Mientras avanza el mundo, dejando atrás todos los cuidados que adquirió y olvidando los movimientos que destruyó la pandemia, sin hablar de las nuevas crisis que han surgido, todo mundo parece estar cansado. Las personas vulnerables, por supuesto, debemos retomar las luchas sabiendo que habrá menos apoyo, menos recursos y más obstáculos no sólo en el progreso de nuestras causas sino en nuestras vidas laborales, educativas y personales.
Las personas discapacitadas, en general, debemos seguir encontrando el balance entre mostrar nuestras carencias y demandar nuestras necesidades mientras nos mantenemos tan segurxs como sea posible ante un ambiente político, institucional y personal mucho más indiferente.
Polly Flores
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